En mi molesta opinión

No te digo que sea fácil, sólo te digo que valdrá la pena

No te digo que sea fácil, sólo te digo que valdrá la pena
No te digo que sea fácil, sólo te digo que valdrá la pena
Europa Press

Llevamos unos años en los que la vida, esto que utilizamos todos los días para exprimir el aliento y existir, no nos da ni una tregua, ni un segundo de respiro. No salimos de Ucrania y ya entramos en Israel. No hemos resuelto un Gobierno y ya estamos discutiendo si la amnistía es apta para todos los públicos o sólo para forofos muy recalentados. Pasamos del frío al escalofrío sin tener nunca una respuesta clara, mínimamente segura y contundente que nos explique las cosas como son y no como le conviene a alguien que sean. Todo son variaciones y aproximaciones que nos impiden ver el bosque.

Y el bosque está que arde si le sumamos los indultos que prepara el Gobierno para los socialistas condenados por los ERE. ¡Más madera que es la guerra! A Pedro Sánchez le encanta que todo arda para que todo siga igual, y su estrategia favorita es la de mezclar conflictos para aturdir al personal. Sí, ya sé que los problemas y los líos no vienen solos y nunca han de faltar, los provoque Agamenón o su porquero, o el cuñado de algún diplomático extraviado en la casa del embajador de turno. Pero resulta muy agotador pasarse los días y los meses enarbolando banderas que tampoco se van a resolver porque siempre habrá otro inconveniente que atender para que los ciudadanos sigan disfrutando de su temerosa felicidad. Esa que nunca es completa y siempre acaba con la misma conclusión: “¡Piove! Porco governo".

Que conste que valoro -no puedo decir que admiro- la función que hacen los políticos de organizarnos la vida aunque no nos guste su modo de actuar porque me parece destacable que haya personas que por un sueldo, digno pero no excesivo, y un ego sí excesivo, tengan tantas ganas de meterse en camisa de once varas y que millones de votantes se acuerden de su madre. Por otro lado están los hooligans del partido, faltos de neuronas, que defienden hasta lo indefendible con tal de aplaudir a rabiar a su ídolo. Siguiendo la sentencia histórica de Henry Kissinger cuando hablaba de Anastasio Somoza: “Sí, es un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta”; a los fans excesivamente sufridores de algunos partidos les sucede hoy día algo parecido, advierten claramente los excesos y defectos del líder y su falta de ética pero lo justifican en nombre de unas siglas y de un interés arbitrario, pero no en nombre de la libertad, la democracia y la convivencia.

Los políticos de turno nos recuerdan que todo es por nuestro bien, que ellos nunca hacen nada en su beneficio; y nosotros, tiernos retoños, creemos en la honradez del poderoso, y allá que vamos, como un árbol carnal, generoso y cautivo, para darles el voto como si fuera nuestro último suspiro. Habría que desconfiar de los políticos que muestren un exceso de ambición. A fin de cuentas, tampoco nos salvarán de la amargura de esta sociedad polarizada y encabronada, que ellos mismos fomentan, y todos seguiremos arrastrando los pies sobre el duro asfalto mientras en el telediario nos sueltan el último cuento chino sobre la tasa de paro o el fútbol femenino, dos misterios por resolver.

Sin embargo, todo esto que hoy nos aflige y nos importa mucho el día menos pensado se acaba. No es una advertencia pero sí un recordatorio para no hacernos mala sangre. Todo es muy descafeinado y con el tiempo aún lo parece más. Y si no, recuerden cuando en Moncloa gobernaban Felipe González y Alfonso Guerra la de improperios que les dedicaban todos los días la gente de derechas, espuma sacaban algunos por la boca; y ahora, se los llevarían a los dos a sus casas como souvenirs históricos de un pasado que ya no volverá. Así va este negocio de la cosa pública, tan necesaria y tan denostada por unos y otros. Si te toca un buen presidente de Gobierno, dale gracias a Dios. Si te toca un mal presidente, dale gracias a Dios para que, al menos, la cosa no empeore.

Y si a alguien le duele España, y no puede evitarlo ni con un calmante vitaminado, no huya a Portugal, mejor saque la cabeza fuera del tiesto y mire un poco más allá de sus narices. Verá cómo lo de aquí es bastante mejor que lo de allí. No sólo hablo de Ucrania o de Gaza. Seguimos siendo unos privilegiados por mucho que nos duela el zapato y nos aprieten los impuestos y las sinrazones de Sánchez. Parménides decía: “La guerra es el arte de destruir a los hombres, la política es el arte de engañarlos”. También se le atribuye la frase a d’Alembert, me da lo mismo quien la dijo primero; lo que no me da lo mismo es que siglos después las dos frases sigan siendo tan válidas como el primer día.

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