Los apartamentos comunitarios, una herencia soviética que sobrevive en San Petersburgo

Veinticinco años después de la caída de la Unión Soviética, las 'kommunalkas', los apartamentos comunitarios de la era soviética en la que los rusos compartían cocina y baño con sus vecinos, siguen existiendo en San Petersburgo.

Este modo de vida es hoy objeto de conferencias y visitas guiadas e incluso existe un festival sobre las 'kommunalkas' organizado por los artistas de la ciudad, la antigua Leningrado soviética.

Los apartamentos comunitarios aparecieron en Rusia tras la revolución bolchevique de 1917, cuando los obreros y los campesinos fueron instalados en apartamentos burgueses y sus propietarios fueron obligados a vivir en una sola habitación.

"Estos apartamentos forman parte de la historia de nuestro país y de nuestra ciudad. Aunque todavía quedan muchos en San Petersburgo están desapareciendo. Por eso hemos decidido organizar este festival", explica a la AFP Svetlana Vorobieva, miembro del colectivo de artistas que lo organiza.

El festival permite explorar la vida cotidiana en las 'kommunalkas' e incluso conocer a sus ocupantes, como Eduard Emelianov, de 75 años, que vive desde hace 15 años en un apartamento comunitario de tres habitaciones del barrio de Petrogradskaia, en pleno centro de San Petersburgo.

Para saludar a los visitantes, Eduard sale de su habitación en camiseta y con pantalones cortos "como cada día", dice sonriente.

"Me gustan los apartamentos comunitarios y no podría vivir en ningún otro sitio. Nunca estás solo, siempre hay alguien y me gusta", explica este jubilado, que aceptó participar en el festival a propuesta de Vorobieva, que también vive aquí.

Anna Fiodorova vive en otras de las habitaciones, con techos altos, una antigua chimenea y grandes ventanas que dan a la principal calle de San Petersburgo. Sin embargo la cocina y el baño tiene que compartirlos con las diez personas que ocupan este apartamento de ocho habitaciones.

Al final de un largo y oscuro pasillo se encuentra el pequeño baño y la gran cocina, donde siempre hay algún vecino. Dentro hay cuatro hornillos de gas, ocho mesas pequeñas y ocho neveras que los habitantes de la casa usan por turnos.

"Un apartamento comunitario tiene dos caras, con cosas magníficas y cosas desagradables", asegura Anna Fiodorova, una artista que llegó de Volgogrado (sur) hace cuatro años.

Esta mujer joven y de pelo moreno está muy contenta de vivir en el centro de San Petersburgo y le gusta mucho el edificio, construido en 1905, aunque reconoce que algunos cosas "son complicadas".

"Para mi, que soy del sur y tengo un temperamento emocional, al principio es difícil encontrar un equilibrio en la vida cotidiana de la kommunalka", confiesa, y habla de sus relaciones a veces difíciles con los vecinos.

De pronto, Nadejda, una mujer de 40 años, interrumpe la conversación. "Acabo de lavar el suelo y tus visitantes ya lo han vuelto a ensuciar", dice, ilustrando los problemas de la convivencia. "Había avisado a mis vecinos que participaba en el festival pero algunos no están muy contentos", susurra Anna.

En los años 1980, cerca del 40% de los apartamentos del centro de Leningrado eran comunitarios. Pero en 1991, tras la caída de la Unión Soviética, muchos de esos apartamentos burgueses, la mayoría en muy mal estado, fueron comprados por rusos ricos.

Sus ocupantes fueron entonces realojados en pequeños apartamentos individuales en las afueras de la ciudad. Y en 2008 San Petersburgo puso en marcha un programa para intentar vaciar definitivamente las 'kommunalkas', que pueden llegar a tener hasta diez habitaciones.

El resultado es que en los últimos siete años el número de 'kommunalkas' ha pasado de 116.000 a 83.000, según cifras oficiales, en una ciudad que tiene cinco millones de habitantes. En Moscú, con 12 millones de habitantes, han desaparecido casi por completo.

Kira y Svetlana, dos hermanas de 45 y 48 años, decidieron venir al festival de 'kommunalkas' por "nostalgia". "Crecimos en un apartamento similar, seis habitaciones con 18 vecinos recuerda Svetlana. "En realidad la vida cotidiana no tenía nada romántico. No me gustaría volver por nada del mundo", dice su hermana.

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