François Ozon: "Todo director de cine es un manipulador"

  • François Ozon ha conquistado hoy la Concha de Oro y el premio al mejor guión en San Sebastián gracias a su virtuoso ejercicio de manipulación en "Dans la maison (En la casa)", comedia polivalente y metacinematográfica en la que su obra, tendente al extremo, encuentra un magistral punto de equilibrio.

Mateo Sancho Cardiel

San Sebastián (España), 29 sep.- François Ozon ha conquistado hoy la Concha de Oro y el premio al mejor guión en San Sebastián gracias a su virtuoso ejercicio de manipulación en "Dans la maison (En la casa)", comedia polivalente y metacinematográfica en la que su obra, tendente al extremo, encuentra un magistral punto de equilibrio.

"Para mí todo director de cine tiene que ser un manipulador, pero eso no tiene por qué ser negativo. El actor debe ser manipulado por el realizador y es pagado por ello, de igual manera que los actores manipulan a sus directores. Es un trabajo de manipulación conflictiva", explica a Efe en una entrevista.

Ozon, prolífico y genial, había polarizado hasta ahora su carrera en torno a la comedia de vodevil, como "Potiche" o "8 mujeres", o el melodrama profundo y sensual de "Bajo la arena" o "Mi refugio", con las que había concursado previamente en San Sebastián, consiguiendo con la última de ellas el premio especial del jurado.

"Dans la maison", su obra más sincrética, está protagonizada por Fabrice Luchini, Kristin Scott Thomas y Emmanuelle Seigner, y está basada en la obra de teatro "El chico de la última fila", de Juan Mayorga, en la que encontró "una mezcla de comedia, suspense y drama".

O más que una mezcla, una superposición de capas que enriquecen una película en apariencia ligera pero de una elaboración y una densidad brillantemente transparentes. Un mecanismo de relojería que no ha pasado desapercibido al jurado presidido por Christine Vachon.

"Es un pacto que hago desde el principio con el espectador. Un trato sobre lo que es la ficción y lo que es realidad. La parte del relato dentro del relato tiene una estética más forzada, una música más enfática. La de realidad es más sencilla y naturalista. Luego los dos registros se van fundiendo en los estilos, contagiándose los unos a los otros", asegura.

La realidad es la de un profesor de Literatura de instituto que, ante la abulia que le produce la mediocridad de sus alumnos, se engancha a las redacciones que le escribe Claude, un alumno en el que hasta entonces no había reparado y que narra su intromisión en la familia de clase media de otro compañero de clase, Thomas.

La ficción es, justamente, la recreación cinematográfica de esas redacciones, que intentarán ser corregidas y matizadas por el profesor, que experimentarán cambios de tono, podrán ser reversibles o directamente señuelos, jugando con la audiencia y haciendo un insólito ejercicio de autocrítica.

"John Ford siempre decía que la leyenda es mucho más interesante que la realidad", asegura Ozon, y su filme no es sino una alabanza a la capacidad imaginativa del hombre para maquillar una vida marcada por la mediocridad, teñida eso sí de crítica a la lucha de clases, de humor retórico, de patetismo y de sensualidad multidireccional.

"¿Es este juego perverso? El personaje se limita a crear. Yo lo considero un artista", explica un director que dedica su cinta a algunos de los profesores que él mismo tuvo en el instituto y que no teme reconocer que en ese adolescente seductor y ambiguo se ve a sí mismo.

"Yo también me he sentido haciendo la película como una Scheherezade de "Las mil y una noches". No puedo permitirme que ninguno de los relatos que contiene dejen de interesar al público, porque si no me cortarán la cabeza", concluye.

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