Las chicas que solo sabían ganar

  • Dominadoras absolutas de la natación sincronizada en los Mundiales de Barcelona, con siete victorias en siete finales, para Rusia la plata es solo una opción que no se contempla. Con Svetlana Romashina como última zarina de una saga inagotable, sus nadadoras conviven con la presión de saber que cualquier medalla que no sea oro tendrá el sabor de una derrota.

Àlex Cubero

Barcelona, 28 jul.- Dominadoras absolutas de la natación sincronizada en los Mundiales de Barcelona, con siete victorias en siete finales, para Rusia la plata es solo una opción que no se contempla. Con Svetlana Romashina como última zarina de una saga inagotable, sus nadadoras conviven con la presión de saber que cualquier medalla que no sea oro tendrá el sabor de una derrota.

Poco importa que la laureada Natalia Ishchenko no haya participado en la cita mundialista. Comandadas por Romashina, Rusia ha vuelto a nadar en la victoria, sin oposición de China y España.

Hará ocho años que la nadadora moscovita (1989) llegó a la elite de la sincronizada. En ese tiempo, ha pasado de acumular triunfos como una más del equipo a hacerlo como indiscutible líder. Ha brillado más que nadie en la piscina del Palau Sant Jordi, en una disciplina que mezcla deporte y arte sin saber dónde está el límite.

Desde 2005, esta estudiante de Informática en la Universidad Estatal de Moscú solo conoce el color dorado en su medallero, con tres preseas olímpicas incluidas. Fue en Roma 2009 cuando formó parte por primera vez del dúo con Ishchenko, sustituyendo a las invictas 'Anastasias' Davydova y Ermakova,

No cambiaron las cosas con la nueva pareja. Todo lo que Romashina ha tocado desde entonces se ha convertido en oro. Con cuatro metales de ese color en Barcelona, incluso se ha permitido no participar en las rutinas de equipo y combo. "No ha sido nada fácil sustituir a Ishchenko", reconoce aún así la capitana rusa de 23 años.

Mientras, bajo su regazo, emerge otro talento que parece no bajar el listón. En Barcelona ha brillado también la prometedora Svetlana Kolesnichenko (1993). Público y jueces se han rendido al dúo de 'Svetlanas', con sus clónicas coreografías, como si Romashina simplemente bailara ante un espejo. El relevo está asegurado.

"Entrenamos once horas al día, seis días a la semana. Toda nuestra vida es entrenar y entrenar, e intentar ser cada vez mejores. Solo descansamos un día. Y así es todo el año. Por eso somos las mejores", explica Kolesnichenko en declaraciones a EFE.

La historia así lo demuestra. El olimpo de la sincronizada mundial lo encabezan ocho rusas. Nombres como Davydova, Ermakova, Maria Gromova, Elena Ovchinnikova, Anna Shorina y Olga Brusnikina. En la cima, por supuesto, la gran Ishchenko, con 16 oros y 2 platas.

A ese Bolshoi áureo se aúpa ahora Romashina, con quince oros, uno menos que su predecesora. Una dinastía interminable que ha dominado esta disciplina desde la sorprendente irrupción en 1998, en Perth (Australia). En los Juegos Olímpicos se ha repetido el mismo guión, sin rival desde hace trece años.

Ya en los últimos tiempos, Rusia ha ganado diecisiete oros consecutivos en los Mundiales desde que España se subiera a lo alto del podio en combo en Roma 2009. La presión de no poder bajar esa exigencia no parece preocupar a una Kolesnichenko rebosante de confianza.

"No sé si sería un fracaso no lograr el oro en el futuro. El tiempo dirá cómo será. Pero sí, tendré que ser medalla de oro", reflexiona acerca del día en que releve a Romashina. "Por supuesto que deberé hacer lo mismo que ella. ¡No puede ser de otra manera!".

Si la líder rusa ha sido la gran triunfadora de Barcelona, la española Ona Carbonell quedará como la que mayor número de medallas ha sumado en total.

Ha participado en todas las pruebas, donde ha conquistado tres platas y cuatro bronces. Siete metales, como Gemma Mengual en 2009, aunque ella lograra entonces un oro y seis platas.

"Nosotras siempre nos planteamos por qué son tan buenas, no sabemos si es algo de cromosomas o qué", bromea Ona sobre el dominio ruso. "Está claro que es algo de entrenamiento que ellas hacen y nosotras no. Pero la principal diferencia es que tienen muchísimas más licencias y mucha más gente que seleccionar".

Su compañera de equipo, la canaria Thaïs Henríquez, coincide con la capitana española y pone números a ese abismo. "También entrenamos diez horas al día. La diferencia es que, por ejemplo, allí tienen 11.000 licencias y, aquí, 700", apunta.

Por eso, como recuerda Carbonell, "tiene mucho mérito" el papel actual de España, teniendo en cuenta que, "de los países que están en medallas, es la que menos licencias tiene".

Sucesora de las espléndidas Mengual y Andrea Fuentes -seis metales en Shanghái-, sin las que no se entendería el actual estatus español en la sincronizada, Ona comprende muy bien la presión a la que se enfrentan las futuras generaciones rusas al echar la vista atrás.

"Nosotras llevamos muchos años en el podio y hay una presión enorme para no bajar. Llegar es muy difícil, pero más es mantenerse. Lo estamos viviendo desde hace años y es muy duro. Para las rusas, en su magnitud, también debe serlo", dice Ona.

Porque a su manera, del mismo modo que sus rivales rusas, las españolas se han convertido también en esas chicas que solo saben, o solo pueden, ganar. Otra posibilidad ya no existe.

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