Espectáculo imposible en Bilbao con una pésima mansada de Fuente Ymbro

Paco Aguado

Bilbao (España), 17 ago.- Una seria y astifina mansada de la ganadería de Fuente Ymbro, ante cuyo peligro y complicaciones la terna arriesgó sin encontrar lucimiento, hizo hoy imposible el espectáculo en la primera corrida de a pie de la feria de Bilbao.

FICHA DEL FESTEJO:

Seis toros de Fuente Ymbro (el cuarto como sustituto de un titular que se lesionó de salida), con seriedad y cuajo dentro de su desigual volumen y de muy astifinas cornamentas. Corrida de pésimo juego, por su reservona mansedumbre, no exenta de un creciente y peligroso sentido en algunos casos.

Manuel Escribano: estocada trasera (ovación); bajonazo que asoma, pinchazo y estocada (ovación tras aviso).

Alberto Aguilar: estocada baja enhebrada y estocada baja (silencio); pinchazo, estocada atravesada y descabello (silencio).

Jiménez Fortes: tres pinchazos, pinchazo hondo y tres descabellos (silencio tras aviso); pinchazo y estocada desprendida (silencio).

Se corrió turno para que Aguilar lidiara el sexto después de ser atendido en la enfermería de una fuerte contusión en las cervicales.

Excelentes y eficientes bregas de los banderilleros Rafael González y José Antonio Carretero.

La plaza se cubrió en un cuarto de su aforo en el segundo festejo de las Corridas Generales.

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SURCOS DE MANSEDUMBRE

Los serios toros de Fuente Ymbro dieron trabajo extra a los areneros de Vista Alegre. Escarbando sin cesar, todos sin excepción levantaron con sus pezuñas la cenicienta arena de la plaza en señal inequívoca de su mansedumbre y de sus nulos deseos de embestir por derecho.

Pero lo peor es que esa mansedumbre trajo también aparejada una actitud reservona y peligrosa, ya que varios de ellos no sólo se negaron a tomar los engaños sino que se defendieron con sentido, soltando violentos cabezazos o midiendo y buscando a los toreros.

Los de mayor sentido, los lidiados en segundo y tercer lugares, fueron precisamente los que generaron los momentos más peligrosos de la tarde, hasta el punto de que consiguieron coger a sus matadores, afortunadamente sin herirlos.

El segundo, de bastas hechuras, tuvo un comportamiento amoruchado que el banderillero Rafael González consiguió que no fuera a peor con su eficiente brega. Pero en cuanto Alberto Aguilar quiso ponerse a torear con sinceridad, el de Fuente Ymbro se le vino directamente al pecho en una colada de escalofrío.

Sufrió el madrileño en el percance un fuerte golpe en las cervicales, del que tuvo que ser atendido en la enfermería. Y de allí, tras correrse turno, salió para encontrarse con otro ejemplar reservón y de nula voluntad con el que tuvo que abreviar.

El tercero fue otra "prenda", como se conoce en el argot a los toros de sentido. Sin evidenciarlo nunca, el de Fuente Ymbro midió y probó son sordo peligro todos sus ataques a expensas de encontrar alguna duda en el torero para intentar cogerlo.

Pero no dudó nunca Jiménez Fortes en una faena de mérito en la que aguantó con firmeza para sacar algunos pases de tremendo y generoso esfuerzo. Pero por fin llegó ese descuido y el malagueño sufrió por ello una fea voltereta tras la que el toro le buscó con saña en el suelo, aunque ni llegar a meterle el pitón.

Se levantó Fortes con la misma determinación de seguir toreando pero falló luego repetidamente con la espada. Igual de firme se mostró también con el quinto, otro ejemplar sin clase ni raza alguna que acabó pegando constantes cabezazos.

Manuel Escribano provocó las únicas ovaciones de la tarde con las banderillas, y en especial en los últimos pares de ambos tercios, ambos clavados al quiebro.

No pudo conseguir nada más del primero, un inválido sin fuerza alguna en los cuartos traseros al que no pudo equilibrar, pero se le aplaudió por su empeño con el sobrero, que salió al ruedo después de que el titular se lesionara en el remate de la larga cambiado a portagayola con que le recibió el sevillano.

Aunque sólo tuvo un puñado de medias arrancadas sin celo antes de quedarse debajo de la faja del torero, este otro manso no sacó tan malas intenciones y, al menos, permitió a Escribano alardear en la corta distancia.