Diez razones para amar la fiesta de los toros
Emoción. La que genera el espectáculo. Una vez que se ha aprendido a descifrar sus códigos técnicos y estéticos el aficionado alcanza sensaciones solo comparables a las que transmite la música.
El toro de lidia (I). Sin funciones taurinas no existiría este animal único en el mundo. Los distintos encastes en que se divide la raza de lidia constituyen un patrimonio genético extraordinario.
El toro de lidia (II). A diferencia del resto de animales destinados al consumo humano (la carne de toro bravo también se come), el toro disfruta de cuatro años de vida paradisíaca en el campo y tiene dos oportunidades para morir de viejo: en la ganadería si es elegido como semental y en la plaza si por su excepcional bravura es indultado.
Ecología. Las dehesas para el ganado de lidia son auténticas reservas naturales.
Economía. La fiesta de los toros sigue siendo el segundo espectáculo de masas en España, solo superado por el fútbol, y sostiene alrededor del 1% del PIB.
Autenticidad. En un mundo cada vez más virtual y edulcorado, la corrida de toros se erige como un bastión de lo real, lo crudo y lo auténtico.
Escuela de valores. Los toreros son un ejemplo de sacrificio, espíritu de superación, fortaleza mental y solidaridad. Y de valor, por supuesto.
Francia. En el país galo la fiesta es Patrimonio Cultural Inmaterial y goza de muy buena salud. Ya no sirve ese argumento que habla de los toros como parte de la 'España profunda'.
Democracia. El público de toros decide el triunfo o el fracaso de los actuantes.
Arte. La fiesta de los toros ha sido una inagotable fuente de inspiración para artistas de todas las disciplinas: Picasso, García-Lorca, Alberti, Hemingway, Vargas Llosa, Orson Welles, Botero...
Diez razones para odiar la fiesta de los toros
Sufrimiento (I). El del toro, que es picado, banderilleado y muerto a estoque (y rematado con el descabello o la puntilla).
Sufrimiento (II). El del caballo de picar. Aunque está protegido de las cornadas por un peto muy resistente, tiene que soportar los golpes propinados por la embestida del toro.
Muerte. La esencia de la corrida de toros radica en la muerte. La finalidad última es matar al toro (cosa que casi siempre ocurre, salvo en los excepcionalísimos indultos) y no hay que olvidar que existe una posibilidad real de que un ser humano resulte gravemente herido e incluso muera delante de miles de personas. Esa es la "grandeza" del espectáculo: que un ser humano ponga en riesgo su vida para el disfrute de los aficionados.
Ecología vallada. Las dehesas para el ganado de lidia son auténticas reservas naturales... privadas.
Elitismo. La fiesta de los toros se ha convertido en un espectáculo de élites tanto en sus ámbitos profesionales (toreros, ganaderos y empresarios) como en los aficionados que sostienen el espectáculo comprando su (carísima) entrada. No es raro que los novilleros paguen (mucho) por torear. Antes los jóvenes se hacían toreros porque querían ser ricos; ahora tienen que ser ricos si quieren ser toreros.
Fraude. Los aficionados a los toros reconocen que está muy extendida la práctica del "afeitado": limar las puntas de los cuernos para minimizar el riesgo de cornada.
Aburrimiento. Aun aceptando la posibilidad de que pueda haber arte y emoción en una corrida de toros, la mayor parte de los espectáculos resultan aburridos incluso para los aficionados más apasionados.
Festejos populares. Aunque en principio tienen poco que ver con la corrida de toros, son un semillero de aficionados para estas. Algunos festejos populares son tristemente célebres por su salvajismo: toro de la Vega de Tordesillas, toros de fuego, bous a la mar, toro de Coria...
Chulería. La que proyectan algunos toreros con su actitud machista, rancia y perdonavidas.
Incomodidad. La de las plazas de toros. ¿Cómo se puede pagar por ver un espectáculo sentado en una piedra, con las rodillas del espectador de atrás clavadas en la espalda, a las seis de la tarde de un mes de agosto? ¿En qué siglo viven los taurinos?
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