Túnez. Una mínima parte de quienes presenciaron los atentados podría desarrollar estrés postraumático


Aunque dos de cada tres europeos han vivido situaciones traumáticas como accidentes, catástrofes naturales, actos violentos y atentados, sólo el 1,5% desarrolla un trastorno de estrés postraumático, porcentaje que puede aplicarse a quienes han presenciado el atentado de Túnez en el que han fallecido 23 personas, dos de ellas de nacionalidad española.
Son los porcentajes que maneja la Sociedad Española para el Estudio de la Ansiedad y el Estrés (SEAS), cuyo presidente, Antonio Cano, reconoció a Servimedia que, a pesar de que más de el 60% de la población vive un hecho traumático, “la gran mayoría se va a salvar de un trastorno mental” que le impida seguir con su vida normal.
Este experto, que ha trabajado con víctimas del 11-M y reconoce que por hechos así puede haber “gente que esté afectada toda su vida”, aconseja prevenir el estrés postraumático con información y apoyo social.
A su juicio, es clave advertir a los supervivientes de la masacre de Túnez de que pueden tener su atención “centrada en 'flasback', en recuerdos, imágenes muy nítidos de lo sucedido”, y que “esa rumiación constante no es buena porque va generando cada vez más activación fisiológica”.
Pueden llegar a creer que esos recuerdos son reales, hasta el punto de “sentir que está volviendo a suceder”, lo que va aumentando los síntomas propios del trastorno postraumático, un trastorno mental grave “que puede llegar a discapacitar a una persona para seguir haciendo su vida normal”.
No obstante, el presidente de la SEAS también afirmó que no hace falta ser víctima directa de un atentado para desarrollar el trastorno de estrés postraumático, pues en casos como el de Túnez se dan algunos agravantes: no se trata de una catástrofe natural, sino que están provocados por el ser humano, y que cuando se está de vacaciones hay una confianza y relajación extra, por lo que es difícil encajar la muerte de compañeros de viaje.
“Esto desencadena una serie de reacciones emocionales y cognitivas que pueden ir multiplicando los síntomas de ansiedad, miedo y pensamientos acerca de la inseguridad del mundo y la falta de solidaridad por parte de otros seres humanos que quieren hacer daño y hacerse notar”.
Si todo ello se continúa produciendo, puede grabarse en una parte del cerebro llamada amígdala, hasta provocar que la persona se quede paralizada, se desmaye, tiemble de repente, no controle los esfínteres o le parezca que el mundo “va a finalizar y que su vida se acaba en ese momento”.
No es de extrañar, relata el experto a Servimedia, que el afectado no quiera volver a viajar en barco o “estar en un lugar de características similares” como el museo donde los radicales islamistas perpretaron el atentado.
UN MES Y REEXPERIMENTACIÓN
Al igual que el porcentaje de desarrollar trastorno de estrés postraumático es pequeño, también hay un plazo para poder diagnosticarlo. Aunque puede aparecer años después, como ha ocurrido con víctimas del 11-M, según el presidente de la SEAS ha de pasar “al menos un mes”, porque previamente se habla de un trastorno de estrés agudo.
Para llegar al peor diagnóstico tienen que darse “síntomas de reexperimentación, es decir, no paran de recordar el suceso y las sensaciones y los pensamientos y eso evoca una alta activación fisiológica, que impide dormir, concentrarse y hacer la vida normal”.
En los casos más graves, concluyó Cano, “el proceso no para”. No sólo se desarrolla un trastorno de ansiedad o estrés, sino que se diagnostica también depresión y otros trastornos consecuencia de consumir sustancias para aliviar los síntomas (desde tranquilizantes a alcohol) “que le ayuden a desconectar su mente del infierno”. En definitiva, se entra en un bucle de “cronicidad de los problemas y una mayor comorbilidad, pues cada vez va teniendo más trastornos”.

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