Claro que entonces, por más avisos que fuese manifestando el paso del tiempo, nadie pensaba en el horror futuro, y todos necesitaban del olvido rápido y sanador. En ese clima, y en todos los confines de aquella Europa de entreguerras, proliferaron en torno a la tan fructífera tradición del garito –es decir, de la suma de talentos que en un momento estelar coinciden en frecuentarlos– una pléyade de artistas de tal calidad y variedad que su sola enumeración da cuenta del atractivo de una exposición que, estrenada en Londres, se exhibe estos días en el Belvedere de Viena.
Dicen que los años 20 del siglo xx fueron felices. Las heridas de una guerra larga y cruel cicatrizaron en un tiempo que se necesitaba festivo, regido por las artes y por la conquista de los escenarios públicos, callejeros, frecuentados y alimentados por una generación brillante, que al final quedó atrapada entre dos cataclismos de espantosas dimensiones.
La historia comienza en el París de finales del XIX, en locales míticos como Le Chat Noir o el Folies Bergère, inmortalizados ambos por artistas como Toulouse-Lautrec, o músicos como Erik Satie. Y sigue desde aquí, recorriendo décadas (de 1880 a 1960), visitando ciudades de todos los continentes: del vanguardista París al Londres más decadente y hedonista; del Berlín turbulento de la República de Weimar, al efervescente DF mexicano de los años 20; de la Viena artísticamente superpoblada de los años 10, a los antros del Harlem neoyorquino de los 30; del Zurich germinal del Cabaret Voltaire, de donde surgió el movimiento Dada, a los clubes del Teherán previo a la caída del Sha y la llegada del régimen fundamentalista.
En la imagen, folleto del Kabarett Fiedermaus, 1928, de Josef Hoffmann y póster para el Kabaret Fledermaus, 1907, de Bertold Löffler.
Apropiado signo de los tiempos, el fenómeno de la cultura de los clubes y cabarets tiene una presencia protagonista en el arte moderno, como 'Into the night' pone de manifiesto con las más de 350 obras reunidas con la colaboración de instituciones y coleccionistas privados. La ambiciosa expresión de aquel momento especial incluye pinturas, películas, grabados, fotografías, maquetas de muebles e incluso la reproducción a tamaño natural de alguno de los espacios donde se desarrolló aquel milagro de creatividad, complicidad y libertad, Un valioso material fonográfico de archivo, y otro compuesto para la muestra, completan una banda sonora riquísima en tonos y evocaciones.
En la imagen, 'Cantante', 1928, de Erna Schmidt-Caroll y 'Damenkneipe' (Club de mujeres), de Rudolf Schlichter, c. 1925.
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