Kajaki, la niña bonita de Afganistán

  • La presa hidráulica de Kajaki ha costado mucho dinero y sangre, algo que no se justifica frente a la limitada cantidad de energía que genera. Las autoridades estadounidenses, el Gobierno afgano y los talibanes pelean por hacerse con el control de esta fuente de suministro eléctrico, tan esencial y escaso en la región.
US Marines Patrol Remote Part Of Helmand Province Near Kajaki Dam
US Marines Patrol Remote Part Of Helmand Province Near Kajaki Dam
Ben Brody, Kajaki (Afganistán) / Charles M. Sennott, Washington (EEUU) | GlobalPost

A la sombra de los impresionantes terraplenes de la presa afgana de Kajaki, un pequeño edificio sin pretensiones expulsa dos ruidosos chorros de agua espumosa a las turquesas aguas del río Helmand, a sus pies.

Un laberinto de alambradas y cables se extiende emitiendo un zumbido desde el edificio hasta las montañas cercanas, hasta llegar a un terreno con tecnología de suministro eléctrico de la era soviética, responsable del intermitente e insuficiente suministre energético en la zona.

El triste edificio es el centro neurálgico de la planta de energía hidroeléctrica de la presa de Kajaki, que ha costado mucho dinero y sangre; un nivel de sacrificio que no se justifica demasiado bien frente a la limitada cantidad de energía que genera.

Al menos 40 soldados estadounidenses y británicos han muerto luchando en esta zona, así como cientos de soldados y civiles afganos.

Se han gastado decenas de millones de dólares para mantener la presa operativa durante los últimos diez años de guerra, y la Agencia Estadounidense de Desarrollo Internacional (USAID) acaba de aprobar un contrato de 266 millones de dólares para aumentar su capacidad de producción.

Las autoridades de EEUU y Afganistán reconocen abiertamente que contratos inmensos como el de Kajaki terminan a menudo poniendo dinero en manos de los talibanes a través de subcontratistas afganos, que son obligados a pagar para proteger a sus trabajadores de los insurgentes.

En una entrevista realizada en Kabul con el general David Petraeus antes de ser nombrado jefe de la CIA, reconoció que "sin duda tenemos que asegurarnos de que el dinero no acaba en manos de los malos. Tenemos que mejorar en la gestión de estos proyectos, y para eso hemos preparado unas normas para realizar los contratos".

Andrew Wilder, director para Afganistán y Pakistán del Instituto de EEUU para la Paz y con más de dos décadas de experiencia trabajando en el desarrollo de la zona, ha sido profundamente crítico en la aprobación de enormes contratos sin suficiente supervisión. "Hay pocas pruebas de que este tipo de ayuda aporte estabilidad. De hecho, puede tener un impacto desestabilizador".

Miembros del gobierno afgano y de USAID implicados en el proyecto rechazan las críticas, reconociendo que la presa supone unos desafíos extraordinarios, pero que también supone una gran oportunidad para suministrar una energía muy necesitada en la región.

Pocos tienen una mejor perspectiva histórica de esta planta que Said Rasul, el ingeniero de Kabul que gestiona la central hidroeléctrica y que trabaja allí desde hace 34 años.

Con una carrera extraordinaria como ingeniero, desarrollada durante la ocupación soviética, la guerra civil, el control de los talibanes y ahora la presencia de EEUU, Rasul asegura que su trabajo siempre ha consistido básicamente en gestionar la planta y también en calmar a las fuerzas militares que a lo largo de la historia han luchado por el control de esas tierras.

En este momento, explica Rasul, hay dos gobiernos afganos enfrentados que operan en esa zona.

Uno es el gobierno del presidente Hamid Karzai, que emite órdenes desde Kabul, y el otro es el gobierno en la sombra de los talibanes, que parece tener un control firme de las actividades diarias por allí.

Los dos gobiernos quieren más electricidad de la presa, y también quieren aprovecharse de los ingresos y de la lealtad política que lograrían de la población cuando se consiga. Pero ni el gobierno central ni los líderes talibanes locales parecen entender que la vieja red de suministro eléctrico del país sólo puede transportar una cantidad finita de energía, señala Rasul.

La central eléctrica de Kajaki, construida por ingenieros de EEUU en 1975, contiene dos turbinas hidroeléctricas y tiene espacio para una tercera, lo que aumentaría significativamente la capacidad de producción de la presa.

En 2008 las fuerzas británicas desplegaron una enorme operación militar para hacer llegar a la zona los componentes de una tercera turbina. Tres años más tarde, las piezas de la turbina están a la intemperie en un solar vacío cerca de la presa.

Para instalar la turbina adicional se necesitan unas 700 toneladas de cemento, roca y gravilla. La roca y la gravilla se pueden obtener localmente, pero el cemento y el equipo pesado tienen que llegar desde Kandahar, a unos 250 kilómetros de distancia, por una carretera muy peligrosa que bordea un territorio prácticamente indefendible conocido como "La zona verde" por su frondosa vegetación.

Rasul no ve una solución fácil para la instalación de la tercera turbina. Dice que las negociaciones con los talibanes fracasan porque se requiere la participación de muchos comandantes enigmáticos con intereses contrapuestos. Ya lo ha intentado.

"Conseguimos que el comandante local diese su aprobación, y otro también firmó, y otro... firmas, firmas, firmas", dice. "Después lo enviamos al gran jefe, y dijo que no, o de lo contrario os atacaremos".

Es importante reconocer que si bien las fuentes de los medios occidentales generalmente se refieren a todas las fuerzas antigubernamentales en Afganistán como los talibanes, lo que implica una estructura de mando unificada, la realidad es que hay innumerables grupos pequeños que luchan por diferentes razones y que sólo responden ante su comandante local.

Algunos están dispuestos a llegar a acuerdos con el gobierno afgano, mientras que otros han jurado luchar contra las fuerzas extranjeras hasta la muerte.

Rasul, que habla inglés, utiliza la palabra "talibanes" para referirse al gobierno afgano entre 1996 y 2001, y se refiere a los insurgentes actuales como "la oposición". Los empleados de la central hidroeléctrica, incluido Rasul, viven lejos de las instalaciones, que están protegidas militarmente, en zonas controladas por la oposición y con vecinos insurgentes.

Incluso si se instala la tercera turbina, Rasul asegura que el ingente proyecto supondría poco en términos de incremento del suministro energético para la región, a no ser que la red también se mejore.

Así que aunque se pierdan aún más vidas en combates en la zona y se gasten cientos de millones de dólares del dinero de los contribuyentes de EEUU, Kandahar City y Lashkar Gah no podrán recibir más electricidad de Kajaki, explica.

 

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