"El hijo", una oda a la vida pese al "espanto" de perder a un vástago

  • Catalina Guerrero.

Catalina Guerrero.

Madrid, 31 ene.- El 25 de octubre de 2003 al director de ópera francés Michel Rostain se le abrió la tierra bajo sus pies: ese día perdió a su único hijo. Ese "seísmo" lo plasmó en "El hijo", un relato sobre esa "espantosa" desaparición que, pese al profundo dolor que destila, es también una "oda a la vida".

"¡Viva la vida, pese a todo!", enfatiza en varias ocasiones durante la entrevista con Efe Rostain (Arles, Francia, 1942), un lema también presente en su relato premiado en 2011 con el Goncourt a la primera novela y que ya ha sido traducido a dieciséis idiomas.

Un libro, editado por la Esfera de los Libros, que relata las últimas semanas de Lion, su hijo, fallecido a causa de una meningitis fulminante a los 21 años.

Recrea, además, su muerte, su sepelio y el duelo en sí, esos días posteriores a su ausencia hasta que sus padres dispersan una parte de sus cenizas en Islandia, un país en el que proyectaba estudiar.

Pero su originalidad es que lo hace desde el ángulo del "héroe" muerto: es Lion quien habla de su final y del dolor de su madre, Martine, y especialmente del sufrimiento de su padre, el autor.

"Nunca habría escrito el libro si no hubiese encontrado ese camino", asegura Rostain, quien lo redactó en 2008, después de jubilarse tras una carrera musical de más de cuarenta años, los últimos trece al frente del Quimper Théâtre de Cornouaille, en Bretaña.

Pero su gestación comenzó mucho antes, cuando un buen día en su interior empezó a escuchar "una frase que se repetía como una melodía": "¿dime papá por qué lloras?".

Esa "música que se repetía" le dio el "ángulo", el "formidable punto de vista literario" para abordar un episodio de su vida "horriblemente importante" pero de una forma "absolutamente libre".

"Es una ficción, puesto que mi hijo nunca me ha hablado después de muerto, pero al mismo tiempo es una historia terriblemente verdadera", recalca Rostain, convencido de que "nunca" volverá a ser "plenamente feliz" tras la muerte de su vástago.

A lo largo del relato vemos a Rostain con los ojos de su hijo, con su ternura, su ironía y a veces con sus comentarios críticos.

Le sorprendemos rebuscando entre sus cosas, releyendo sus apuntes de clase, escuchando los mensajes en su móvil o llevando, entre lágrimas, su edredón en brazos a la tintorería y aprovechando ese trayecto para absorber su olor entre el tejido.

"Un padre que hereda de su hijo es anormal", reflexiona Rosnain, quien diserta, además, sobre lo "extraño" que le resulta vivir "el sufrimiento inconsolable" de la pérdida, su "luto de papá", por un lado, y el éxito del libro, por otro, algo, dice, "gratificante".

"Muy agnóstico, antirreligioso y antioscurantista", Rostain aclara también que jamás escribió este libro como una catarsis para "curarse" o "sanarse", ni tampoco siente que, de una forma o de otra, su hijo siga vivo a través del mismo.

Pese a todo se siente afortunado de conservar en su interior "todas las alegrías" que vivió con su hijo y por el amor que le une a su mujer, Martine, ya que una "prueba tan terrible, un seísmo así hace frecuentemente explotar a la pareja". "Cuando los hijos mueren, los padres mueren también", afirma.

También se siente "mimado" por la vida por haber podido volcarse en el trabajo después de aquel "drama espantoso". Fue entonces cuando empezó a reflexionar sobre las "coincidencias", sobre "el azar", ya que de repente se dio cuenta de que una gran parte de las obras que había puesto en escena versaban sobre la muerte.

"De alguna manera -dice- era como si me hubiese estado preparando desde mi experiencia artística, como una especie de entrenamiento físico e intelectual".

"No quiero decir -añade- que cuando mi hijo murió estuviese preparado, pero ese entrenamiento me permitía quizá sentir mejor el dolor".

Aún así, él, quien antes de músico fue profesor de filosofía, cree que "todos somos analfabetos de los sentimientos" y que asegura que la pérdida de un hijo es "un dolor absoluto y completamente inesperado".

Con casi 70 años, Rostain echa la vista atrás y valora que ha tenido "mucha suerte", pues de los "tres sueños" que tenía de niño ha cumplido dos: ser escritor y músico. El tercero, "torero", considera que ya es "demasiado" viejo para intentarlo.

"¡Viva la vida, pese a todo! Es una forma de estar aquí en el mundo. Es verdad, aunque es duro decirlo cuando tu hijo ha muerto", concluye con una sonrisa y con la tristeza asomando por sus ojos.

Mostrar comentarios