El hijo de arqueólogo decapitado en Palmira busca el cuerpo de su padre para enterrarlo

El hijo de un eminente arqueólogo sirio decapitado en Palmira por el grupo yihadista Estado Islámico (EI) se ha propuesto encontrar el cuerpo de su padre para darle un entierro digno en la ciudad, bajo control del régimen desde hace poco.

Jaled al Asaad, considerado como "el padre de Palmira", murió ejecutado en una plaza el 18 agosto de 2015, tres meses después de que el EI conquistara la ciudad.

"Los yihadistas lo decapitaron y colocaron su cabeza en el suelo, justo debajo del cuerpo colgado de un poste eléctrico en la plaza principal de Palmira", cuenta su hijo Tarek al Asaad a la AFP en la cafetería del museo de Damasco.

"Lo primero que quiero hacer, ahora que Palmira fue liberada de Dáesh (acrónimo árabe del EI) es ir a ver a la gente que conservó su cabeza y hallar el cuerpo para enterrarlo dignamente en la parcela familiar del cementerio de la ciudad", añadió el hombre de 35 años.

Para ello irá al casco antiguo de Palmira, recuperado el domingo por el ejército sirio con la ayuda de su aliado ruso, después de una ofensiva de 20 días.

"Sentimos que el alma jovial de mi padre vaga sobre Palmira y saluda la liberación", dice Tarek el-Assaad. "Mi sobrina Myriam, de 10 años, soñó que su abuelo estaba sentado en el jardín, feliz y sonriente".

Considerado "uno de los pioneros de la arqueología siria", Jaled al-Asaad fue el jefe de las Antigüedades de Palmira durante 40 años, de 1963 a 2003.

Descubrió, entre otros, varios cementerios antiguos y supervisó las excavaciones y la restauración de esta joya histórica con 1.000 columnas y una formidable necrópolis de 500 tumbas.

También fue el artífice de la inscripción de la llamada "perla del desierto" en el patrimonio mundial de la humanidad de la Unesco.

Cuando los combatientes yihadistas se acercaron a la ciudad, en mayo de 2015, los hijos de Jaled al-Asaad y varios guardianes lograron salvar 400 bustos y piezas arqueológicas únicas.

El 20 de mayo, justo diez minutos antes de la llegada de los yihadistas, salía la última furgoneta del museo.

El hermano de Tarek, Walid, quien sucedió a su padre como director de las Antigüedades de Palmira, fue torturado y camina con muletas.

Los yihadistas "buscaban dos toneladas de oro, pero mi hermano les dijo que no existían. Para que hablara, desfiguraron estatuas, como la de la diosa Alat, que se hallaban en el museo".

Tras la caída de Palmira, Jaled al-Asaad se instaló a un centenar de km de allí, en Qasr al Hayr Sharqi. El 20 de julio de 2015, unos hombres enmascarados fueron a buscarlo "para una reeducación islámica".

El arqueólogo octogenario fue condenado a muerte. Pidió ver por última vez "su museo" y luego los yihadistas se lo llevaron con las manos atadas y descalzo al centro de la ciudad. "Se negó a arrodillarse para la decapitación. Les dijo que quería quedarse recto como las columnas y las palmeras de Palmira", cuenta su hijo.

En una pancarta pegada a su cuerpo, los yihadistas lo acusaban de ser un partidario del régimen, de haber representado a Siria en conferencias en el extranjero con "infieles" y de haber sido el director de los "ídolos" de Palmira.

Su hijo está convencido de que lo ejecutaron porque se negó a jurar fidelidad al EI como querían los yihadistas.

"Sus asesinos dejaron su cuerpo durante tres días bajo vigilancia y luego lo tiraron a un vertedero de las afueras de la ciudad. Dos amigos de mi padre vigilaron la camioneta y esperaron a que los yihadistas se fueran. Recuperaron el cuerpo y nos avisaron de que lo habían enterrado", recuerda Tarek, con la voz entrecortada por el llanto.

Desde ese día los remordimientos atormentan a Tarek.

"Me siento culpable", dice. "Veo a mi padre en la cárcel preguntándose por qué los hijos que educó lo dejaron solo. Si hubiera sabido que lo iban a ejecutar, habría ido allí" para salvarlo.

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