Nunca nadie tan pequeño puso en guardia a tanta gente

    • Nunca nadie tan pequeño –un presidente de una comunidad autónoma- puso en guardia a tanta gente grande.
El president en funciones de la Generalitat, Artur Mas.
El president en funciones de la Generalitat, Artur Mas.

Quizá el súbito independentista Artur Mas se ha sentido lleno de entusiasmo al verse protagonista del Parlamento Europeo y seguir andando en boca de los líderes del mundo. En buena lógica, tendría que notar el peso de la reprobación, pero aparenta ser feliz y no cede. Nunca nadie tan pequeño –un presidente de una comunidad autónoma- puso en guardia a tanta gente grande: el presidente de Estados Unidos, el primer ministro británico, el presidente de la Unión Europea… y ahora, en la sede parlamentaria de la democrática Europa, el presidente de Francia y la canciller de Alemania, además del Rey Felipe VI interrumpido varias veces con aplausos y al final largamente ovacionado tras asegurar la unidad de España para tranquilidad de los veintiocho Estados de la Unión.

No sé si Mas ha leído a Cervantes aunque no fuera catalán. Si lo ha frecuentado recordará la historia de aquella dama que, según Don Quijote, se quejó a un poeta que había escrito "una maliciosa sátira contra todas las damas cortesanas" por no incluirla en ella, y cuando el poeta la complació "y púsola cual no digan dueñas, ella quedó satisfecha por verse con fama, aunque infame". Pese a que luego Oscar Wilde, reincidente en la torpe boutade, dijera que "solo hay una cosa peor en el mundo que dar que hablar, y es no dar que hablar", al presidente de la Generalitat le convendría una cura de anonimato para tranquilidad suya, la de Cataluña, la de España en su conjunto y la de Europa.

Pero me temo que no está por la labor pues los presagios que se emiten desde su entorno es que, si llega el caso, aceptará ser investido presidente de la comunidad con el apoyo complementario de la extrema izquierda. Eso sería, si se produjera, cerrar el círculo de la insensatez política. Artur Más, que hace unos años juró no ser independentista porque la independencia de Cataluña era un error, no ha hecho más que perder peso electoral desde que imprimió un viraje de ciento ochenta grados a su objetivo político. Su partido, Convergencia, tiene la mitad de escaños que hace cinco años, ha roto su coalición familiar con Unió Democrática, que impugna la secesión, ahora él amenaza con dejarse caer en los brazos de la izquierda radical y, si da ese paso, le veremos dispuesto a proclamar la república catalana desde el balcón de la plaza de Sant Jaume, escenario soñado de la ruptura.

Si aquel conservador, moderado, liberal y capitalista Artur Mas se deja liar por la izquierda comunista después de haberse dejado embrollar por la esquerra republicana habrá culminado una carrera personal hacia la nada. Aunque con mucho ruido y desafíos a la estabilidad. Su obsesión ha obligado a François Hollande a advertir que "el secesionismo lleva aldeclive" porque "el nacionalismo es la guerra" y a Angela Merkel a recordar que "hemos aprendido lecciones de nuestra historia" para anhelar una Europa unida, después de que el Rey Felipe VI garantizara una España unida en esa Europa.

El mundo libre y desarrollado, que camina hacia la unión y no hacia la división, observa con intranquilidad al pequeño mandatario de un rincón de España que busca cómo mantenerse en el poder, a pesar de perder votos a chorros, para transgredir las leyes que se comprometió a cumplir. Los reiterados compromisos de Mariano Rajoy por impedir cualquier violación de la ley, respaldado en ello por todas las democracias serias del mundo, permite contemplar con cierta seguridad el problema causado por los secesionistas catalanes pero sin la confianza de que dejen de dar la lata de una vez, sino todo lo contrario. Artur Mas, con sus colegas del separatismo, amenaza con amargar los días a España, a Europa y a todos los que desean tranquilidad para consolidar el progreso y la paz. A día de hoy, que atendiera a razones sería todo un milagro.

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