El mango mexicano, en peligro de extinción

  • El mango de Ataulfo es muy conocido en EEUU, donde se ha convertido en un manjar. Pero la producción de esta fruta disminuye cada año porque a los campesinos no les compensa. Las condiciones climatológicas cambiantes hacen que disminuya la calidad y los beneficios de la cosecha. La caña de azúcar es mucho más rentable.
Eric Niiler, Tapachula (México) | GlobalPost

Solía ser fácil cultivar mangos: cada año llegaban las lluvias, las abejas y otros polinizadores hacían su trabajo y pronto los mangos estaban listos para recoger.

Pero este año una combinación de fuertes lluvias y las temperaturas extremas provocaron que las flores de mango florecieran antes de tiempo. Esto, a su vez, produce pequeños mangos sin pepitas que son prácticamente inservibles.

En los últimos dos años, el cultivo de mango Ataulfo (la variedad de color dorado se vende como mango “champagne” en EEUU) ha caído un 60 por ciento.

Como resultado, muchos productores están arrancando sus árboles de mango y plantando en su lugar caña de azúcar o de palma, unos cultivos de rápido crecimiento que les dan una cosecha más regular, aunque requieren fertilizantes y plaguicidas más costosos.

El agricultor Roberto Fourzali Moisés explica que cerca de la mitad de su cosecha de este año sufre malformaciones. Un mango bien formado se cotiza hasta los dos dólares en el mercado estadounidense, mientras que los más pequeños ni siquiera se pueden vender.

“A causa del calor la semilla no se ha formado”, explica Fourzali mientras selecciona mangos de una cesta de fruta ovalada, algunos del tamaño de su mano, otros cerca de un tercio más grande. “No podemos vender los más pequeños”. Fourzali, un ingeniero químico reconvertido en agricultor, ha venido cultivando el mango Ataulfo en la región del Soconusco (Chiapas) durante los últimos 18 años.

Las principales preocupaciones de los agricultores solían ser introducir sus mercancías en el mercado de EEUU o de Europa. Pero las cosas han cambiado, y las condiciones climáticas que solían funcionar como un reloj están sembrando el caos, dicen los productores.

“Estamos padeciendo los daños causados por el calor y las lluvias. Estamos en un año muy extraño”, dice Fourzali, de pie en la sombra de un árbol de mango que sirve a modo de sombrilla en un día en que el termómetro marca 35 grados.

Los problemas de Fourzali se han hecho eco en toda Chiapas, que produce más mango Ataulfo que ninguna otra región del país. México suministra el 60 por ciento del total de mangos ingeridos por los consumidores de EEUU.

“Por lo general, obteníamos 150 pesos (8,62 euros) por caja”, explica Eusebio Carlos Ortega, presidente de la Asociación de Productores de Mango del Soconusco en Tapachula. “Ahora sólo llegamos a 30 o 40 pesos (1,72 o 2,30 euros) porque todos son pequeños. Es un auténtico desastre”.

Chiapas es el hogar de cerca de 6.000 productores, que envían alrededor de 200.000 toneladas de mangos a EEUU y Canadá cada año. La variedad Ataulfo ha llegado al mercado temprano, alrededor de febrero o marzo. Su piel fina, color dorado cremoso y la falta de fibras (las cuales molestan, ya que se pegan a los dientes), han hecho de él una elección popular en muchos supermercados de gama alta de EEUU.

Carlos Ortega acusa al tiempo atípico, pero también dice que los agricultores pueden haber hecho cosas peores. La región tuvo un gran auge del algodón hace unos años, y los agricultores utilizaron demasiados pesticidas y fertilizantes, muchos de los cuales, con el tiempo, acabaron esquilmando el suelo y mataron a muchos de los insectos polinizadores.

Un estudio realizado en 2008 por los investigadores agrícolas de la Agencia para el Desarrollo Internacional de Estados Unidos (USAI) apoyó esa tesis, revelando que la producción de mango por hectárea en la región del Soconusco se había reducido de cerca de 15 toneladas en 1995 a dos o tres toneladas en 2008.

Los expertos externos dicen que la combinación de prácticas de mala gestión y los cambios climáticos están afectando a los mangos y a otros importantes cultivos comerciales de Chiapas.

“La variabilidad entre años secos y años húmedos ha pasado a ser mucho más alta”, explica Michael Richter, profesor de geografía en la Universidad de Erlangen, en Alemania, que ha estado estudiando el cambio climático en México y en América del Sur. Richter dice que la temperatura media en Tapachula ha subido más de 6 grados Farenheit en los últimos 30 años, y señala que el aire más cálido provoca más humedad y lluvias más frecuentes y fuertes.

Eso es fácil de ver en las cercanas montañas de Sierra Madre, una zona privilegiada cafetalera ubicada a unas dos horas al norte de Tapachula. Allí, en frescas laderas hacia el oeste, a unos 1.066 metros sobre el nivel del mar, en la Finca Irlanda crecen los granos de café del color de las bayas rojas.

“El café necesita una gran cantidad de lluvia, pero esto fue demasiado”, comenta Walter Peters, de 78 años de edad, sobre el café orgánico que ha estado creciendo aquí en 720 acres desde 1967. “Por lo general, el promedio anual de lluvias aquí es de 396.435 litros. El año pasado, en cuatro meses, se registraron 424.752 litros. Algo está pasando. Nadie sabe exactamente cuál es la causa”.

Peters dice que su cosecha de café se redujo a la mitad el año pasado, y cree que el culpable es el cambio climático que hay en el mundo. Mientras que los agricultores y los productores son generalmente muy pesimistas, y aunque algunos años malos no provocan un desastre ecológico, hay señales preocupantes.

Los productores de café en Colombia están registrando comportamientos anómalos similares en los patrones de lluvia y temperatura, que han dado lugar a una disminución del 25 en la cosecha de granos de café arábigo de alta calidad desde 2008. Como resultado, los precios del café de América Latina han aumentado un 85 por ciento desde el pasado mes de junio, según publicó el New York Times en marzo.

Peters dice que su hijo, que ahora dirige la parte empresarial de la plantación, podría migrar del café a las flores tropicales cultivadas en el invernadero y a la madera de fácil crecimiento. Ambos requieren menos trabajadores, y podría provocar que más mano de obra rural se dirigiera hacia el norte de la frontera para buscar trabajo.

Por su parte, Fourzali dice que está experimentando con nuevos métodos de producción y variedades más resistentes para mantener su finca y a su docena de empleados.

“No nos gusta que (los trabajadores) vayan a EEUU, preferimos que permanezcan aquí”, afirma Fourzali. “Pero si no gano dinero, tendré que recortar mano de obra”.

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