Decepcionante final del abono sevillano con la feria de San Miguel

  • La falta de rendimiento de la escalera ganadera lidiada hoy en Sevilla, el escaso ambiente y el momento que de alguno de los matadores anunciados para la segunda de la Feria de San Miguel sentenciaron una corrida que no había despertado grandes expectativas. Fue el último festejo del abono en la plaza de la Maestranza.

Alvaro R. del Moral

Sevilla, 28 sep.- La falta de rendimiento de la escalera ganadera lidiada hoy en Sevilla, el escaso ambiente y el momento que de alguno de los matadores anunciados para la segunda de la Feria de San Miguel sentenciaron una corrida que no había despertado grandes expectativas. Fue el último festejo del abono en la plaza de la Maestranza.

Se lidió una escalera ganadera que incluyó un primero de Daniel Ruiz de excelente clase y final rajado. El segundo, del mismo hierro, tuvo nobleza pero duró muy poco. Tercero, cuarto -sobrero- y quinto fueron de Juan Pedro Domecq y el sexto, de Parlade. No sirvió ninguno.

Manuel Jesús 'El Cid, de esmeralda y oro, silencio y ovación.

Sebastián Castella, de coral y oro, ovación y silencio.

Manuel Escribano, de Corinto y oro, ovación y silencio

La plaza registró algo más de media entrada en tarde espléndida.

ABURRIMIENTO PREVISIBLE

Desgraciadamente, el festejo que clausuraba el abono sevillano respondió punto por punto al guión establecido. La falta de química de la combinación de matadores, el momento que atraviesan los más veteranos -más que vistos en Sevilla- y la escalera de ganado escogida no eran el mejor presagio de un espectáculo que nunca fue tal.

El Cid sorteó en primer lugar un precioso y serio jabonero, un punto carbonero, al que lanceó con limpieza a la verónica. El animal se comportó con excelente clase en la lidia aunque también enseño algunas vías de agua en el motor. El diestro de Salteras pudo comprobar al tercer o cuarto muletazo las excelencias de su enemigo sin lograr despertar demasiadas ilusiones en el público.

Manuel se puso allí, se dejó enganchar la muleta y se perdió en mil y un tanteos sin lograr construir una faena con un mínimo hilo argumental. Aburrido, el toro acabó por rajarse entre la impasibilidad del público.

El cuarto cayó fulminado al topar con el burladero de matadores y tuvo que ser apuntillado por Lebrija. En su lugar salió un sobrero de Juan Pedro Domecq al que El Cid toreó, para asombro de los escépticos, con exquisita templanza a la verónica.

El diestro de Salteras encontró el acople a media altura y, ahora sí, despertó alguna esperanza. Pero no hubo más. El toro había agotado la gasolina y no hubo mucho más que hacer. Era la cuarta y última tarde en Sevilla en una temporada que ha vuelto a pasar prácticamente en blanco.

Y si hablamos de ilusiones, las que provoca a estas alturas el francés Castella en la plaza de la Maestranza son muy escasas. El segundo no terminó de definirse en los primeros tercios de la lidia y apretó hacia los adentros. Castella logró templarse y trazó una apertura faena cadenciosa y ligada que puso al público en alerta.

El toro había roto en bueno y el trasteo pareció estallar con un cambio de mano cosido a un natural completamente circular y un excelente pase de pecho que caló en la parroquia. Pero el tono de la faena no mantuvo la misma intensidad por el lado izquierdo -el animal se había ido agotando- y Castella tuvo que sortear un feo hachazo que certificaba que la faena no podía dar más de sí.

Tampoco iba a cambiar la decoración con el quinto, un ejemplar de espectacular pelaje berrendo en jabonero que se refugió en tablas a primeras de cambio. La faena, por llamarla de algún modo, no pasó de eternos tanteos que desesperaron al público.

Escribano se jugaba mucho en la tarde de ayer. De alguna manera detentaba toda la responsabilidad del festejo y se plantó casi en los medios para recibir al tercero a portagayola. Lo cuajó con el capote y lo cuidó en la lidia, luciéndolo en un segundo puyazo que tomó muy de largo.

El toro no tenía mal aire y mantuvo el son en banderillas, que el matador de Gerena interpretó impecablemente, sin acusar el reciente percance de Nimes. El tercer par, citando en el estribo y clavando por los adentros, levantó un clamor.

Escribano brindó al cónclave y comenzó su faena con pases cambiados por la espalda. No hubo acople en los primeros muletazos y el toro echó todos los frenos cuando su matador se pasó la muleta a la izquierda. A pesar de los esfuerzos del torero, ahí había acabado todo.

El sexto era el último cartucho del joven diestro de Gerena en Sevilla; también era el último capítulo de este abono de decepciones. Y puestos a dar cifras, era su novena portagayola en ese sitio sin camino de vuelta. El torero aguantó la salida al paso del animal jugándose la vida en una larga angustiosa. Pero se había consumado el desastre. El toro fue un auténtico mulo en la muleta y estrelló las ilusiones de su matador. EFE

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