Los masai de Tanzania ahora son guardias de seguridad

  • En las congestionadas calles de Dar es Salaam, la capital extra oficial de Tanzania, se ha convertido en algo normal ver a los hombres caminar con machetes y eng’udi, unas varas largas que se utilizan para guiar al ganado. Son miembros de la etnia masai, que han dejado sus pueblos natales para trabajar como guardias de seguridad en la capital de Tanzania. Este fenómeno es algo asombroso, ya que durante generaciones los masai han dado la espalda a la modernidad, logrando mantener la misma apariencia, tradiciones y vida de pastores que han llevado durante siglos.
Maura R. O'Connor | GlobalPost

(DAR ES SALAAM, Tanzania). La emigración de los hombres masai a la capital (que se distinguen por sus llamativas faldas de colores y joyas) comenzó poco a poco a finales de la década de 1990, y desde entonces no ha parado de crecer.Casi todos los masai que llegan a Dar es Salaam encuentran trabajo como guardas de seguridad.

Su reputación de guerreros valientes y honestos, sumado a su falta de una educación formal que les cualifique para mejores puestos, significa que la seguridad es una de las pocas áreas en las que consiguen trabajo.Además, el creciente índice de criminalidad en la capital, que ha aumentado un 12 por ciento en 2009, ha generado una enorme demanda de guardas de seguridad.

Dar es Salaam, con una población de cuatro millones de habitantes, es la tercera ciudad con mayor crecimiento de África.“Vine aquí porque quería una vida mejor”, dice Yohana Zose, de 21 años, que se trasladó a vivir a la ciudad hace dos años. “La gente tiene fe en los masai, porque somos serios trabajando, no somos avariciosos, no robamos. Así que confían en nosotros”.

Ann May, profesora de Antropología de la University of Colorado at Boulder, dice que la principal razón por la que los masai están emigrando a las ciudades es por pobreza y hambre. “Las dos condiciones son resultado de la disminución del ganado, por enfermedades, sequía y también, muy importante desde mi punto de vista, por la enajenación de las tierras, por agricultores y por el estado, para la creación de parques”, dice.

Aunque el número exacto de masai que han emigrado a Dar no se sabe, May calcula que en la actualidad hay entre 5.000 y 6.000 de ellos en la ciudad, la mayoría de ellos chicos jóvenes y una menor proporción de hombres maduros y mujeres.Las cifras son difíciles de calcular porque, aunque han cambiado la vida de pastores por la ciudad, los masai van y vienen a menudo a sus pueblos para llevar el dinero que ganan a sus familias.

“En cuanto tengo dinero lo llevo a casa y vuelvo aquí en busca de más trabajo”, dice Loseriani Khali, de 30 años, que llegó a Dar en 2006. “Sea lo que sea que encontremos aquí, no abandonamos la cultura de la que venimos. El dinero que hacemos aquí se vuelve a casa, vuelve al ganado”.

Para mantener las estructuras de la comunidad y ofrecer protección a los masai que están lejos de sus casas, hay más de una docena de organizaciones creadas y gestionadas por los propios masai. La mayor de ellas, con unos 300 miembros, se llama Letoto, que significa “ayuda mutua” en idioma maa.

“Ayudamos de muchas formas”, dice Baraka Kaluse, de 30 años, director de Letoto. “Si se muere el miembro de una familia en el pueblo, hacemos una colecta para que alguien pueda ir al funeral. Si alguien no consigue un empleo, le ayudamos. Si alguien está enfermo, le ayudamos”.

La organización se reúne a principios de cada mes, y los miembros que no acuden a los encuentros se enfrentan a duras multas, que pueden llegar a ser de 100 dólares, el sueldo de un mes de un guardia masai.

Las organizaciones de caridad también ayudan en el caso frecuente de que uno de sus miembros resulte herido mientras trabaja. “Es muy duro cuando alguien viene a robar, porque vienen preparados con pistolas o armas”, dice Micheal Philipo, de 23 años. “Nosotros solo tenemos pangas (machetes), que son armas inferiores. Corremos peligro. Muchas personas han resultado heridas”.

Philipo cuenta el caso de un guarda que trabajaba en una pensión que sufrió un robo en febrero y que murió a causa de las heridas que le causó el ladrón con un cincel.“Cada mes hay unos tres casos de alguien que muere o resulta herido”, dice Loseriani Khali, de Letoto.

Pero pese a los peligros que asumen, el flujo de masai a las zonas urbanas continúa creciendo, y parece que incluso se está extendiendo al sur, hasta Zambia.“A la comunidad le ayuda que nosotros estemos aquí”, asegura Paulo Yoganne. “Al menos si estamos en la ciudad no tenemos que vender las vacas que tenemos en casa. No es que nos guste este trabajo, pero la vida es dura y es lo que tenemos que hacer. Es peligroso. Queremos estar en nuestras casas, pero tenemos que buscar el modo de ganar dinero”.

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