La dirección de Bychkov, lo mejor del nuevo Tannhäuser en el Covent Garden

  • Londres.- La dirección del maestro ruso Semyon Bychkov es sin lugar a dudas lo más destacable de la nueva producción de "Tannhäuser", de Richard Wagner, que acaba de estrenarse en la Royal Opera House londinense.

La dirección de Bychkov, lo mejor del nuevo Tannhäuser en el Covent Garden
La dirección de Bychkov, lo mejor del nuevo Tannhäuser en el Covent Garden

Londres.- La dirección del maestro ruso Semyon Bychkov es sin lugar a dudas lo más destacable de la nueva producción de "Tannhäuser", de Richard Wagner, que acaba de estrenarse en la Royal Opera House londinense.

Bychkov, director principal de la Sinfónica de la emisora WDR, de Colonia, extrae sin duda lo mejor de la orquesta, a la que dirige con un gran sentido de la arquitectura musical y las sonoridades wagnerianas.

Junto a él habría que mencionar, incluso por encima del protagonista, el tenor Johan Botha, al barítono alemán Christian Gerhaher, que debuta en este teatro en el papel de Wolfram von Eschenbach, uno de los "minnesänger" o maestros cantores del castillo de Wartburg.

Su Wolfram es un cantante de una extraordinaria sensibilidad y una voz noble y sutil, muy apropiada para los "lieder" y que se ajusta totalmente a su personaje de joven y enamorado trovador.

Si bien es cierto que el surafricano Botha posee una voz poderosa de tenor wagneriano, una entonación firme y una gran claridad de proyección, su enorme volumen le impide moverse como sería de desear sobre el escenario, resta carácter impulsivo al personaje y le obliga a pasar buena parte del tiempo junto a una silla.

La soprano holandesa Eva-Maria Westbroek es una Elisabeth vibrante en sus hermosas arias aunque algo un punto menos convincente desde el punto de vista escénico, mientras que la mezzo alemana Michaela Schuster es una Venus vocalmente muy seductora.

El famoso ballet del primer acto, coreografiado por Jasmin Vardimon, trata de transmitir la energía erótica de la música con movimientos sinuosos y enérgicos de los bailarines, que entran y salen por un arco que reproduce el proscenio de la propia Royal Opera House y se abalanzan una y otra vez sobre una gigantesca mesa.

La dirección escénica de Tim Albery es con todo bastante tradicional y deja que los personajes principales pasen la mayor parte del tiempo dirigiéndose a la audiencia en lugar de interactuar entre ellos.

Después de la escena de la bacanal de Venus, los decorados son de un minimalismo extremo con un fondo totalmente negro y las ruinas del imaginario teatro de la primera escena y unas pocas sillas tiradas, un escenario como después de una catástrofe.

Todo ello quiere representar el castillo de Wartburg, donde los trovadores, entre los que está Tannhäuser, entrarán en una competición de canto para ganar el corazón de Elisabeth, la sobrina del landgrave de Turingia.

El coro -excelente como siempre el de la Royal Opera House- está vestido con uniformes que parecen sacados de alguna de las recientes guerras balcánicas, y, para no desentonar, sus miembros llevan incluso kalashnikovs.

Como es bien sabido, la ópera de Wagner representa la lucha entre el amor sensual, el erotismo desenfrenado, representado por Venus y su mundo, y el espiritual, que personifica el amor puro de Elisabeth y al que cantan uno tras otro los trovadores medievales.

Tannhäuser está metido de lleno en ese conflicto: en el primer acto pide a Venus que le deje libre para volver al amor casto de su mundo anterior pero en la competencia con los otros trovadores vuelve a invocar a Venus para escándalo de sus contrincantes y del landgrave, que, conmovido, sin embargo, por la defensa que de él hace Elisabeth, le ordena peregrinar a Roma.

La resolución de ese conflicto vendrá sólo al final, con la muerte "simbólica" de los protagonistas: el sacrificio de Elisabeth con la esperanza de salvar así el alma de Tannhäuser y las últimas palabras del trovador, que comprende por fin la pureza del amor de aquélla: "Elisabeth, reza por mí".

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