Aída lucha contra el estruendo del público en su regreso a las Pirámides

  • El Cairo.- La grandiosidad de la epopeya de "Aída", la ópera de Giuseppe Verdi ambientada en el Egipto de los faraones, luchó ayer contra la conjura de un público ruidoso en su regreso a las Pirámides de Guiza después de ocho años de ausencia.

Aída lucha contra el estruendo del público en su regreso a las Pirámides
Aída lucha contra el estruendo del público en su regreso a las Pirámides

El Cairo.- La grandiosidad de la epopeya de "Aída", la ópera de Giuseppe Verdi ambientada en el Egipto de los faraones, luchó ayer contra la conjura de un público ruidoso en su regreso a las Pirámides de Guiza después de ocho años de ausencia.

Aunque "Aída" fue concebida por el compositor italiano con motivo de la inauguración del Canal de Suez en 1869, su estreno se produjo dos años más tarde en el Teatro de la Ópera de El Cairo y ya entonces se ganó el aprecio de público egipcio.

La representación al pie de las pirámides de Guiza de esta historia de amor entre Aída, una princesa etíope cautiva en Egipto, y Radamés, un apuesto militar de la corte faraónica, fue una tradición hasta su interrupción en 2002.

"Durante ocho años no se llevó a escena porque no teníamos los permisos necesarios, pero llegó el día del regreso", señaló a Efe el director del espectáculo y presidente de la Casa de la Ópera de El Cairo, Abdel Moneim Kamel.

Con sorprendente puntualidad, un fogonazo de luz encendió el escenario, levantado delante de la esfinge y con el decorado natural del majestuoso conjunto de las pirámides de la meseta de Guiza.

El último superviviente de las siete maravillas del mundo antiguo, realzado por el juego de luces, actuó con vida propia en un montaje de proporciones faraónicas que empleó a más de tres mil artistas, entre músicos, actores, cantantes, bailarines y técnicos.

Varias compañías de la Ópera cairota participaron en la obra a las órdenes del músico italiano Marcello Mottadelli y ante unos tres mil espectadores durante su puesta de largo, a la que sucederán otras representaciones los próximos días 6, 7 y 10 de octubre.

Recuperada la tradición, la ópera, una de las más populares del repertorio de Verdi, volvió a deslumbrar por sus coros y escenas y la generosidad y el color de trajes, regalos, personajes y reliquias.

La música también se contagió de ese exotismo y ofreció melodías compuestas por violines, trompetas, arpa, platillos y otros instrumentos de viento usados en el antiguo Egipto, mientras hombres y mujeres con los brazos alzados se entregaban a la tarea de poner ritmo a la percusión.

Tanto artilugio y efectos para narrar el amor de Aída y Radamés, rechazado por Amneris, la hija del faraón, y Amonasro, padre de la prisionera enamorada.

Pese a la oposición de ambos, los amantes cultivan su pasión y, en el aria "Celeste Aída" del primer acto, Ramadés muestra la firmeza de un afecto dividido entre Aída y la guerra.

Fiel a los aspavientos bélicos, la marcha triunfal "Gloria a Egipto", una de las piezas más conocidas de la ópera, reunió en el escenario estandartes y desfiles militares para festejar el regreso de Ramadés tras luchar con los invasores etíopes.

La obra, una dura prueba para la capacidad vocal de cualquier cantante que arrastra la sonada espantada del tenor francés Roberto Alagna en 2006 de La Scala de Milán, tuvo en El Cairo varios enemigos como el viento o los problemas técnicos, que privaron de sonido al público durante unos segundos.

Y algunos espectadores y periodistas, con el sonido impertinente de sus móviles, los litigios menores y los retrasos permitidos por la organización, se conjuraron para hacer aún más complicado el desarrollo de la ópera y el trágico desenlace de los dos amantes, que se despiden del mundo de los vivos desde la misma tumba.

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