OPINIÓN

El 8-M es ya la 'foto de las Azores' del Gobierno Sánchez

Las mujeres llenan Madrid por el 8-M
EL 8-M es ya la 'foto de las Azores' del Gobierno Sánchez.
EFE

EL 8-M es ya la 'foto de las Azores', el 'Luis se fuerte' del Gobierno de Pedro Sánchez. La manifestación feminista de aquel día ha devenido en el principal talón de Aquiles del muro propagandístico y exculpatorio levantado por los guionistas de La Moncloa para intentar diluir su imagen de culpabilidad en la crisis del coronavirus. Todos los eslóganes gubernamentales ensayados durante la pandemia, -“Este virus lo paramos juntos”, “Nadie se va a quedar atrás” o “Salimos más fuertes”- se ensombrecen ante el escalofriante número de muertos, la negligente previsión del doctor Simón y la fuerza de las imágenes de la tarde de ese domingo en el centro de Madrid, con la vicepresidenta primera, la esposa del presidente, el ministro del Interior, ministras varias y el eminente Rafael Simancas. Todos felices y risueños como si participaran en una excursión de colegialas ñoñas del Corazón de María, con su pañuelito de 'boy scout', dando saltos y coreando frases tan originales como “¡Será la tumba del machismo, Madrid!”. En los vídeos se escucha que una de las organizadoras advierte que no se pueden dar besos, porque hay virus, pero la jovial y alegre pandilla de ministras y altos cargos sigue con la fiesta, pegando botes y repitiendo a grititos sus consignas de instituto, mientras lucen sus guantes morados.

Antes o después, a todos los gobiernos se le atraviesa una vaca en su camino. Es el famoso 'cisne negro' presagio de grandes catástrofes y de la pérdida de la credibilidad. Felipe González tuvo su 'filesas' y sus GAL. Aznar empezó a desgastarse por la guerra de Irak y hundió definitivamente su reputación por la caótica gestión de los atentados del 11-M. También Zapatero empezó a despedirse de La Moncloa el 10 de mayo de 2010, en el que oficializó la crisis y anunció un duro plan de recortes. Mariano Rajoy no tuvo mejor suerte. Pasó su etapa de gobierno arrastrando el estigma del “Luis, sé fuerte”, además del referéndum ilegal de Cataluña y un montón de casos de corrupción que desembocarían en la moción de censura de finales de mayo de 2018. El problema de los sambenitos es que trascienden a los hechos, y se pegan y tatúan en la piel como dogmas incuestionables de culpabilidad. 

Eso explica la tensión, los nervios y la cadena de errores cometida por el Gobierno de Sánchez tras la decisión de la titular del Juzgado de Instrucción 51, Carmen Rodríguez-Medel, de pedir un informe a la Guardia Civil y citar a declarar como imputado al delegado del Gobierno en Madrid, José Manuel Franco, por un presunto delito de prevaricación al haber permitido la marcha feminista del 8-M. Con independencia del resultado final de la investigación judicial, el Gobierno sabe que la decisión de la juez significa ir al origen de la expansión del virus y hurgar en una herida ya sangrante. Además, da argumentos a la oposición y sobre todo a una parte de la ciudadanía que considera que Pedro Sánchez primó su aventurismo ideológico por encima de la salud de los ciudadanos. Por eso, de nada le sirve que haya intentado cuantificar en 300.000 las vidas que supuestamente se han salvado en España con la aprobación del estado de alarma. El cálculo que interesa a los familiares de los fallecidos es saber si su padre o su madre seguirían vivos si el Gobierno hubiera anticipado una o dos semanas el confinamiento o al menos hubiera transmitido a los ciudadanos el grave riesgo que suponía el virus para su salud.

Pero además, como ocurre con todos los gobiernos pillados 'in fraganti', ha reaccionado de la peor manera, destituyendo al coronel Diego Pérez de los Cobos. El Ejecutivo cerró la semana del 24 de mayo con el escándalo del pacto con Bildu y empezó la del 25 cesando a un jefe de la Benemérita por no darle cuenta del informe que la juez le había encargado sobre la manifestación feminista en la capital de España. Nunca es fácil fijar con exactitud ese momento preciso en el que las autoridades de un país empiezan a deslizarse por la senda de la arbitrariedad, saltándose los controles democráticos y poniendo en grave riesgo el crédito de las instituciones. Sin embargo, cuando el director del CIS, la Fiscalía General, la Abogacía del Estado, la directora de la Guardia Civil, el ministro del Interior, ni siquiera disimulan y ponen todos los aparatos del Estado a trabajar para ocultar los errores de un gobierno, es el momento de empezar a preocuparse.

Esa es la verdadera dimensión del caso Pérez de los Cobos. Si el coronel no ha entendido que está al servicio del Gobierno y no de la juez que está investigando, se le presiona y se le cesa. Ahí queda el mensaje para el siguiente. ¿Qué tontería es esta de que la Guardia Civil solo obedece al Duque de Ahumada? Pero, si además el informe no nos gusta, le echamos encima la Abogacía del Estado, hacemos un contrainforme exagerando los fallos para destruir la reputación de sus autores, lo filtramos a los medios amigos y decimos que hay una operación en marcha para derrocar al Gobierno. ¿Era necesario tanto fuego de mortero si el Gobierno tiene la conciencia tranquila, si el informe incurre en tantos fallos, si como dice el doctor Simón está probado científicamente que el contagio de la manifestación fue marginal y la culpa de la transmisión masiva fue del metro de Madrid donde no hay constancia que hayan viajado recientemente ninguna de las ministras del Gobierno contagiadas?

Pero además del 8-M, el relato gubernamental tiene otro importante talón de Aquiles: el número de víctimas, que España siga siendo el primer o segundo país del mundo con más fallecidos por millón de habitantes. Aquí el encargado de afinarlo es el mago doctor Simón que lleva dos semanas practicando indescifrables números de prestidigitación. Un día afloran 600 fallecidos nuevos en su chistera y al siguiente hace desaparecer 2.000, hasta convertir la estadística del ministerio de Sanidad en un laberinto que puede servir a los intereses del Gobierno para mejorar algo la posición de España en el ránking internacional de víctimas, pero que vuelve a trasladar al ciudadano un peligroso mensaje de tranquilidad y confianza. –“¡Marlaska, Illa, Simón, hay que resistir. Sed fuertes!”.

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