"Hay una bomba. Salga de aquí."

  • La policía afgana ha llevado a cabo redadas en restaurantes de Kabul frecuentados por occidentales. Oficialmente aducen motivos de seguridad, pero los analistas tienen claro que se trata de un giro del Gobierno de Hamid Karzai hacia una política más conservadora del Islam, buscando impedir el consumo de alcohol entre su población y vigilando más de cerca la prostitución.
Iason Athanasiadis | GlobalPost

(Kabul, Afganistán). La persona con la que estaba cenando se acababa de tomar la última cucharada de tarta de manzana con helado cuando varios hombres armados entraron en el restaurante.Parecían alerta y enfadados mientras se movían rápidamente por el bien iluminado comedor, pasando al lado de mesas llenas de comensales que disfrutaban en ese momento de comidas y bebidas que cuestan el equivalente del salario mensual de cualquier funcionario medio de Afganistán.

Otros hombres que hablaban por radio empezaron a evacuar a los clientes del restaurante.“¿Qué pasa con nuestra cuenta?”, preguntamos cuando nos sacaban.“Olvídenla, déjenla”, nos dijo un policía.

En el exterior del local, bajo fuertes luces de vigilancia y en una calle salpicada de controles, barreras de tráfico reforzadas y guardias armados, los comensales afganos eran separados de los extranjeros y sometidos a un interrogatorio.

“¿Hay una bomba?”, pregunté a un soldado que utilizaba su kalashnikov para indicar el camino de salida a la gente.“Sí, hay una bomba. Salga de aquí”, me respondió con un gruñido, ignorándome.“Probablemente es una redada”, me dijo un guardaespaldas mientras metía a su cliente en un todoterreno blindado y salía disparado seguido de otro coche, el método habitual de transporte de los trabajadores internacionales que pueden ser objetivos de secuestro o asesinato.

La redada en el Boccaccio fue tan sólo uno de los hasta siete despliegues policiales efectuados en un sólo día en varios restaurantes frecuentados por la comunidad de extranjeros en Kabul, desde trabajadores de ONG hasta diplomáticos, periodistas y espías.

Estos establecimientos están en locales con puertas de acceso dobles y en calles totalmente bloqueadas. Vigilados por agentes de la policía afgana y también por guardias privados, ofrecen una amplia selección de bebidas alcohólicas. Algunos, como el moderno L’Atmosphere, cuyo dueño francés acabó en la cárcel esa noche y puesto en libertad bajo fianza, tienen incluso piscinas en las que pasan el rato y se remojan cooperantes y diplomáticos.

“Las fuerzas de seguridad afganas realizaron una serie de redadas en restaurantes que venden alcohol y emplean a mujeres”, dice un informe interno de la Security Safety Office, una red afgana creada para proteger a los cooperantes extranjeros en la región.

Varios extranjeros fueron arrestados, incluyendo a algunas empleadas del Boccaccio de origen ucraniano. El alcohol está prohibido, pero se tolera, en la República Islámica de Afganistán.

“Las redadas se enmarcan dentro de un cambio de sentimientos que se está produciendo hacia la comunidad internacional, especialmente desde las elecciones de 2009”, añade el informe.El presidente afgano, Hamid Karzai, fue acusado de fraude electoral en las elecciones del pasado verano, lo que desencadenó tensiones entre él y la OTAN que culminaron con su amenaza de “unirse a los talibanes” si continuaban presionándole, según reveló bajo condición de mantener el anonimato un miembro del Parlamento de Afganistán a The Washington Post.

Las recientes redadas son las primeras que se producen desde 2006, cuando fuerzas gubernamentales cerraron una discoteca y varios burdeles operados por empresarios chinos.“Según la ley afgana, si se encuentra a alguien borracho no se le puede insultar o pegar, sino que hay llevarle a la comisaría de policía más cercana hasta que se le pase, y después dejarle en libertad”, dice Nassir Ahmad Farahmand, profesor de Filosofía de la Talim & Tarbiat University de Kabul. “Pero lo que dice la ley en Afganistán es una cosa, y la realidad es otra”.

Este clima moral conservador coincide con la proximidad de un acuerdo de reparto de poder entre Karzai y los talibanes, que está previsto que se cierre a finales de mes.“Karzai está montando un espectáculo para convencer a Hizb-i Islami [un grupo liderado por el influyente Gulbuddin Hekmatyar] y los talibanes que puede transformar el sistema en ‘islámico’”, afirma un analista político con base en Dubái.

“Normalmente tiene que ver con qué propietarios de restaurantes pagan a los funcionarios y cuáles no... y el alcohol que se les suele confiscar se distribuye entre los oficiales de policía”.La mayor parte de los afganos son musulmanes extremadamente tradicionales, que o bien desconocen o bien exageran lo que pueden saber de este mundo casi clandestino de locales.

Abundan los rumores sobre las supuestas grandes bacanales que se producen detrás de altos muros y alambres de espino.“Según el Islam, cada persona debe de tener su propia religión y cultura”, dice el veterano clérigo Lutfullah Haqqparast. “Pero esa libertad no debe de destruir la libertad de otros”.

A la espera de que se produzcan nuevas redadas, los varios miles de extranjeros que viven en Kabul se preparan para pasar más tiempo en el interior de sus bien protegidas villas y en los edificios de oficinas, detrás de hormigón a prueba de bombas y rodeados de agentes armados.

De momento, los locales que discretamente vendían alcohol han enmudecido.“La experiencia me dice que esto pasará, ¿por qué matar a la gallina de los huevos de oro?”, dice un diplomático extranjero en Kabul. “Pero obviamente, mientras tanto, esta situación genera malestar”.

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