OPINION

La increíble historia del periodista que se infiltró en el equipo paralímpico de baloncesto

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A finales de 2000, un redactor de la revista Capital entró en mi despacho y me hizo una confesión: le habían pedido que jugase en el equipo español de disminuidos psíquicos de baloncesto que iba a ir a los Juegos Paralímpicos de Sidney.

Pasaron unos segundos porque no me atreví a hacerle la pregunta:

-¿Pero tú eres…?

-No.

Me contó que la Federación Española de Discapacitados Intelectuales le había visto jugar baloncesto en unas competiciones municipales y le había pedido que formase parte del equipo que iría a Sidney.

Le dije al periodista que fuera a Australia, que se comunicase conmigo por correo electrónico y ya veríamos cuándo y cómo destapar el fraude.

Era un fraude con trasfondo económico. Si el equipo ganaba una medalla, el presidente de esa Federación, Fernando Martín Vicente, conseguiría más dinero para su causa. Un causa noble. Un medio detestable.

El periodista que medía casi dos metros y que jugaba al baloncesto se llama Carlos Ribagorda (en la foto, a la derecha en primera fila). De los doce que jugaban en la selección, sólo dos eran discapacitados psíquicos. El resto era como Carlos.

Cuando llegaron al hotel de Sidney, el coordinador les pidió que no rellenasen las fichas personales con rapidez, sino que lo hicieran con dificultad para no destapar la mentira.

Empezó el torneo. A medida que el equipo iba ganando partidos, mi angustia se iba haciendo más poderosa. Octavos, cuartos, semis y la gran final.

Disputaron el oro… y lo ganaron. La infanta Elena les visitó en Sidney con toda su buena fe, y les felicitó. Toda España estaba encantada con la victoria. Al aterrizar el avión en Madrid, los organizadores hicieron que los discapacitados bajaran del aparato en primer lugar, mientras que el resto del equipo, con gorras y gafas de sol, fue obligado a permanecer detrás de ellos para no despertar sospechas.

Un diario del Alcalá reconoció a algunos jugadores y supuso que allí había tongo. Publicaron sus dudas. Pero los organizadores, en rueda de prensa, mostraron los certificados de Discapacidad y la cosa no llegó más lejos.

Los organizadores del fraude no contaban con que nosotros, en Capital teníamos la prueba del algodón. El infiltrado.

Carlos fue con un notario a devolver la medalla al Comité Olímpico. Pedimos a los compañeros de Telecinco que nos acompañaran para dar máxima publicidad a la noticia. Mientras tanto, nosotros ya habíamos cocinado la portada del día siguiente, con el titular: ‘Fraude en los Paralímpicos’. La noticia, créanme, dio la vuelta al mundo con tanta potencia como el Ecce Homo de Borja.

El Comité Paralímpico instó una investigación, y aunque comprobó que era verdad nuestra denuncia, decidió impulsar un juicio contra todos los jugadores, los entrenadores, el director técnico y Fernando Martín Vicente, presidente de la Federación de Discapacitados Intelectuales.

Ese Comité estaba presidido y apoyado económicamente por la ONCE. El escándalo fue una mancha en el expediente de esta organización que tanto ha hecho por los ciegos y los discapacitados. Por eso digo que aquella ‘exclusiva‘ era una de las más desagradables que he tenido que publicar en mi vida.

Pero valió la pena. Los jugadores tuvieron que devolver sus medallas y, desde entonces, los Juegos Paralímpicos se celebran con más limpieza. Descubrimos que no solo había fraude en el equipo español sino en algunos más. Lo hacían para conseguir fondos que procedían de la buena fe de la gente. El dinero enloquece a algunos.

Lo malo es que Carlos Ribagorda fue imputado por la Audiencia (con los otros jugadores) de haber cometido fraude. Tras trece años de papeleos (sí, 13) este lunes se celebró el juicio. Antes de empezar, los abogados llegaron a un acuerdo por el que se retiraron las acusaciones a casi todos los imputados. Ese acuerdo que me ha dejado triste y contento.

Contento porque Carlos Ribagorda, que fue allí en una misión puramente periodística y que levantó el escándalo, salió indemne. También contento por la excelente labor de nuestro abogado (y el de G+J) Miguel Angel Rodríguez.

Pero triste porque el culpable, Fernando Martín Vicente, solo ha sido condenado a pagar unos escasos 5.000 euros y a devolver el dinero que había obtenido fraudulentamente: unos 140.000 euros.

Fernando Martín Vicente salió de los juzgados por detrás, en un BMW con chófer, y escoltado por un Mercedes donde parece que estaban sus guardaespaldas.

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