Opinión

La degradación del servicio público: para qué estudiar si con un test me aprueban

María Jesús Montero
María Jesús Montero
EFE

Atrás quedan los tiempos en los que el opositor se encerraba en su cuarto, subrayaba los libros, ponía post-it en los códigos de legislación, memorizaba textos, hacía ejercicios y acudía a clase a aprender materias para poder sacar la mejor nota en el examen.

Ya no hacen falta los apuntes, los post-it, ni los códigos de legislación. Gracias al curso AAA, o BBB, o CCC, al opositor le han “descontado” diez temas de una parte de la oposición, y en el examen solo hace falta un bolígrafo que, misteriosamente, solo escribe “X”, las del tipo test normalizado al que todo “opositor-light” se va a presentar en la fecha establecida.

Caminamos hacia un mundo en el que encontrar una mente lúcida, inteligente, analítica y reflexiva será toda una proeza, una suerte de homo sapiens en extinción que se expondrá en los museos cual rareza.

Pronto, si no se detiene esta tendencia antes, los ciudadanos-opositores harán exámenes tipo test, y tras la sucesiva repetición de exámenes, sólo estudiarán lo que cayó en los años anteriores (no será costumbre hacer preguntas nuevas).

La gente desconocerá qué es eso de “leer”, mucho menos “estudiar”, avanzando a un mundo que, como auguraba Walter Tevis en “Sinsonte”, apenas habrá una persona o dos que descubran que antiguamente se leía y se escribía.

Los bolígrafos servirán solo para hacer cruces en los tipos-test y posteriormente ganar un empleo público en la profesión que corresponda.

Parece ciencia ficción, pero, tristemente, es una situación a la que puede que se llegue con las anunciadas “oposiciones-light”. Todavía está pendiente por averiguar cuántas oposiciones, qué formación y cualificación presentan aquellos que han orquestado tamaño despropósito.

Todos los que hemos opositado conocemos el gran esfuerzo que conlleva prepararse para una serie de exámenes que tienen como objetivo demostrar que el opositor está capacitado para el empleo público al que aspira.

Querer resolver el problema de que no se cubran vacantes en promoción interna, reduciendo el nivel, es una estrategia abocada al fracaso, puesto que reducir el listón de lo que se pide en el examen solo inducirá a menos esfuerzo y a que el opositor se acomode. A este paso, cuando hagan el tipo test tendrán que “sugerir” las respuestas al margen.

Si se cubren pocas vacantes de promoción interna, la solución debería ser atender al origen del problema: la falta de preparación. Bien sea en la oposición, o bien sea por la falta de conocimientos al acabar la formación escolar o universitaria.

La oposición es un sistema de gran perspectiva democrática, accesible a todos, pero que solo ganan los mejor preparados. Sin embargo, querer “democratizar” la vagancia, el regalado del aprobado, denosta la condición de funcionario público.

Si Balzac levantara la cabeza, su “Fisiología del funcionario” se le quedaría corta ante tan denodados esfuerzos por incrementar la desidia en el acceso al empleo público.

Por otro lado, piénsese en los incautos -dicho con respeto- opositores que están esforzándose para acceder a un puesto por promoción interna con el sistema, digamos “antiguo”. ¿Cómo verán que haya compañeros que por esperar un poco más -es decir no sacaron la plaza en su día- se les regala el aprobado con un tipo test?

¿Y qué suerte de divina elección han tenido los funcionarios de promoción interna frente a los de acceso libre? Resulta extraño que se puedan “convalidar” conocimientos que a saber cuándo se adquirieron y si están actualizados.

Después de estas cosas no podemos lamentarnos de que exista fracaso escolar cuando el esfuerzo carece de recompensa y la solución es rebajar a todos por igual.

El sector público (y el sector privado también) pueden resentirse gravemente de esta degradación del servicio público y de la imparcialidad, objetividad y rigor que debe regir el acceso al mismo. Grave perjuicio para el público y para la gestión de los intereses generales que le corresponde a la Administración.

No obstante, al paso que vamos, pocos podrán protestar, pues como en “Sinsonte”, ¿cuántos quedarán en el futuro que sepan leer estas líneas?

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