Los refugiados del campamentos de Rözske: 'queremos vivir'

    • Roszke vuelve a ser escenario de protestas de inmigrantes, que se quejan de que esperan mucho allí y pasan noches a la intemperie, antes de ser trasladados a los centros de registro.

    • Hanie Abdullah al igual que muchos de los que están aquí atrapados quiere ir a Alemania. 'Merkel es excelente', me dice.

Cuando la oscuridad cae y el frío embiste, la tensión, si alguna vez dejó de hacerlo, se apodera de Rözske. La angustia, la incertidumbre, el miedo y la desesperación son una llama que prende e incendia a todos los refugiados que están en este campamento, en la frontera de Hungría con Serbia. La de este miércoles fue la tercera noche seguida de revueltas y enfrentamientos en el campamento y seguramente no será la última.

Un olor fuerte y hediendo te recibe cuando llegas al campamento. Es el del viaje y las horas de tarvesía. Más de mil personas llegan a lo largo de la jornada a este lugar en el que se acumulan montañas de basura que hoy han empezado a retirarse por primera vez. Los niños juegan entre suciedad al escondite en tiendas de campaña que se vuelan porque tras servir de cobijo a varias familias a lo largo de estos días se han vuelto inservibles.

Al grito de 'Alemania, Alemania, Merkel,Merkel, no bus, no bus', se encaran al cordón policial que les impide el paso, entre flashes, con las manos extendidas y sujetando a sus hijos en alto para que la policía no les golpee como ya sucedió en jornadas anteriores. Entre los rostros de la revuelta, hoy sobresalen dos. Son Hanie Abdullah, de 30 años, y su hija Jana de cuatro, casi cinco. Desde que he llegado a Rözske, su voz desesperada no ha dejado de perseguirme. 'Queremos irnos de aquí, cuando nos vamos a ir?, me pregunta. No se que responderle. Aquí nadie sabe nada y son más los interrogantes que las respuestas. Nadie sabe por qué están estas personas aquí hacinadas durante horas, bajo el sol en condiciones insalubres. Tampoco cuándo se irán y ni dónde.

Hanie Abdullah, al igual que muchos de los que están aquí atrapados quiere ir a Alemania. Si le registraran como refugiado en Hungría, se quedaría atrapado en este país en el que su primer ministro, Viktor Orban, no deja de repetir que no son bienvenidos. 'Quiero a Merkel, es excelente', me comenta este sirio que huye con su familia de los Altos del Golán. Los enfrentamientos entre las fuerzas leales a Bashar al Assad y los rebeldes del Ejército Libre Sirio arrancaron en 2012, rápidamente se intensificaron y tras cuatro años de cruel guerra, no hay futuro allí. Hanie se toca el pecho, me mira, observa a su mujer, Janet, de 30 años, y a su hija: ¡'solo queremos vivir'!, exclama. La pequeña está enferma y quieren viajar a Alemania para operarla. Le pregunto qué le pasa a la niña pero no entiendo muy bien que me dice porque solo habla unas pocas palabras en inglés. Hanie lo intenta y señala el estómago. A pesar de su enfermedad y de estar atrapada en este macabro lugar, la pequeña sonríe. Nos estamos despidiendo y nos hacemos una foto. Todos los que huyen de la guerra, han inmortalizado el sufrimiento y la dureza de su vieja en sus teléfonos. Las fotos de viaje de los refugiados no son de cenas ni atardeceres inolvidables, sino de travesías mortales en barcazas hinchables y caminatas interminables a través de las vías de Macedonia y Serbia. Las miles de personas aquí atrapadas dan un nuevo significado a la palabra viaje. Para ellos no evoca descanso ni placer, sino imposición e huida. Las revueltas continúan. Hanie está fuera de sí. Empieza a abofetearse la cara con rabia. La pequeña rompe a llorar. Son momentos de tensión, angustia y desesperación que solo la llegada de ocho autobuses logran reducir.

Alrededor de 400 policías húngaros les ordenan que abran paso a los ocho autobuses que intentan entrar en el campamento pero no pueden porque la columna de centenares de refugiados lleva más de dos horas cortando el paso porque quieren salir de ahí. La policía húngara les dice que monten, que hoy se irán de allí hacia 'Budapest, Györ, Debrecen', me dice un policía. Pero nadie lo cree. Nadie aquí confía en la policía porque siempre miente y golpea.

Las revueltas en este campamento son diarias. Cientos de refugiados llegados de Siria, Pakistán, Kurdistán o Irak consideran que este lugar no es digno y que es una trampa que les detiene en su periplo hacia Alemania. De aquí, les llevan a otro campamento, a un kilómetro, pero que está desbordado. Las autoridades húngaras quieren que todos los refugiados pase por ahí, pero es imposible porque los inmigrantes llegan por cientos a través de la vía del tren que viene desde Serbia y que no ha sido cerrada por la valla alambrada que ha construido Hungría. 'A partir del 15 de septiembre cambiará la situación', comenta una periodista húngara. Al parecer, Hungría levantará otra valla fronteriza como la de 175 kilómetros en la frontera con Serbia para frenar el ritmo de entradas, que ascienden ya a más de 160.000 a lo largo de 2015.

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