OPINION

Economía colaborativa, un futuro teñido de pasado

L

a economía puede ser, como la poesía, un arma cargada de futuro. Aunque ese futuro viene cargado de pasado. Hay señales preocupantes e imágenes perturbadoras en ese sentido. El auge de la economía colaborativa, parte de ese futuro, aparece acompañado de trazos oscuros que provocan alarma. La precariedad laboral, la falta de compromiso social de algunas empresas –no todas- y la confusión entre lo "moderno" y lo conveniente son algunos de esos trazos.

En su momento, la exsecretaria de Estado de EE UU, Hillary Clinton, resumió todas las dudas y los efectos más dudosos de la economía colaborativa en la expresión "economía de la chapuza". En cierta forma es esa forma de actuar la que ha llevado al ayuntamiento de Londres a anunciar la próxima retirada de la licencia a la compañía Uber. Asistimos a una pelea difícil en la que parece que los países anglosajones llevan cierta ventaja a países más permisivos.

Inteligentes campañas han instalado en la ciudadanía una equivalencia discutible: la de que "moderno" equivale a bueno

Las plataformas en auge de la nueva economía, de Uber a Airbnb, han sabido aprovechar la demanda de nuevos servicios. También las lagunas legales –laborales e impositivas- para abrir nuevos nichos de mercado. Esa habilidad, combinada con inteligentes campañas publicitarias han instalado en la ciudadanía una equivalencia discutible: la de que "moderno" equivale a bueno.

En realidad, como sostiene el ensayista canadiense Tom Slee en el libro "Lo tuyo es mío" (Taurus 2016), parece más bien que la economía colaborativa –el futuro- extiende las más duras prácticas del libre mercado a áreas de nuestras vidas que creíamos protegidas.

Las imágenes habituales en el centro de las grandes urbes, de jóvenes y no tan jóvenes pedaleando con cajones a su espalda para hacer entregas de productos recuerdan las viejas fotografías de los desheredados del sudeste asiático en siglos pasados.

El apelativo "coolie" se aplicó a los trabajadores sin cualificación de la India, China y otros países asiáticos y a emigrantes contratados a bajo precio en las colonias europeas o en los países americanos tras la abolición de la esclavitud. El apelativo está vigente. "Coolies" o kellys (camareras explotadas en grandes cadenas hoteleras), son la representación viva de un futuro que contiene lo peor del pasado.

La imagen de jóvenes pedaleando con cajones a la espalda es propia del sudeste asiático en siglos pasados

En su último informe, el Banco de España ha advertido del peligro de que la creación de empleo en España toque techo en el ladrillo, la restauración y el turismo. El supervisor observa en su estudio que el patrón de crecimiento de la ocupación es “de nuevo, muy similar” al del anterior ciclo expansivo. En palabras más sencillas: no ha habido un cambio de modelo. Al menos no lo ha habido, o no se nota que lo haya habido, en el mercado laboral.

Enfangados en los viejos hábitos, la "modernidad" asoma y tienta. Lo hace con oferta de empleos precarios que no sirven para cortar la desigualdad creciente pero sí para descargar las estadísticas de paro. La modernidad, el futuro, se construye mejor, según recogen los estudios más serios y confirma la intuición, con la inversión en educación y en I+D.

Ahí patinamos. En España, el gasto en investigación y desarrollo ha descendido en los últimos años mientras subía en la UE. Una vez más, el futuro más inmediato viene de la mano de actividades teñidas de pasado: construcción y hostelería.

El mismo Banco de España dice también que en comparación con la anterior bonanza pre-crisis, hostelería y restauración ganan peso a expensas de la construcción. La causa, precisa, es que al tratarse de actividades donde la cualificación de trabajadores es reducida, se han trasvasado empleos de una actividad a otra. Todo teñido de pasado.

Claro que los más optimistas quizá no encuentren motivo alguno para la alarma o para la crítica. Al fin y al cabo, hasta los adelantos tecnológicos, tan del futuro, tienen trazos de otras épocas. Por ejemplo, el coche eléctrico, el vehículo cuya popularidad comenzó...en 1900. En esa fecha los coches eléctricos suponían un tercio del total de las existencias de automóviles de los Estados Unidos. El petróleo barato taponó su desarrollo. Hasta hoy. Lo dicho, el futuro está teñido de pasado.

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