"Reformas sólo llegarán cuando se sepa verdad",dice superviviente Tiananmen

  • Han pasado 23 años, pero el recuerdo de Tiananmen no desvanece en la memoria del profesor Shao Jiang, entonces estudiante y para siempre superviviente de una matanza que acalló las voces de cambio de miles de jóvenes chinos, unas reformas que sólo llegarán, dice, "cuando la gente conozca la verdad".

Paloma Almoguera

Pekín, 4 jun.- Han pasado 23 años, pero el recuerdo de Tiananmen no desvanece en la memoria del profesor Shao Jiang, entonces estudiante y para siempre superviviente de una matanza que acalló las voces de cambio de miles de jóvenes chinos, unas reformas que sólo llegarán, dice, "cuando la gente conozca la verdad".

"¿Cuál es la verdad?", se le pregunta por teléfono, y Shao, exiliado en Europa desde 1997, asegura a Efe que ésta sigue oculta "bajo la propaganda del régimen unipartidista, que todavía coarta las libertades y reprime los derechos humanos".

Por eso, se muestra incrédulo ante los anuncios reformistas del actual primer ministro chino, Wen Jiabao, y también acerca de las políticas cambistas que, en teoría, heredarán los sucesores de los líderes chinos en el cónclave de finales de año.

"Se podría decir, incluso, que la situación ha empeorado con respecto a finales de los ochenta", asevera, y argumenta que, ahora, el régimen "ha intensificado su aparato censor" por la expansión de las redes sociales y ante el temor de que internet sirva de propulsor de manifestaciones similares a las de la plaza pequinesa.

Entonces, hace hoy 23 años, Shao fue testigo de cómo los tanques y los soldados abrían fuego de forma indiscriminada contra civiles y sus cuerpos quedaban tendidos en la carretera, una reacción que asegura nunca habría imaginado.

"Sabía que los tanques eran utilizados en contra de los enemigos, pero, tal vez de forma inocente, nunca imaginé que el gobierno los emplearía contra su propia gente".

Shao consiguió salir con vida de la matanza. Él tampoco sabe cuántas personas murieron aquel mes de junio en Pekín (las cifras oscilan entre los cien y los tres mil, según las fuentes), pero no ha cejado en su lucha por un cambio político en China desde que saliera a las calles de Pekín cuando aún era un estudiante de 22 años.

Convertido ahora en profesor de sociología de la Universidad de Westminster, en Londres, combina su faceta de docente con su activismo en Amnistía Internacional (AI), su blog (donde publica de forma periódica sobre la actualidad china) y su afición por redes sociales como Twitter.

"Mucha información se mueve ahora allí", dice, y, aunque admite que es "muy complicado" organizarse con otros exiliados y activistas que aún están en China, es consciente del valor de la herramienta.

"Es mucho más fácil contactar con la gente", comenta, y, en apenas unos minutos, interrumpe brevemente la conversación al recibir un mensaje que le advierte de la detención de unos activistas en una provincia china (sin trascender su identidad), en plena campaña gubernamental de control de posibles actos de conmemoración del aniversario.

Él sí ha podido organizar hoy una ofrenda con velas frente a la Embajada de China en Londres en honor a la memoria de las víctimas, consciente de su "suerte", asegura a Efe, y de la necesidad de que los crímenes no caigan en el olvido.

Ese espíritu crítico fue el que le llevó a analizar medios alternativos chinos en los prolegómenos de la matanza, de la que salió detenido y enviado a la cárcel durante dieciocho meses para, después, quedar confinado bajo arresto domiciliario hasta que escapó en 1997.

"Como Chen Guangcheng", dice a Efe, en referencia al disidente ciego que, tras zafarse de la vigilancia policial y estar seis días en la Embajada de EEUU en Pekín, se encuentra ahora en Nueva York.

Él también contó con compañeros que le ayudaron a planear el escape y llegar hasta Hong Kong, de donde consiguió volar hasta Suecia para, posteriormente, trasladarse a Inglaterra, su país de acogida actualmente.

Desde que huyó de su país, Shao no ha regresado a China, "volvería a la cárcel", asevera, y, aunque le pesa no ver a su familia, que todavía reside en Tianjin (noreste), insiste en que es "feliz" y un "afortunado".

"Aquí puedo hacer muchas cosas. Mi visión es trabajar duro para cambiar la situación", y explica que está terminando su doctorado sobre el sistema político y la democratización de China.

Su receta para el cambio es, sobre todo, la educación. Confía en internet y en la capacidad autodidacta de la juventud:

"En el 89 aprendí muchas cosas. Ahora, los jóvenes no entienden qué pasa porque no lo vivieron y sus padres les educan en el silencio para que no creen problemas. Es una postura cínica y es el principal problema", asegura.

"Si quieres conseguir un gran cambio, al menos tienes que movilizar al 20 por ciento de la población", algo que, de momento, no ve posible, pero tampoco inalcanzable.

"Aunque el Gobierno no quiera dar derechos, la situación puede cambiar si las personas se educan y organizan entre ellos", sentencia con la madurez de la mediana edad, aún fiel a los principios que le impulsaron a tomar las calles de la capital china unos días que pasarían a engrosar la lista de infamias mundiales.

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