OPINION

Aparten sus sucias manos del Carnaval de Cádiz

El catalanismo secesionista, que vive en el prurito, se ha llevado las manos a la cabeza por algo que ha sucedido sobre las sacrosantas tablas del Gran Teatro Falla. Una chirigota de Chiclana llamada ‘Los Verdugos’ ha escenificado un tribunal que preguntaba al público si al preso Puigdemont había que cortarle el pelo o la cabeza, y entre el respetable había división de opiniones. Se han enfadado mucho, casi judicialmente, y han pedido justicia. Los secesionistas pueden declarar la independencia de un país que no existe, pueden arruinar a una comunidad entera, pueden llorar en Youtube, pueden inventarse la realidad, pueden escapar, pueden rezar, desdecirse, pueden hasta convertirse en holograma, pueden insultar a los demás y saltar sobre veinte mil Nissan Patrol de la Guardia Civil, pero meterse con el Carnaval de Cádiz es ir demasiado lejos.

Es cierto que quizás hubiera otras bromas para hacer. De la capital cósmica del ingenio se esperaba un poco más, aunque no puedo decirlo con autoridad, pues me queda una docena de ciclos de reencarnación para alcanzar el estadio más elevado del periodismo: cronista de Carnaval. En otra vida me gustaría escribir como Pepe Monforte, un genio de la crónica carnavalera que un día tuvo que describir una comparsa de Sanlúcar que subió al escenario vestida de enanito irlandés de la suerte con un gorro muy grande y esdrújulo estilo chistera, que se hacía llamar ‘El Talismán’. Al día siguiente, Pepe escribía en ‘La Voz’: “ Van del típico talismán de Sanlúcar”.

Los catalanicidas que nos ocupan iban del típico verdugo de Chiclana. En realidad, el gag se podía leer como una reflexión sobre el referendum de independencia y los límites de la soberanía porque planteaban si se podía votar cualquier cosa. Otro asunto es que se pudiera plantear mejor. La cuarteta en cuestión era mala como el Espidifén, pero peor era otra en la que tenían que ahorcar a una chica y como era muy bella, en lugar de con la horca, la mataban con el garrote (Sic.). Esta sí que era de cárcel. Tal vez lo punible fuera la falta de gracia de la chirigota, pero es que en Cádiz -y por extensión en España- se es libre hasta para no tener gracia. El derecho al humor malo es el que menos se entiende de todos en este país de titiriteros presos.

Es cierto que resulta difícil hacer una broma sobre los magnates del procés porque todos los chistes ya los han hecho ellos. Yo mismo durante el telediario he estado un rato cavilando a ver si se me ocurría alguno bueno, pero nada; todos me brotaban sobre corrupción política y en todas las escenas se me colaba Jordi Sánchez vestido de enanito de Jardín y la monja Rovira. Como mucho pienso en Oriol Junqueras en el refectorio de Estremera, donde las hamburguersas son duras y negras como la turmalina, y se me viene Oriol recitando el estribillo cortísimo y brillante de Los Gordos: “Como como como como, estoy como estoy”.

Últimamente se están confundiendo demasiado los conceptos de sede judicial, sede parlamentaria y sede chirigotera. Algunas voces muy atildadas se han levantado para pedir que incluso la fiscalía ponga orden el concurso gaditano. Sería terminar con la reserva intelectual de Occidente. El catalanismo, como todos los pueblos elegidos, mira el mundo con ojos de insultado y esto es incompatible con pillar las gracias, pues con las gafas de la ofensa siempre se ve borroso. Siempre hay que ponerse fino al escribir, y bruto al escuchar. Nunca al revés. Pretender que un juez ponga sus manos en las cuartetas de una agrupación carnavalera es una atrevimiento intolerable, y no lo que hizo KRLS el día en que agarró un cabreo en Bruselas y se orinó en el felpudo de Europa. El president paralelo se fue allí porque en la Grande Place se puede predicar más o menos cualquier cosa y nadie va a sacarle los colores a uno, pero venirle a hablar de libertades a un gaditano es como darle lecciones de pirámides a un egipcio. Quieto ahí.

Con el Carnaval de Cádiz no ha osado meterse nadie, ni siquiera Teófila Martínez, que es la mujer sobre la que han hecho más chistes de la historia. Bien mirado, el caso de la alcaldesa pudiera haber sido pasto de fiscalía ahora que está en liza el enfoque de género, porque todos se metían con ella por su fealdad presunta. Salvo El Selu, que le compuso con Los Enteraos un pasodoble diciéndole guapa a su manera, todos le decían fea. Dos de estas coñas pasaron a la historia. Una recitaba así: “Teo, Teo, Teo, que hasta el nombre lo tiene feo” y la otra cantaba con tono de canto gregoriano y alargando mucho las vocales: “Teeeeeooooofiiiilaaaaa...”, aguantaba un instante de silencio y entonces remataba: “¡Tú eres la hermana fea de Rafaela Carrá!”. En la penumbra del teatro se la reconocía por su melena platino en el palco municipal mientras asistía a su parte alícuota de chanzas con sonora carcajada de póquer. Todos se metían con ella y después, mayoría absoluta. La carismática alcaldesa comprendía que mientras que en Cádiz se hagan bromas sobre uno, es que la cosa marcha. El día en que en el Falla no se hagan coñas de Barcelona, o habrá terminado el independentismo o, peor, habrá comenzado la guerra. La última batalla que pierde la paz es siempre la del humor.

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