"Pensé que me iba a sacar sangre a mí ahora", dijo Sigourney Weaver al ver como experimentaban en El Hormiguero con las venas de Pablo Motos. Por suerte, la mítica actriz se libró de la jeringuilla.
Weaver acudió, este lunes, al programa de Antena 3 para promocionar Un monstruo viene a verme (producida por Telecinco). Y a buen seguro no olvidará en un largo tiempo a Pablo Motos y sus colaboradores.
Porque ya es una tradición: cuando acude un artista internacional a El Hormiguero, Motos saca toda la artillería pesada para sorprender al actor en cuestión. Es el truco del éxito del programa: crear, crear y crear hasta transgrediendo, en tiempos de la dictadura de lo políticamente correcto, con un asunto tan delicado como la sangre.
Chicho Ibáñez Serrador fue pionero en incorporar en los espectáculos de entretenimiento de nuestra televisión vísceras y sangre. Con cierta obsesión por integrar el tabú de la muerte y otros elementos del terror en los guiones de sus programas, ya fuera en propios como Un, dos, tres o en ajenos, como sucedió en un cameo en Con las manos en la masa (envenenando a todo el equipo).
El Hormiguero sigue esa estela. Y Weaver lo sufrió ayer, pues el programa se convirtió en un trepidante carrusel de pruebas delirantes: que si un truco de magia en el que al mago Jandro le salía una serpiente del ombligo, que si el comentado experimento con la sangre de Motos, que si un poco de divulgación de métodos para frenar una hemorragia tras un disparo, que si una mano robótica que destruye un coche en directo... Incluso Pablo Motos reprodujo anoche la mítica escena de Alien. Haciendo él mismo de Alien, claro (imagen de arriba). Y eso dio mucho miedo. Weawer se quedó atónita, aunque lo intentara disimular. No había visto nada igual en un talk show de televisión.
En Estados Unidos en los shows de entrevistas entran colaboradores, se crean gags e incluso se hacen experimentos. Como en El Hormiguero. Pero sólo uno o dos sketches, como mucho. Aquí, en cambio, se abruma con una trepidante yincana de numerosas secciones delirantes. No basta con una broma, el formato es una explosión de creatividad. Un aluvión de ideas para hacer flipar al invitado de turno, sobre todo si es yanqui. Y lo consiguen. Claro que lo consiguen. De hecho, el equipo de Pablo Motos ha logrado el más difícil todavía: sorprender a los que más resabiados están de tele. El Hormiguero les descoloca. Y eso no es malo, porque es justo de lo que anda escasa nuestra tele: de atreverse con ideas, que inventan y reinventan la televisión, una televisión en la que (casi) todo puede pasar. Hasta que implosione la sangre de su presentador en (falso) directo. Todo sea por la ciencia, por el espectáculo y por recuperar esa ingenuidad pérdida del público. El Hormiguero lo consigue. Porque, además de entretener, abre los ojos de la curiosidad del espectador.
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