Visita a la diosa del territorio talibán

  • En pleno corazón de Pakistán, donde se sospecha que los talibanes tienen su principal guarida, también se encuentra la diosa hindú de la muerte. El camino hacia Kali es arduo, pero ofrece unos parajes majestuosos e impresionantes apenas conocidos.
Kali, diosa hindú de la muerte (Foto de Kabir Bakie)
Kali, diosa hindú de la muerte (Foto de Kabir Bakie)
Kabir Bakie
H.M. Naqvi | GlobalPost

(Karachi, Pakistán). La carretera que lleva a Baluchistán tiene dos pistas. La topografía es plana. Hay algún árbol torcido en la arena y el indicio del mar a la distancia. La ruta lleva hacia el interior y cerca del horizonte se ven unos lavaderos, tiendas con el tejado de paja y la población local: pescadores, mujeres y niños, todos bronceados por el sol.

Tras dos horas de viaje, giramos a la izquierda en una gasolinera, junto a un restaurante de carretera. Después de presentarnos en un punto de control, cogemos la autopista costera de Makran. Estamos en las tierras inhóspitas de Pakistán, la supuesta sede de los talibanes. En algún lugar de toda esta extensión acecha el mulá Omar, el líder tuerto, de instintos asesinos, responsable de la matanza durante la festividad de la Ashura.

Si bien somos bastantes en número – viajamos en una caravana de 11 vehículos del Off Roaders Club- sólo estamos armados con equipamiento de camping. Después de una o dos horas más de camino, giramos hacia el Parque Nacional Hingol. Antes de insinuar que me acompañe alguien a buscar al guía local, mi anfitrión me recuerda que el parque recibe financiación del Banco Mundial: unas montañas desnudas, rugosas y azotadas por el viento se alzan en la distancia.

A la sombra de un peñasco, encontramos un pelícano que se baña en una piscina de agua azul clara. Es una visión repentina y etérea. El Parque Nacional Hingol es una enorme reserva natural, con un área equivalente a dos veces y media la superficie de Luxemburgo. El terreno está habitado por iguanas, zorros, chacales, lobos, jabalíes y hienas. No se ven los talibanes por ningún lado. Pero hay indicios de otro tipo de violencia: los restos torcidos de un puente, como si fuera un brazo desgarrado, que descansan en el lecho del río, ahora seco.

El guía, un empleado del Departamento de Puentes y Obras Públicas de Pakistán, me informa de que el caudal es enorme durante la estación lluviosa. La zona es prácticamente inhabitable. Todos los árboles están torcidos, pero las señales de tránsito casualmente están en su lugar.

Pero esto no quiere decir que Baluchistán esté abandonado de la mano de Dios. Por el contrario, es tierra santa: cuando Kali, la Madre Negra de la religión hindú, la diosa de la Muerte, sufrió su destrucción hace miles de años, su torso fue a parar a las montañas. Por lo tanto, Baluchistán no sólo es sagrado, sino que es uno de los lugares más santos de la mitología hindú.

La llegada al templo de Kali no tiene nada de espectacular: un improvisado altar del tamaño de un armario alberga la estatua de la Madre Negra, con los brazos extendidos perpendicularmente y la lengua hacia fuera. En los alrededores hay barritas de incienso y restos de coco.

En abril, llegarán aquí miles de peregrinos, tanto de esta zona como del otro lado de la frontera.

En las rocas hay grafitis en sánscrito y dos ojos que hipnotizan desde la distancia. A diferencia de los templos en los alrededores de Karachi, Nani Mandir no es grandioso. No hay agujas, arcos ni trabajos en piedra. La estructura parece cavada en la roca. Las paredes cubiertas de cal son recientes al igual que el panel exterior donde aparecen los bustos de miembros destacados de la comunidad.

Unos escalones llevan a una plataforma en dos niveles desde donde preside Kali. Hay que verlo para creerlo. ¿Quién pensaría que una diosa hindú reina en un lugar talibán?

Bajo su trono, hay una abertura, un portal a lo desconocido: una puerta de madera en miniatura abre paso a un túnel al que sólo se puede acceder a cuatro patas. Dentro, está oscuro, muy oscuro. Se supone que representa el vientre de Kali. Decido entrar. Cuando estoy a mitad de este camino en forma de herradura, me veo obligado a encender el mechero. Es difícil seguir adelante. Cuando sales, das gracias a Dios.

A la mañana siguiente salimos hacia otro lugar hindú: Chandar Gup, uno de los volcanes de lodo más famosos de Baluchistán. En la ruta, nos desviamos hacia el mar Arábigo para darnos un chapuzón. La playa de Kund Malir es como el paraíso en la tierra, dando a un acantilado. La arena es como polvo y el agua, cristalina. En el horizonte, los pescadores recorren las aguas en lanchas. Una mujer vestida con un burka no resiste la tentación: se coge la ropa, entra en el agua y se sube el shalwar hasta las rodillas.

Con la caravana, recorremos dunas y grandes extensiones de arena. Pasamos horas sin ver nada en el horizonte. Entonces, aparece una montaña solitaria. Es una subida difícil, con una pendiente de casi 45 grados y 100 metros de altura. Cuando llego a la cima, la vista es colosal, pero no es tan espectacular como la boca del volcán.

En medio de un lodo de color gris hay una serie de pozos de masilla y burbujas. Lanzo una piedra. Desaparece sin hacer ruido. La zona tiene una situación única, porque descansa sobre tres placas tectónicas: la euroasiática, la subcontinental y la arábiga. Son las misteriosas presiones subterráneas. Es una preciosa singularidad de la naturaleza, que merece veneración y sobrecogimiento.

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