
La muerte de Azzam Al Abdullah, un niño de siete años, ha traspasado las fronteras de Turquía debido a la brutalidad del caso. Raasa Osman, madrastra del pequeño, acabó con su vida después de que este llegase tarde a casa e intentó culpar al coronavirus del fallecimiento.
Según informa 'The Sun', el ataque mortal tuvo lugar en la casa familiar de la familia en la ciudad de Konya en marzo de 2020, pero los detalles de la investigación salen a la luz ahora.
Osman golpeó a su hijo con una manguera antes de levantarlo y lanzarlo contra el suelo en repetidas ocasiones. El niño perdió el conocimiento debido a estos golpes. A continuación, la madre le echó agua en la cara y lo dejó en la cama. En ese momento, la sangre emanaba de las heridas que le habían sido provocadas.
Trató de encubrir el crimen con el coronavirus
Ismail Al Abdullah, el tío del niño, fue quien lo encontró muerto en su cama cubierto de sangre. Este explicó a la policía que la madrastra dijo que el niño había muerto por coronavirus y que debía ser enterrado inmediatamente.
"Cuando entré en la habitación había envuelto al niño en una manta. No quería que nadie lo viese. Raasa habría enterrado al pequeño si nadie se hubiese enterado de lo sucedido", explicó Ismail.
Tras su arresto, Raasa contó en un principio a la policía que el niño había llegado tarde a casa con heridas en el cuerpo derivadas de una pelea. Según informaron medios locales, más tarde confesó que lo había golpeado con una manguera, pero que no tenía ninguna intención de matarlo. "No lo hice deliberadamente. Lo golpeé porque llegó a casa tarde", indicó. Raasa recibió una condena de cadena perpetua.
La investigación desveló que el padre del pequeño había sido deportado a Siria 15 días antes del incidente. El niño vivía con Raasa y sus hermanos y era obligado a recoger basura de la calle para conseguir dinero.
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