El veto imprudente de Albert Rivera

  • El "no, no, no" de Pedro Sánchez a Mariano Rajoy de las pasadas elecciones ha encontrado sucesor en el "nada con Rajoy".

    Ambos slogans significan lo mismo, o sea, Rajoy es un indeseable con el que no se puede acordar nada.

Albert Rivera participa este sábado en Sevilla en el que será su único acto de la campaña en Andalucía
Albert Rivera participa este sábado en Sevilla en el que será su único acto de la campaña en Andalucía
EUROPA PRESS
Justino Sinova

El "no, no, no" de Pedro Sánchez a Mariano Rajoy de las pasadas elecciones ha encontrado sucesor en el "nada con Rajoy" de Albert Ribera en vísperas de que se abran por segunda vez las urnas. Ambos slogans significan lo mismo, o sea, Rajoy es un indeseable con el que no se puede acordar nada. Del primero ya vimos las consecuencias: condujo a la repetición de las elecciones tras impedir o no facilitar que gobernara la fuerza que las había ganado y tiñó la figura política de Sánchez con el descrédito de la intolerancia. Como en el espectáculo político cabe todo y no existe una inmediata exigencia de responsabilidades, Sánchez se permite presumir de ser un campeón del diálogo a pesar de haber implantado una exclusión incompatible con la ética dialógica de la democracia. Y como los absurdos no suelen viajar solos, acaba de ser imitado por uno de los nuevos candidatos que venían a limpiar el escenario político.

Rivera ha adoptado frente a Rajoy la misma táctica excluyente con que le distinguió Sánchez, ampliada además por boca de su mano derecha, Juan Carlos Girauta, a las dos directas colaboradoras del líder conservador, Soraya Sáenz de Santamaría y Dolores de Cospedal. Ahora, tres por el precio de uno. Estamos, pues, ante la consolidación de un cerco al Partido Popular, cuya posibilidad de gobernar si gana las elecciones, como predicen las encuestas, será igual a cero por voluntad de dos líderes políticos que no van a ganar, que posiblemente perderán escaños con respeto al 20-D, pero que serán imprescindibles para que haya en España un Gobierno constitucionalista, defensor de la democracia de 1978, alejado de tentaciones populista y revolucionarias, y lealmente sintonizado con la Unión Europea. El veto a Rajoy aplicado por Sánchez y Rivera abrirá las puertas a la desestabilización de España en manos de Podemos, una fuerza de aluvión que quiere cambiar el sistema, o al vacío de unas terceras elecciones.

El ostracismo de la terna directiva popular, decretada por Rivera de manera tajante ("más claro no lo puedo decir", ha reiterado), implica un sorprendente exceso del papel que corresponde a un agente político. Rivera no excluye un pacto con Rajoy por discrepancia ideológica o programática -lo que entraría en los límites de la práctica política: no pactar entre quienes defienden idearios opuestos- sino que descarta a la persona. Hasta en eso sigue la estela de Sánchez, que lo llamó indecente; él viene a considerarlo indigno. Se entromete así en la organización de un partido ajeno como nadie lo ha hecho antes. Rivera, declarado defensor de la Transición que fue origen de nuestra democracia, exige un certificado de idoneidad política personal que es no solo incompatible con los usos democráticos sino una injerencia en asuntos internos de sus competidores. Es lo que pensaría él con razón si alguien exigiera su desaparición de la directiva de Ciudadanos.

Rivera tiene gestos de político inteligente y sensato. Por eso no se entiende que para reclamar pureza personal en otros no se base en argumentos objetivos, como lo sería una condena judicial o, según la práctica establecida entre los partidos, una investigación en tribunales o la apertura de un juicio oral. Se sostiene en apreciaciones y juicios de valor, confía en las declaraciones de una persona procesada o parte de la interpretación de una acción política. Y pone por enésima vez en grave riesgo el derecho a la presunción de inocencia, un principio que los políticos no descansan en reducir a papel mojado.

Sobre todo, el veto es incompatible con la historia del Partido Popular y del nuevo Ciudadanos. Ambos son partidos conservadores y liberales con un elevado porcentaje de políticas intercambiables. C's no ocupa exactamente el lugar del PP y hay que tener en cuenta que pretende situarse en el centro para ejercer política de bisagra, pero se ha alimentado en gran parte de votos salidos del electorado popular y por ideología es un socio natural, aunque no debe serlo sumiso ni a cualquier precio. Pero poner precio a la cabeza de Rajoy desborda los límites de la lógica, de la historia y de la prudencia. Hace imposible el acuerdo necesario para la estabilidad de España y abre la puerta a la aventura. Tan grave y tan inoportuno, es el veto que, si Ciudadanos se empeña en mantenerlo, de esa terquedad nacerá un Gobierno que ni PP ni C's quieren y que pondrá España en almoneda. Resulta inexplicable que Rivera haya cometido el error de empeñar su palabra en una imprudencia que solo puede corregir rectificando, es decir, incumpliendo su palabra tan solemnemente pronunciada. Mejor ponerse colorado un día que lamentarlo durante años.

Mostrar comentarios