Una afgana graba en cámara oculta la operación de lavado de imagen de los talibanes

  • Fátima se subió a un autobús con destino Kabul desoyendo las advertencias de su familia. A medio camino un rebelde talibán paró el vehículo y echó a los pasajeros una perorata para intentar sumarlos a su causa, mientras ella lo grababa en secreto con su teléfono móvil.

Fue a finales de octubre. Esta psicóloga de 23 años encendió la cámara de su teléfono móvil cuando se acercaba a un retén de los talibanes en la provincia de Baghlan, disimulando discretamente el objetivo entre los dedos índice y corazón. Grabó durante un minuto.

El talibán, barbudo y con el turbante tradicional, habló con calma en una mezcla de pastún y dari, las dos lenguas del país. Su operación de seducción forma parte de la campaña lanzada por la dirección del movimiento rebelde, que quiere mejorar su imagen entre los afganos, exasperados por más de tres décadas de guerra.

"Espero que no estén muy cansados", dijo a los pasajeros del autobús que iba de Mazar i Sharif (norte) a Kabul, un trayecto de ocho horas.

"Si trabajan para el gobierno, por favor dimitan", añadió dirigiéndose a posibles funcionarios y soldados, principales blancos de los insurgentes.

"No se preocupen", añadió ante unos pasajeros estupefactos. "Algunos dicen que los talibanes son caníbales. Yo soy talibán pero no caníbal", les dijo. Y dejó marchar el autobús no sin antes hacerse el fanfarrón: "Si veo a un estadounidense, le devoro la cabeza".

"Estaba muy angustiada", cuenta Fátima, que pasó parte de su infancia exiliada en Irán, al final de los años 90, cuando los talibanes dirigían Afganistán. "La idea que tengo de los talibanes está vinculada a los actos atroces que cometen, como los atentados suicidas", que suelen causar víctimas civiles.

Nada más llegar a Kabul, Fátima mostró el vídeo a sus amigos y "al cabo de tres días" lo colgó en Facebook, sin prever el revuelo que se iba a montar. "La mayor parte de la gente me dijo que era muy valiente", declaró.

La joven no cree en un cambio de método de los insurgentes, sobre todo a la vista de lo ocurrido en Kunduz (norte), una ciudad bajo su control durante tres días en septiembre. Los insurgentes incendiaron un refugio para mujeres maltratadas. Según los habitantes saquearon un colegio para niñas y agencias de promoción de la mujer.

Después los talibanes levantaron retenes temporales en la región, como en Chechma i Cher, la aldea donde fue parado el autobús de Fátima. "A primera vista, los habitantes (de Chechma i Cher) parecían entenderse bien con los talibanes, pero si mirabas más de cerca, estaban aterrados", cuenta.

"Si los talibanes regresaran al poder, tendría mucho miedo. Vi lo que pasó en Kunduz", asegura. Fátima tiene todo para no gustar a los talibanes sunitas. Es mujer, joven, diplomada y pertenece a una minoría chiita.

Durante los cinco años de existencia, su régimen, derrocado en 2001 por una coalición liderada por Estados Unidos, era conocido por el trato dispensado a las mujeres, entre otras cosas. "No podíamos salir sin estar acompañadas de un hombre, ni ir al colegio", recuerda Hasina Safi, directora de la ONG Red de Mujeres Afganas.

A ella no le convence el discurso del mulá Ajtar Mansur, el jefe de los talibanes que en septiembre calificó la educación moderna de "necesidad", ni el del talibán grabado por Fátima. "Hay un abismo entre las palabras y los hechos", afirma Safi.

Fátima lo interpreta como un cambio de estrategia de los talibanes que "quieren ganarse los corazones de los civiles y demostrar que si estuvieran en el poder serían bastante mejores que el gobierno actual" del presidente Ashraf Ghani.

El vídeo grabado por Fátima es un documento inusual, pero la joven teme que le cueste caro. Si sigue siendo el centro de atención se plantea marcharse de Afganistán. Aunque no recibió amenazas, "quedarnos nos pone en peligro a mí y a mí familia", suspira.

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