OPINION

Guijuelo o 5 Jotas, cuestión de control o potencia

Rafa Nadal
Rafa Nadal
EFE

No hay duda. Es el destino. Lo tuve claro desde que le vi desaparecer por la puerta. Y no me refiero al esparadrapo que cubría la ceja medio abierta de Pepe Puerta –delegado de ventas para la zona noroeste- tras la ingesta de nueve cubatas y un solo tropezón –eso sí, definitivo- en la convención celebrada a orillas del Sena hace ahora un mes, sino a la puerta de vestuarios de la pista central de Roland Garros al despedir a Rafa Nadal tras su nuevo trofeo.

El tenis me atrapó ese día. No me pude resistir. Comento el trance con mi maestro Shiatsu según llego a la sesión. Se muestra interesado, o al menos así lo aparenta. La camilla ya no resulta tan dura y se agradece el fresquito de la sala, más con las temperaturas que están cayendo últimamente. Me intereso por conocer algo más del deporte que –para la generación anterior- siempre conllevará la imagen de un par de dientes junto a la raqueta de rigor. Por supuesto, si menciono el nombre de Santana al tipo que me presiona en estos momentos la zona lumbar pensará, con suerte, en un todoterreno vintage de Suzuki; si se lo digo a Juárez –responsable de nóminas- tarareará las primeras notas de “Europa” mientras puntea una guitarra imaginaria; y si se me ocurre hablar con mi abuela recitará, de corrido, el trío de santos de finales de Julio… a saber, Santiago, Santa Ana y San Pantaleón. Decido no hablar de jugadores, coches, canciones o santos y bajar a la tierra, a la superficie.

El mundo de la construcción se cierne sobre mí. No es la hipoteca de la casa de la playa que aún afronto y mi ex mujer disfruta, sino una reflexión ¿cómo se fabricará y -es más- cómo se transportará el polvo de ladrillo sobre el que se juega este deporte? Gracias a la retransmisión televisiva me entero de que la tierra batida no es el nuevo sabor de verano de Frigo. Imagino un montón de obreros golpeando ladrillos una y otra vez hasta hacerlos no sólo añicos, sino polvo-polvo, una ruina tan rojiza como asfixiante. ¡Y sin mascarilla!… Este pensamiento me crea una lógica dificultad para respirar y me obliga a incorporarme rápidamente de la camilla. Aun así, sigo viendo a los operarios –inmigrantes en su mayoría- picando una y otra vez, oscureciendo de sudor sus coloridas camisetas Nike y Adidas versión mercadillo. Sin saber cómo, los grandes contratos publicitarios de las estrellas del circuito me vienen a la cabeza. Prometo no compartir este repentino sentimiento social con mi directora de RRHH, no vaya a cuestionar mi participación como representante de la empresa en las reuniones del convenio.

¿Qué harán con los calcetines después de cada partido? ¿Los lavarán? ¿Se quitará el cerco rojizo? Y si los tiran a la basura, ¿por qué no se los dan a los chavales recogepelotas o a algún espontáneo de las primeras filas, al igual que hacen con las muñequeras y las toallas, también sudadillas? ¿Podría considerarse ésta una acción de branding de la marca de calcetines en cuestión? Mañana mismo hablo con Blázquez –director de Marketing- para que me aclare este punto.

Quince iguales. Treinta a nada. Cuarenta a treinta. Yus, ¿yus? El tanteo me desconcierta. El sistema métrico decimal no debía estar vigente cuando dos tipos comenzaron a lanzarse una pelota por encima de la red. Y pensar que hay gente que no comprende el reparto de amarracos del mus… Comparado con el tenis, del que soy incipiente seguidor, el mus –del que me considero todo un maestro jedi- es un juego basado en una lógica aplastante. La chica, la grande, los pares y el juego son muchísimo más sencillos de asimilar y valorar que el ace, el break, el set o el out.

Pregunto a mi masajista acerca de una raqueta apropiada a mi nivel y expectativas, dos variables tan alejadas la una de la otra como mi mejor amigo y el abogado de mi ex mujer. –Depende si quieres control o potencia- responde. Aunque soy fiel a Durex –modelo ultra sensibilidad retardante- no me importaría probar. Me explica la importancia del material de la raqueta y el cordaje. Del grafito a la tripa de cerdo. ¿Tendría que haber cordajes con denominación de origen? Cordaje ibérico, cordaje de bellota, cordaje de Guijuelo, cordaje 5Jotas. Trasladaré esta inquietud a García-Liondo, jefe de la asesoría jurídica, para explorar así una posible nueva línea de negocio.

Con la zona lumbar ya trabajada, mister Control o Potencia se centra ahora en el área dorsal de mi espalda. Al igual que un buen tenista, también él va soltando el brazo y hace que mi contractura se vaya preparando para el tie-break. Yo mientras tanto, entorno los ojos, me imagino en la Philippe-Chatrier a las tres de la tarde, con una temperatura de 36 grados, bajo una nube de polvo rojizo y quince mil pares de ojos observándome tras unas gigantescas gafas de sol y comienzo a cuestionar mi última decisión. Algo intrínseco, por otra parte, a mi posición ejecutiva en la compañía. Volveré a releer el último título de la colección “gestión, liderazgo y toma de decisiones” de Roger Connors ¿o era de Roger Federer?

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