OPINION

El activista Pablo Iglesias y los primeros conflictos en el Gobierno

Pablo Iglesias. / EFE
Pablo Iglesias. / EFE

Del mismo modo que los árboles nos impiden ver el bosque, muchas veces la retórica populista de los políticos nos impide ver la verdad que subyace en los propios hechos. Todo empezó con Pedro Sánchez y su apelación al insomnio que provocaría la presencia de Pablo Iglesias y su cohorte de podemitas en el Gobierno. También descalificó con la misma vehemencia la gran deslealtad política que practican los independentistas. Pasaron las elecciones y Sánchez hizo todo lo contrario a lo que había pregonando una semana antes. La culpa se la echó al resultado electoral. Así de fácil y así de imprudente.

Han pasado dos meses del arranque de aquel novedoso y extraño experimento de coalición y vamos viendo cuál es el estilo de los “contrayentes”. Pablo Iglesias ha empezado ya a demostrar que a pesar de su buena predisposición a disfrazarse de humilde socio político, obediente y conciliador como el que más, lleva en su interior la fuerza de su sino y la de su narcisista personalidad.

El estilo Iglesias no se caracteriza por ser discreto o gregario, sino más bien por un absoluto afán de protagonismo. Y si no que se lo pregunten a sus ex colegas y fundadores de Podemos. Y claro, el nuevo vicepresidente ya lleva muchas semanas como sumiso segundón del Gobierno, y los efectos de la emoción y las lágrimas de llegar al cargo empiezan a menguar en favor del Iglesias verdadero, del narcisista-activista. Ese que es capaz de meterse en todos los charcos, incluso en los que no hay agua, que se cree el más listo de su clase y el más capaz de aterrorizar a la oposición con su dialéctica de escupidera de “saloon” del viejo Oeste.

Esta misma semana hemos podido comprobar como Iglesias empleaba -siendo vicepresidente segundo- las mismas armas verbales que cuando estaba en la oposición. Su palabrería cargada de exabruptos y descalificaciones ha vuelto a su inquieta boca. En plena sesión de control al Gobierno, con los brazos en jarra y en actitud desafiante, le soltó a la oposición un: “que se descojonen dice mucho de su catadura moral”. Lo que dice mucho de Iglesias es que utilice el “descojone” verbal siendo vicepresidente del Gobierno.

Lo que se dice en sede parlamentaria no es tan baladí como puede creer el vicepresidente, la responsabilidad de mantener cierta dignidad representativa y cierto nivel social depende mucho de la actitud que muestren los representantes elegidos por los españoles, y esta debe ser aún más encomiable y respetable según el puesto político que se ostenta. ¿Cómo vamos a respetar los ciudadanos a los políticos si entre ellos en sus intervenciones en el hemiciclo no se respetan?

Las palabras agresivas y los insultos se utilizan en los momentos más encanallados de la política. Con ese lenguaje estrafalario Pablo Iglesias no busca convencer o dar explicaciones de su actividad en el Gobierno, como exigen las sesiones de control, sino que intenta estigmatizar y expulsar a los demás partidos, actuando como oposición de la propia oposición. Denostar al rival político con insultos rebaja el nivel de la democracia y desacredita la labor política. Las funciones representativas y ejemplares van en el cargo, y uno debe saber ejercerlas con la misma dignidad con la que cobra el sueldo o acepta el predominio institucional de estar en el poder.

Otro ejemplo que demuestra que Iglesias no ha entendido todavía su nueva responsabilidad es su actitud en la reunión de esta semana con los representantes agrícolas. Además de tutelar a la ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, el nuevo vicepresidente se dedicó a animar a los agricultores a que siguieran cortando las calles y autovías: “¡Seguid apretando! ¡Que tenéis razón!”. Él, que debe velar por la paz social y dar soluciones a los problemas, se dedicó a jalear los altercados con la policía y a aplaudir las protestas, como si echara de menos sus tiempos de activista. No se puede sorber y soplar a la vez.

A todo esto hay que unirle los primeros desencuentros entre las dos partidos -PSOE y UP- que forman el Gobierno de coalición. Además de la política migratoria que intenta aplicar el ministro Marlaska, y la discrepancia con la reforma del 'solo sí es sí', también ha existido un enfrentamiento con la proposición de ley para despenalizar los piquetes, que ha sido frenada por el propio Pablo Echenique.

Esta falta de sintonía en las dos formaciones del gobierno obedece en gran medida a cierto malestar dentro de Unidas Podemos, donde un buen número de militantes critican que el partido que lidera Iglesias se está diluyendo demasiado dentro de la órbita socialista y aburguesando en su función gubernamental, y que están perdiendo su esencia como partido contestario de extrema izquierda.

Esta novedosa aventura de coalición acaba de empezar, pero todo hace presagiar -visto lo visto- que las tormentas entre socialistas y podemitas no serán una excepción en el Gobierno. La fuerte personalidad de los dos líderes principales -Sánchez e Iglesias- y los distintos intereses políticos de sus partidos chocarán más pronto que tarde. Sobre todo cuando los problemas graves empiecen a llegar -que llegarán- y haya que tomar decisiones impopulares de gran calado social.

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