Estados Unidos lanza una polémica iniciativa para mejorar la «confianza y la privacidad» en Internet

  • No está claro todavía  si la actual propuesta se convertirá en una especia de Documento Nacional de Identidad para Internet, en un Certificado Digital «a la española» o en algo intermedio

Mediante un comunicado de la Casa Blanca en el que se crea un grupo de trabajo llamado Oficina del Programa Nacional para Mejorar la Confianza y Privacidad Online el gobierno estadounidense ha lanzado una iniciativa que pretende promocionar las identidades digitales y acabar con la falta de confianza y con el problema percibido por mucha gente de que en Internet nadie sabe si los demás son realmente quienes dicen que son.

La situación tiene muchos ángulos desde los que estudiarse. Por un lado es cierto que, como decía una vieja viñeta en la que dos perros hablaban entre sí frente a un monitor y un teclado mientras chateaban, «en Internet nadie sabe que eres un perro»; por otro, tampoco es cierto que «quienes están online no saben si el resto de personas, organizaciones y empresas son quienes dicen ser». Existe todo un despliegue de soluciones técnicas y de confianza que dificultan la impersonación o el robo de identidades. Es por lo general la falta de conocimientos de algunos usuarios lo que les mete en líos, y con solo mejorar eso se solucionaría gran parte del problema.

No está claro con el planteamiento genérico realizado en el comunicado qué es lo que busca la administración exactamente. Dicen que no se trata de un «documento de identidad» como el que es obligatorio en España, por ejemplo. En Estados Unidos simplemente no existen esos documentos: quien necesita identificarse para alguna gestión importante lo hace con su tarjeta de la seguridad social, el carnet de conducir o el pasaporte (si acaso tiene). No hace falta mostrar un DNI para viajar en avión dentro del país, a veces basta con una tarjeta de crédito (fácil de falsificar, por otro lado).

Debido a esto es cierto que allí es más fácil robar y suplantar identidades en ciertos casos, pero para los ciudadanos estadounidenses por su cultura es impensable estar «fichado» en una base de datos con nombre, foto y huellas dactilares – aunque irónicamente desde hace años se obliga a los extranjeros visitantes a hacer eso mismo en las aduanas al entrar en el país. En el Reino Unido se levantó una gran polémica cuando se planteo la instauración de un identificador nacional similar al español, que no existe en multitud de países.

Por otro lado, el proyecto del gobierno norteamericano podría desembocar en algo más parecido al Certificado Digital que en España emite la Fábrica Nacional de Moneda y Timbre y que sirve para realizar todo tipo de gestiones online con la administración: pagar impuestos, multas, consultar los datos de la seguridad social y demás. Aunque no exento de problemas, es un sistema moderno, seguro y con ciertas garantías.

Aparte de todo esto, existen decenas de organizaciones y formas tanto técnicas como prácticas de intentar mejorar la «confianza online»: muchas son conocidas de los usuarios, como comprar sólo en páginas seguras que tengan el «candado», comprobar el texto de los certificados digitales que llegan al navegador desde los sitios web, verificar la autenticidad de ciertas webs y navegar por zonas y «marcas» de prestigio y bien conocidas para evitar problemas con empresas desconocidas, algo casi de sentido común.

En el plan de la administración Obama se plantea también que este sistema de identificación sea voluntario y no obligatorio, y que sean empresas y organizaciones privadas las que desarrollen las propuestas. ¿Siendo prácticos? Bastaría que todo el mundo usara una identidad de Google, Facebook o Apple «mejorada». Casi sería lo más rápido y realista, dado el gran número de usuarios que trabajan con dichos servicios. Pero en realidad todo esto tiene otros problemas añadidos: ¿Quién controlará esos datos privados? ¿Y cómo se limitará el uso que pueda hacerse de ellos?

El mayor inconveniente con este tipo de planes suele surgir cuando se plantean escenarios en los que ese gran archivo centralizado de datos personales acaba en malos de malhechores, algo que, por desgracia, ya ha sucedido más de una vez y en varios países, cuestionando así las bases de este tipo de iniciativas.

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