OPINION

'Adán y Eva', cuando lo último que importa es el desnudo

monica-martinez adán y eva
monica-martinez adán y eva

Levantó polémica cuando se acercaba su estreno: llegaba a Cuatro Adán y Eva, un programa de encontrar pareja en el que los enamoradizos participan desnudos. Completamente desnudos. Sin píxeles cubriendo ninguna parte.

El lío estaba asegurado, claro. El buen dato en audiencia también. Aunque, con el paso del tiempo, la desnudez del programa se ha olvidado. Porque es lo que menos importa. Porque de ese provocador detalle, utilizado como cebo para enganchar a la cuota de pantalla, pasa a un segundo plano rápido.

Esa es su gracia, que el desnudo intenta ser tratado con absoluta naturalidad y sin que prime una mirada sexual. Lo que se traduce en que, al final, la desnudez es tapada por el lado cómico del programa.

Y es que Adán y Eva, más que un espacio de buscar pareja, es un show de humor. Un nuevo género televisivo en el que ya no se quiere como antaño que el espectador se identifique con los concursantes, sino que se sienta por encima de ellos.

Por mal que haya ido tu día, reconforta plantarte frente al televisor y dejarte llevar por una buena dosis de vergüenza ajena que relativiza tus propios complejos. Y eso tiene mucho de humano, disfrutable y adictivo.

Porque los concursantes no se caracterizan por ser unos lumbreras. El casting juega en la liga de artistas del arte de confundir irse "por los cerros de Úbeda" con los 'perros de Úbeda'. Pero da igual, pues saben reírse de sí mismos.

Como sucede en una buena sitcom. Porque Adán y Eva tiene muchos ingredientes de telecomedia en la forma de presentarnos a unos personajes estereotipados. Que si el tonto, que si el ricachón, que si el villano.

Al no ser actores y no interpretar guion, ¿cómo logra el programa definir tanto sus perfiles? Gracias a la edición de imágenes y sonidos. La realización del formato es clave para contar una historia. Lo logra ordenando un puzle con lo mejor de todas las horas de rodaje. Ese puzle montado se convierte en una historia.

Una historia que se muestra siempre con una estructura muy definida. Sencilla para no perderse y no cambiar de canal. Primero se presenta a los candidatos, vestidos. Después se van quitando la ropa en una especie de balsa que se dirige a la isla. El show arranca con dos protagonistas, y luego va introduciendo otros candidatos para romper el clímax y crear conflicto. La elección de la pareja, ya con la presentadora Mónica Martínez, se celebra en un atardecer con la luz que más favorece. Porque otro de los fuertes de Adán y Eva es que los concursantes son tele-génicos. No son desagradables a la vista. De hecho, irán desnudos pero también requetepeinados y pintados.

Para el discurrir del show, también es crucial la selección de músicas, que adereza cada edición. La banda sonora de Adán y Eva está compuesta por constantes golpes de complicidad nostálgica con el espectador.

Si aparece un participante con dinero (y tierras en Murcia), el programa lo decora con la sintonía de Falcon Crest. Adán y Eva da en la diana del recuerdo colectivo. Las risas están aseguradas.

Es la televisión tróspida. Como Quién quiere casarse con mi hijo. Como Un príncipe para Corina. Es la televisión fruto de la realidad que se metamorfosea a través del montaje de imágenes. Es la televisión que es mejor vivida a través de las redes sociales: comentándola, deformándola e incluso criticándola.

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@borjateran

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