Rivero certifica su victoria sobre Sanahuja cuatro años después

  • Le encarnizada guerra que lidiaron el empresario andaluz y el catalán por el control de Metrovacesa se saldó con una reparto salomónico que, cuatro años después, sólo ha beneficiado al primero.
Ruth Ugalde

El primer día de marzo de 2006, una bomba cayó en el mercado: la por entonces desconocida familia Sanahuja plantaba cara a uno de los barones del negocio inmobiliario español, Joaquín Rivero, lanzando una opa sobre el 20% Metrovacesa.

De un plumazo, la aparente armonía que reinaba entre los socios saltó por los aires. La saga catalana, primer accionista de la compañía, con un 24% de las acciones, quería hacer valer su poder, pero manteniendo a Rivero al frente, como presidente.

El empresario andaluz, dueño del 6,7% de Metrovacesa por aquel entonces, no estaba dispuesto a recibir órdenes de nadie y, junto al valenciano Juan Bautista Soler, propietario de otro 5,4%, decidió recoger el guante y luchar con las mismas armas, es decir, presentando otra opa más generosa.

Esta guerra de poder llevó a sendos empresarios a protagonizar una de las épicas más apasionante de la historia empresarial española, pero también disparó su endeudamiento hasta unos límites que el tiempo ha demostrado insostenibles para los Sanahuja.

El lunes pasado, la familia catalana presentó el concurso de acreedores de Sacresa, la cabecera de todo su imperio empresaria, y certificó la tercera mayor quiebra de una compañía española, con una deuda de 1.750 millones.

Rivero, en cambio, está a punto de recuperar sus derechos de voto en Gecina, la primera inmobiliaria de Francia y la parte del botín que se quedó tras la guerra con Sanahuja.

Porque la batalla por Metrovacesa terminó en tablas y repartiéndose los fastos de la compañía. Mientras que los catalanes ofrecieron primero 78 euros por acción, lo que elevó a su oferta a 1.590 millones, Rivero puso sobre la mesa 80 euros por título, es decir, 2.117 millones.

Con tanta compra, la compañía quedó dividia en dos frentes incapaces de entenderse y que controlaban un 39% y un 36% del capital, respectivamente. Cansados de tanta agresión, en febrero de 2007 acordaron que los Sanahuja se quedaran con Metrovacesa y Rivero con Gecina, la joya de la corona.

Entonces se valoró cada título de la inmobiliaria española en 75,67 euros, un 89,6% menos de los 7,83 euros en que cotiza actualmente, mientras que a cada acción gala se le concedió un valor de 44,35 euros, un 60% más de los 70,76 euros en que cerró el viernes.

Al corte en seco sufrido que sufrió la familia Sanahuja en el valor de su participación, se sumó el desplome del negocio inmobiliario, lo que llevó a la saga catalana a no poder hacer frente a sus millonarias deuda y a dejar que los bancos fueras engullendo su participación en Metrovacesa, donde pasó de controlar el 80% a apenas un 7%.

Rivero también fue acorralado por las entidades en Gecina, que consiguieron quitarle la dirección del grupo, al vetarle sus derechos de voto. Sin embargo, este castigo caduca el próximo 14 de julio y, a partir de ese día, el empresario andaluz será el máximo mandatario de la compañía gala, al aglutinar el 40% del capital en torno a él.

Además, ha vuelto a España para reconstruir su antiguo imperio inmobiliario sobre la base de Bami, su vieja compañera de aventuras empresariales, que siempre ha conservado en estos cuatro años. Un final feliz radicalmente distinto al de Sanahuja. Cuatro años después, parece claro que Rivero ganó la batalla a la saga catalana.

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