Japón, ¿obsesión por la carne de ballena?

  • Un barco de la flota ballenera japonesa ha vuelto a Tokio tras cuatro meses de caza con un botín escaso. Los balleneros denuncian que se debe a las acciones de los ecologistas que se han encontrado en alta mar. Los grupos ecologistas y los principales socios comerciales de Japón no veían con buenos ojos esta misión de "captura científica", pero esto no ha evitado que Japón siga creyendo que tiene el derecho inalienable de mantener una tradición de 400 años: la caza y consumo de ballenas.
Justin McCurry | GlobalPost

(Tokio, Japón). La persistencia de Japón frente a la oposición internacional sigue siendo un misterio para muchos. A nivel diplomático y financiero, no gana nada aprovechando un vacío legal en la moratoria de 1986 de la Comisión Internacional sobre la Ballena (IWC), que le permite cazar 1.000 especímenes cada invierno.

Es evidente que los pesqueros no lo hacen para satisfacer el apetito japonés por la carne de ballena. Aunque algunos habitantes de más edad se muestran nostálgicos y aún recuerdan cuando la carne de ballena se servía en los comedores escolares –desde finales de los años 40 hasta principios de los 60-, las nuevas generaciones no entienden por qué alguien preferiría comer ballena en lugar de pollo, cerdo o ternera.

Según un estudio de 2008 del Centro de Investigación Nippon, el 95 por ciento de los japoneses consume rara vez o nunca carne de ballena. El consumo anual per cápita actualmente equivale a 4 trozos de sashimi -platos a partir de marisco o pescado crudo- al año. Como consecuencia de ello, existe una enorme oferta que ha llevado a la reintroducción de la carne de ballena en los comedores escolares en diversas zonas de Japón.

Mientras los defensores hablan de una cultura nacional de la carne de ballena, lo cierto es que sólo la consumen normalmente unos cuantos poblados costeros, con una larga tradición ligada a la industria ballenera. Estas comunidades, incluida Wada, en la costa Pacífica de Japón, tienen autorización del ministerio de Agricultura y Pesca para cazar un determinado número de ballenas más pequeñas -que no están afectadas por la prohibición de la IWC- aunque persiste el temor debido a los altos niveles de dioxina, mercurio y otras toxinas.

La captura tiene un valor económico limitado para la población local, pero constituye el arma principal de quienes quieren salvar las tradiciones y defenderse de lo que algunos llaman el imperialismo culinario occidental. De hecho, la captura de la ballena a gran escala en aguas remotas sólo se inició después que el general Douglas MacArthur, que dirigió la ocupación de Japón, declarara que la ballena era una fuente barata de proteína para esta empobrecida nación.

“La carne de ballena evitó que la gente muriera de hambre en Japón durante la escasez posterior a la guerra”, afirma Konomu Kubo, de la Asociación Ballenera Japonesa. “Esta carne es una fuente de vitalidad que permitió a Japón alcanzar un alto crecimiento económico después de la guerra y convertirse en una importante potencia económica”.

Jun Morikawa, profesor de la Universidad Rakuno Gakuen de Sapporo, es uno de los pocos japoneses que desafía abiertamente la idea de que la carne de ballena es una parte importante de la herencia cultural del país. Por el contrario, apunta a la colisión entre los burócratas de la agencia de Pesca y los políticos de las comunidades costeras, que tienen interés en promover un sector que pierde dinero y que también representa un alto costo ambiental y diplomático.

“Son como la tribu de la industria pesquera”, afirma Morikawa, que escribió el libro “Whaling in Japan: Power Politics and Diplomacy" (La captura de la ballena en Japón: Poder, Política y Diplomacia). "La caza de la ballena en Japón es determinada, ejecutada y evaluada por una pequeña élite. Es un sector que no es viable económicamente. Su misión es difundir ideas a favor de la caza de la ballena y manipular a la opinión pública para que la gente crea que comer carne de ballena es parte de nuestra cultura nacional”.

Ahora que la IWC se prepara para su reunión en Marruecos en junio, Japón –que nunca ha logrado reunir una mayoría de dos tercios para acabar con la moratoria- intenta buscar nuevas formas para mantener la actividad de su flota ballenera. Entre las propuestas, destaca una que permitiría a Japón, Noruega e Islandia realizar una captura comercial limitada a cambio de una reducción importante en la caza “científica” que se realiza actualmente.

Quienes defienden la captura de la ballena culpan a la moratoria del alto precio de la carne del cetáceo, lo cual ha impedido su reinstauración como un producto clave de la dieta japonesa. “Si bien la oferta actual de carne de ballena representa sólo el 2 por ciento de lo que era hace 40 años, nuestras costumbres y cultura están aún muy arraigadas en varias regiones”, afirma Kubo. “No es verdad que los jóvenes no coman carne de ballena porque no les gusta el sabor. Cuando organizamos sesiones especiales en las escuelas, la mayoría de los niños que prueban la carne de ballena por primera vez, dicen que les gusta”.

A pesar del daño que el sector ballenero inflige sobre la posición internacional de Japón, su suerte no depende tanto de acuerdos secretos en la IWC como de un cambio de actitud en el país. Morikawa espera que el Gobierno progresista japonés, en el poder desde el otoño pasado, “acabe con la captura para fines científicos y que al menos promueva un diálogo nacional sobre el tema”. Es un debate que los líderes del sector ballenero perderían: “La gente joven en Japón prefiere observar las ballenas que comérselas. Están más interesados en proteger la vida salvaje que en destruirla”, asegura.

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