La edad de oro de la alta costura

  • Hasta finales de Noviembre, el Museo del Traje de Madrid acoge la exposición "La edad de oro de la alta costura. Colección textil Antoni de Montpalau". Una nueva visión de la moda española más allá de sus más reconocidos protagonistas.
El Museo del Traje expone "La edad de oro de la cultura española"
El Museo del Traje expone "La edad de oro de la cultura española"
lainformacion.com
Alessia Cisternino

Cristóbal Balenciaga, pero también Pedro Rodríguez, Asunción Bastida, Manuel Pertegaz, Carmen Mir, Pedro Rovira, Anita Monrós, Carmen Costejá, Flora Villareal, Margarita Nuez, Andrés Andreu, Roberto Dalmau y Elio Berhanyer. Contrariamente a lo que se cree, la alta costura española no tiene sólo un nombre y un apellido, sino mil. En las décadas de 1920 a 1980 España reunió y mimó a un pequeño ejercito de brillantes modistos y casas de moda, que a la vez que absorbían los inputs creativos y de estilo provenientes de Paris – desde siempre capital de la moda – también daban su particular "versión española" de la alta costura.

Una versión homogénea pero polifacética, ya que cada uno de esos modistos, como es obvio, transfundió toda su original personalidad y su concepto de moda y de mujer en sus creaciones. La exposición "La edad de oro de la alta costura", que se podrá visitar hasta el 28 de Noviembre en el Museo del Traje de Madrid, es exactamente esto: un intento de revisión de los principales nombres de la moda española a partir de los fondos de la Colección textil Antoni de Montpalau. Esta colección – fundada por el crítico de arte Josep Casamartina i Parassols y Anna M. Casanovas – cuenta con alrededor de 1700 piezas, resultado de sucesivas donaciones, entre prendas de alta costura, prêt à porter, accesorios y tejidos principalmente de art nouveau y art decó.

Muchos de los modelos expuestos se elaboraron en Barcelona que, favorecida por su proximidad más espiritual que geográfica y por su constante contacto con Paris, se convirtió pronto en la capital española de la alta costura: allí en los años 20 se iniciaron los primeros desfiles, en los años 30 se crearon los primeros Salones del Arte del Vestir y diez años más tarde la Cooperativa de Alta Costura española que reunía a los grandes modistos del tiempo – Pedro Rodríguez, Asunción Bastida, Manuel Pertegaz, Santa Eulalia y El Dique Flotante – con casas de costura como Argon, La Física y más adelante Carmen Mir, Pedro Rovira, Rosser y un grupo de creadores madrileños.

Barcelona, Madrid. Esas décadas de oro para la moda española afectaron también a la alta costura internacional aunque fuera sólo porque la obligaban a introducir una desviación, una "etapa ibérica" en su tradicional y desgastado camino entre Milán y Paris. El prêt à porter en los años 80 coincidió con el fin de esta época dorada y no por casualidad. Prêt à porter significa imitación, producción en serie, homologación allí donde alta costura significa unicidad. A diferencia de la moda francesa o italiana, la española no supo metabolizar la revolución del prêt à porter y convertirlo en un nuevo elemento de fuerza de sus modistos y de sus casas de moda de alta costura, prefiriendo más bien abandonar las pasarelas con la elegancia de una reina que ha perdido su trono.

La exposición incluye, además de espectaculares vestidos de noche, prácticos y a la vez impecables vestidos de día y maravillosos trajes de novia – que atraviesan cronológicamente la moda española con una extraordinaria intensidad – también una cuidada selección de sombreros, pamelas, zapatos de Marinette, Pilar Gabasa, Martí Martí, Loewe, Bravo Java y una muestra de bordados de la histórica casa barcelonesa Luguel.

Un enorme "baúl" de donde salen sueños de encaje, de terciopelo, de tul y de seda, creados para una mujer y sólo para ella y lucidos quizás nada más que una noche. Milagros arquitectónicos de costuras perfectas que el ojo acostumbrado al prêt à porter se queda mirando con cierta incredulidad. Detrás de todos y cada uno de estos vestidos hay horas y horas de trabajo, hay creatividad, técnica, ciencia, cariño y honestidad para que una fantasía por una vez tenga un cuerpo, además de un alma. Un cuerpo hecho de tela e hilos y destinado a desprender magia. En la calle, en un salón de baile, delante de un altar o, por que no, años después, también en las salas de un museo.

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