Cerca de la paz, las FARC lidian con heridos de guerra en la selva colombiana

Sofía se retorcía de dolor tras la primera e inesperada herida de fuego que le propinó "el enemigo". En la selva de Colombia, la guerrilla de las FARC lidia con los que espera sean sus últimos heridos de guerra antes de firmar la paz en Cuba.

En plena tregua con los militares, esta guerrillera de 18 años fue impactada a mediados de febrero por una granada de mortero que le hirió el muslo, el pie y el brazo derecho.

"No lo esperábamos", balbuceó dolorida mientras recibía atención en un campamento en el Magdalena Medio, noroeste de Colombia, al que tuvo acceso la AFP.

Olga, una enfermera rebelde de 30 años, le retira con firmeza la venda ensangrentada del muslo sin reparar en las muecas de sufrimiento. Era la primera vez que Sofía estaba en una acción de guerra desde que se enroló en las filas insurgentes a inicios de este año.

La joven y cuatro de sus compañeros sobrevivieron con heridas a un encuentro, en apariencia fortuito, con los militares. Al comienzo no supieron bien explicar lo que ocurrió.

El domingo el jefe máximo de la guerrilla comunista, Timoleón Jiménez, confirmó a la prensa que sus hombres fueron atacados por el Ejército cuando se dirigían a recibir a uno de los comandantes que negocian la paz en La Habana, y quien debía informarlos sobre el proceso en curso.

"El Ejército sabía de la presencia de nosotros", se quejó Sofía.

El líder rebelde nunca llegó pero ella y sus demás compañeros quedaron heridos, pese a la tregua unilateral que decretaron las FARC hace ocho meses y que fue secundada por el gobierno con una suspensión de los bombardeos.

El Ejército colombiano declinó comentar a la AFP lo sucedido.

El enfrentamiento que por cinco décadas mantienen las guerrilla y las fuerzas del Estado colombiano deja unos 260.000 muertos, muchos de ellos civiles, mientras los heridos y mutilados se cuentan por miles en ambos bandos.

El conflicto también involucra al grupo rebelde del ELN y bandas de origen paramilitar de ultraderecha.

Con un punto de sutura en el cuello, Julián se enorgullece de haber convencido a Sofía de unirse a las FARC. Hoy son novios dentro de la organización y fue él quien, también herido, la alzó en brazos cuando cayó maltrecha por las explosiones.

"Es muy duro que uno vaya a ser el último muerto de la guerra, sobre todo habiendo un proceso de paz", lamentó Julián, de 23 años.

Cerca del lecho donde reposaba Sofía, Michael, de la misma edad que ella, sonreía sentado sobre una colchoneta, pese a que un proyectil casi le vuela tres dedos de la mano izquierda en el mismo ataque.

"Tenemos la orden de evitar (disparar) porque está el proceso de paz de por medio", afirmó con resignación mientras miraba su mano vendada.

Las FARC y el gobierno de Juan Manuel Santos negocian actualmente un cese del fuego bilateral y definitivo, paso previo a la firma de la paz, en medio de discrepancias por la ubicación de las tropas rebeldes que depondrán las armas.

Detener una guerra tan prolongada no es fácil.

Hace ocho años, Enrique no corrió la misma suerte que sus compañeros heridos.

Un bombardeo militar le arrancó el brazo izquierdo, y desde entonces este jefe guerrillero de 33 años, 16 de ellos en las FARC, porta el brazalete tricolor del grupo encima del muñón.

"Tuvimos muchas bajas por la crudeza del mismo conflicto", recordó.

En todo este tiempo, las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) aprendieron a enterrar a sus muertos lejos de la vista del enemigo y a curar a sus heridos en condiciones extremas.

En el ataque militar, Enrique recuerda que perdió a tres de sus "camaradas". Hoy lleva una pistola en el arnés y se las arregla con su única mano para operar el radioteléfono.

¿Qué le espera a un mutilado de las FARC cuando se firme la paz?

"Creo que si nos ha tocado en esto, que es lo más duro de la guerra, llegará el momento en que se escoja alguna especialidad, donde uno pueda desempeñar su papel como tal dentro del nuevo proceso", afirmó.

Enrique no sabe todavía muy bien lo que hará cuando deponga las armas y aguarda, obediente, las instrucciones de los comandantes que negocian el acuerdo en Cuba.

Mientras tanto los guerrilleros, que reciben clases de paz en la misma selva donde combatieron por décadas, siguen con su vida prácticamente inalterada, salvo porque según ellos ya no están combatiendo.

Se levantan antes del amanecer y en la noche se mueven por entre la tupida selva en larguísimas caminatas. Cortan leña, cocinan arroz y carne de cerdo, y apenas pueden se asean en riachuelos.

Casi nunca permanecen por mucho tiempo en el mismo sitio.

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