Los colegios rurales de Corea del Sur, a la última

  • Más inversión para menos alumnos, es la paradoja de la enseñanza rural en el país asiático. Nueve de cada diez surcoreanos viven en torno a una ciudad. Sin embargo, el Gobierno destina muchos recursos a los colegios rurales. El objetivo: mantener un alto nivel educativo tanto en las ciudades como en los pueblos.
Nueve de cada diez surcoreanos viven en torno a una ciudad sin embargo, el Gobierno destina muchos recursos a los colegios rurales.
Nueve de cada diez surcoreanos viven en torno a una ciudad sin embargo, el Gobierno destina muchos recursos a los colegios rurales.
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Michael Alison Chandler, Sangri (Corea del Sur) | GlobalPost

Cuando Han Jong Geun comenzó a enseñar hace más de 35 años, su pequeña aula de sexto grado en una aldea de Corea del Sur tenía 68 alumnos. Hoy en día, en un pueblo de montaña que está a menos de una hora de distancia de aquella escuelita, dirige una escuela a la que solo acuden 13 estudiantes.

Aunque el número de alumnos en las escuelas rurales es a veces ínfimo, el gobierno surcoreano destina importantes recursos a esos centros. En uno de los sistemas académicos más competitivos del mundo, el estado quiere ayudar a los niños que siguen acudiendo a escuelas rurales a mantener el mismo ritmo que sus compañeros en las grandes ciudades.

Rodeado de huertos de manzanas y campos de ginseng y ajos, la pequeña escuela elemental de Sangri solía tener más de 160 alumnos. Pero a medida que la economía agrícola ha ido dando paso al futuro hiperindustrializado más campos dejan de ser cultivados y el número de matriculados en la escuela decrece cada año.

Nueve de cada 10 surcoreanos viven ahora en torno a una ciudad, bastantes más que los tres de cada 10 de hace medio siglo. El área metropolitana de Seúl, con 23 millones de habitantes, acoge a prácticamente la mitad de la población del país.

Han Jong Geun cree que el pequeño número de estudiantes es la mayor fortaleza de la escuela que dirige. "En una escuela grande resulta difícil conocer a los niños y poder enseñarles de manera individual. Aquí podemos hacerlo", explica en su despacho lleno de crisantemos.

La escuela primaria de Sangri ofrece material escolar y servicio de comedor de manera gratuita. También tiene una sala de ordenadores totalmente equipada. Y aunque en gran parte del país los servicios de guardería no forman parte del sistema público, en este caso sí lo es. También son gratuitas las clases de apoyo extraescolar.

"El gobierno da prioridad a la gente del campo", explica Song Mi-ryung, una profesora de inglés que solía trabajar en escuelas grandes en la ciudad de Daegu, de más de dos millones de habitantes, pero que reconoce haber encontrado mejor tecnología e instalaciones en los centros rurales.

En total hay once empleados estables (el director, tres tutores, un profesor de informática, administradores y el coordinador del transporte escolar) que trabajan con los niños de Sangri. Una o dos veces a la semana reciben apoyo de profesores itinerantes de inglés y de arte. Los alumnos reciben también a diario lecciones de inglés por parte de profesores que están en Filipinas y que interactúan con ellos a través de las pantallas instaladas en cada aula.

"A eso es lo que yo llamo invertir en cada chaval", asegura Anthony Jackson, vicepresidente de Educación de Asia Society, una organización con sede en Nueva York. Jackson cree que las altas calificaciones de los surcoreanos en los exámenes internacionales de matemáticas y ciencias se deben a que los profesores están muy capacitados, y eso hace que eleven el nivel de exigencia a todos los estudiantes, no sólo a los de las escuelas privadas.

Para que el talento se distribuya de manera justa, los profesores surcoreanos asignados a escuelas públicas rotan de puesto cada tres o cinco años.

Una tarde de invierno en Sangri los dos alumnos de primer curso forman un pequeño círculo con su profesor y se turnan para leer. Cerca de ellos están reunidos los alumnos de tercero y cuarto, cinco niños en total que asisten a una clase de matemáticas. En la biblioteca, dos niños de quinto están practicando a hablar por teléfono en inglés con dos profesoras, una de ellas contratada en Sudáfrica.

A media mañana todo el alumnado se junta para una clase de música. Cada niño se sienta con las piernas cruzadas sobre un cojín sosteniendo un tambor para practicar los ritmos tradicionales coreanos. Por la tarde, los más jóvenes juegan al pilla-pilla en una aula antes de mancharse de pintura y pintar sobre una enorme hoja de papel criaturas marinas y garabatos azules.

Si se le pregunta a Gyeon-bae, de 10 años, quién es su mejor amigo, dirá que es Ye-dam, su único compañero en tercer curso. Y las tres niñas que integran el sexto curso suelen sentarse juntas agarradas de la mano.

Los niños en las provincias del rural tienen necesidades más complejas, ya que cada vez resulta más difícil para sus padres vivir de la tierra. No es extraño que los estudiantes vivan en un entorno de pobreza, alcoholismo o sin uno de sus progenitores. También cada vez hay más alumnos de familias multiculturales.

El gobierno de Corea del Sur está contratando a trabajadores inmigrantes para cubrir los puestos vacantes en el sector agrícola. Y como cada vez hay más mujeres que se trasladan a la ciudad en busca de formación o de puestos mejor pagados, los campesinos se están casando en matrimonios arreglados con mujeres de China y el sureste asiático.

La fuerte inversión en estas pequeñas escuelas del rural es polémica. El gobierno ha cerrado o fusionado 5.452 escuelas desde 1982 para ahorrar gastos. Las autoridades recomiendan el cierre de cualquier centro que tenga menos de 60 alumnos, pero la decisión final se toma de manera individual tras escuchar a la comunidad afectada.

Hace cinco años el pueblo de Sangri se enfrentó a la amenaza de cierre de su escuela, pero los padres presionaron para mantenerla abierta y salieron victoriosos.

Los padres acuden regularmente a las reuniones con los maestros cargados de preguntas sobre el presupuesto de las actividades extraescolares. Quieren más clases de inglés y de tecnología, admite el director. "Creen que la educación les ayudará. Quieren que sus hijos tengan una vida mejor que ellos", explica.

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