Un día para desvelar los secretos mejor guardados del Oktoberfest de Múnich

  • 15 litros de cerveza al minuto, la galleta de jengibre, la cola-fanta, los nudos de los delantales... claves para sacar partido. 
Oktoberfest
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Laura S. Lara

El Oktoberfest de Múnich, el auténtico, es uno de esos eventos a los que hay que ir al menos una vez en la vida para saber por qué todo el mundo habla de él. Porque por mucho que leamos sobre la fiesta, por mucho que nos cuenten nuestros amigos que estuvieron o que nos imaginemos que será, nada es comparable a la sensación de atravesar las puertas de la mayor feria de la cerveza del mundo, que este año se celebra hasta el 7 de octubre.

Los pabellones de las seis cerveceras oficiales (las únicas a las que se les permite participar en el festival por ser autóctonas y elaborar la receta original de la cerveza del Oktoberfest) son del tamaño de naves industriales, de madera y con ventas de cristal, y se montan y se desmontan cada año en una labor que lleva meses de trabajo. Dentro de cada una de estas inmensas ‘casetas’, música en directo a todas horas, cerveza de trigo, comida bávara y ambiente festivo desde la mañana y hasta la noche.

Fuera de ellos, el Wiesn o recinto ferial se llena de calles con puestos de comida tradicional, souvenirs cerveceros, sombreros alpinos y atracciones que ya quisiera un parque temático. Todo en el Oktoberfest es a lo grande, desde las jarras de cerveza de un litro (tamaño único), hasta los deliciosos pretzel salados, las norias y los toboganes.

No puedes marcharte de allí sin subirte al viejo Toboggan, una de las atracciones más antiguas y queridas del festival, que desde 1933 sigue haciendo disfrutar a niños y adultos. A última hora de la tarde es divertido ver cómo los jóvenes intentan mantener el equilibrio sobre la cinta transportadora que les sube hasta la cima de la torre para tirarse luego por el tobogán de madera.

Para contrarrestar la ingesta de cerveza tampoco puedes dejar de probar la ‘cola-fanta’, el refresco estrella de Múnich que consiste en una mezcla de ambas bebidas. Y, por supuesto, no habrás estado en el Oktoberfest si no declaras tu amor con una galleta con forma de corazón. La lebkuchen de jengibre suele ser un regalo que se realiza en bodas y entre novios. Es costumbre incluir mensajes de amor en su interior, e incluso se usan para proposiciones de matrimonio.

Las mujeres alemanas se las suelen colgar del cuello para dejar clara su situación de ‘compromiso’. Algo que también suelen hacer mediante el dirndl, el traje tradicional bávaro. Si el delantal tiene un nudo al costado izquierdo, significa que la muchacha está libre; si lo lleva a la derecha, mejor andarse con ojo.

La fiesta termina a las 11 de la noche, una hora perfecta para levantarse despejados para otra jornada en el Oktoberfest o para aprovechar el día visitando la ciudad. Algo que merece la pena aunque volemos de vuelta a casa al día siguiente. Pasear por el centro de Múnich es una delicia. Caminar por los alrededores de la Marienplatz, entre tiendas y puestos de fruta, donde se sitúa a un lado el Neues Rathaus (el nuevo Ayuntamiento), un edificio de estilo neogótico famoso por su Glockenspiel (carillón) que suena a las 11 y a las 12 de la mañana, y al otro el viejo Ayuntamiento (el Altes Rathaus) que alberga el Museo del Juguete.

Conocer la cervecería más emblemática de Múnich, Hofbräuhaus, y su inmensa carga histórica, ya que era un lugar de reunión de la clase política y fue testigo de los primeros discursos de Hitler. Ver a los surfistas urbanos que demuestran sus habilidades acuáticas en la calle Prinzregentrestrasse, junto al puente del extremo del parque Englischer Garten. Tocar los hocicos de los cuatro leones que guardan la puerta de la Residenz, un símbolo de la familia real bávara que, según la leyenda, da buena suerte. Y comer en Paulaner Nockherberg, la espectacular brewery que la casa cervecera tiene en el este del río Isar, cerca del Deutsche Museum, cuyo origen se remonta a 1634, cuando los monjes comenzaron a elaborar cerveza en este lugar, y que ahora es una taberna con terraza al aire libre entre castaños y un imponente salón interior donde se sirve comida tradicional de Baviera y diferentes tipos de cervezas que sólo pueden probarse aquí.

El Oktoberfest en cifras

Lejos de lo que pueda parecer, el abastecimiento central de cerveza de estas grandes carpas es eficaz, respetuoso con el medio ambiente e innovador. El del Winzerer Fähndl de Paulaner, uno de los pabellones más populares de la feria con su enorme jarra de cerveza coronando la torre desde hace cien años, se realiza a través de tres tanques centrales conectados directamente con cinco tomas mediante una tubería anular subterránea. De ahí salen hasta 15 litros por minuto a partir de 11 grifos que cuentan con refrigeradores incorporados para garantizar una temperatura óptima para la cerveza.

El abastecimiento central se realiza en una sola ubicación y se ahorra un tiempo muy valioso, pues es escaso debido a las directrices de seguridad. Para hacernos una idea de lo que nos espera en el Oktoberfest de Múnich, la envergadura de este pabellón es de unos 40 metros (72 de largo x 69 de ancho y 14 de alto). Se tardan aproximadamente 10 semanas para montarlo más otra cuatro para los cimientos, y se necesitan cinco para desmontarla. La cocina es también una de las mejores equipadas del Wiesn: 12 barbacoas, 6 metros cuadrados de superficie de parrilla y plancha, 9 cámaras frigoríficas, 42 cocineros y un chef gourmet, Tobias Bosch. No en vano el Winzerer Fähndl puede sentar a cerca de 8400 personas cada día (6400 dentro y 2000 fuera).

Un poco de historia

El último fin de semana del Oktoberfest siempre coincide con el primero de octubre. Pero la razón de que dé comienzo a finales de septiembre es sencilla: el clima. El origen de la fiesta se remonta a octubre de 1810, cuando en el marco de los festejos de la boda del príncipe heredero Luis de Baviera con la Princesa Teresa de Sajonia-Hildburghausen, se celebró una carrera de caballos en una pradera situada a las puertas de la ciudad. En homenaje al acontecimiento y sus festejos, el lugar de celebración pasó a llamarse Theresienwiese, en alemán Prado de Teresa ,y es donde hoy en día se sigue celebrando la Oktoberfest, 200 años más tarde. Sin embargo, desde hace unos años el festival se adelanta unas semanas para asegurar una temperatura más llevadera y acercarse a la festividad de San Antonio. Y parece que funciona porque, según los muniqueses, la razón por la que durante el Oktoberfest no llueve es que San Antonio era bávaro.

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