Los emigrantes albaneses prefieren la crisis griega a la pobreza de su patria

  • La mayoría de los 600.000 emigrantes albaneses que viven en Grecia prefieren soportar la grave crisis económica que atraviesa el Estado heleno que volver a sus casas en Albania, donde la vida en algunos pueblos poco ha cambiado desde la dura época comunista.

Mimoza Dhima

Korca (Albania), 22 sep - La mayoría de los 600.000 emigrantes albaneses que viven en Grecia prefieren soportar la grave crisis económica que atraviesa el Estado heleno que volver a sus casas en Albania, donde la vida en algunos pueblos poco ha cambiado desde la dura época comunista.

El retorno de Grecia de alguna familia albanesa provoca miedo entre los habitantes de la mayor ciudad del sureste, Korca, que viven de las remesas que envían sus parientes emigrantes.

Este dinero ha reemplazado los sueldos que los obreros ganaban en la antigua planta textil, la mecánica y la del azúcar que fueron saqueadas tras el cambio del sistema en 1991 y ahora yacen en ruinas.

"No tenemos estadísticas del número de los emigrantes retornados, pero camiones cargados de ropa, colchones y armarios veo pocos", afirma Lulzim Cakraj, jefe de la policía fronteriza albanesa de Kapshtice, una de las dos principales puertas de entrada con Grecia.

"No se nota flujo de los emigrantes que vienen a buscar trabajo", confirma esa percepción Sotiraq Lale, de la Oficina de Trabajo de la ciudad de Pogradec, limítrofe con Korca.

"Los griegos solían comer y beber ouzo (aguardiente de anís) en tabernas cuatro días a la semana, y ahora no pueden. ¿A eso llamas tú crisis?", cuestiona Irfan, el dueño de un bar.

"La verdadera crisis la estamos pasamos nosotros. Los precios son los mismos que en Grecia, mientras que un trabajador aquí gana 100 euros mensuales, de 6 a 7 veces menos de lo que se cobra en un mes recolectando aceitunas, manzanas y uvas de los griegos", añade.

Albania es uno de los países más pobres de Europa, con ingresos per cápita que no superan los 3.700 dólares anuales, una tasa de desempleo del 13 por ciento y una asistencia social de apenas 30 euros al mes.

La situación en el campo es más miserable, ya que un pensionista recibe 50 euros mensuales, respecto a los 350 euros que el Gobierno griego da a los ancianos albaneses residentes en territorio heleno.

"En los tiempos de Enver (Hoxha) éramos muy pobres, pero todos trabajaban en la cooperativa. Los hospitales y las escuelas eran gratuitos. Ahora todos pasaríamos hambre si la gente no hubiera emigrado. Aquí nadie te hace caso", se queja Hajredin, mientras sierra leña en la plaza central del pueblo de Cangonj.

La indiferencia del Estado está presente en este pueblo, donde además, siguen aún evidentes las huellas de la feroz dictadura comunista de Hoxha, que aisló herméticamente al país del mundo.

Una carretera llena de polvo y baches te lleva al centro, donde aparece la abandonada Casa de la Cultura, en cuya fachada se leen todavía consignas de la época comunista, como "¡Viva el Comité Central del Partido con el camarada Enver Hoxha a la cabeza!" y "¡Gloria al marxismo-leninismo!".

"Yo no vuelvo al pueblo, aunque mi marido gana ahora el sueldo de hace 12 años. Grecia es más rica que Albania y las ayudas para nosotros los pobres nunca acabarán", indica Luljeta, quien vive en Atenas y aquí está visitando a sus familiares.

Después de la apertura de las fronteras hace veinte años, más de un millón de albaneses, una tercera parte de la población, emigró a países desarrollados en busca de una vida mejor.

La mayoría cruzó ilegalmente los montes en la frontera con Grecia, donde luego muchos escondieron su fe musulmana y cambiaron sus nombres tradicionales por otros ortodoxos para ganar la simpatía de los griegos y ocupar así dignos puestos de trabajo.

Otros, del norte, falsificaron documentos en los registros civiles para convertirse en vorio-epirotas, la población de las provincias sureñas albanesas de Korca, Gjirokastra y Saranda, reivindicadas por los nacionalistas griegos como territorios helenos.

De momento son pocos los que retornan a su tierra en estos tiempos difíciles.

"En Grecia no hay futuro. La construcción ha parado, los bancos no dan créditos, los precios y los impuestos han aumentado", dice uno de ellos, Fatmir Zota, que trata con su familia de empezar una nueva vida en su ciudad natal, después de 17 años de trabajo en la construcción en Halkidiki (Grecia).

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