La Filarmónica de Sarajevo amenaza cierre después de haber sobrevivido a la guerra

  • La Filarmónica de Sarajevo se convirtió en símbolo de determinación y valentía cuando durante la guerra de Bosnia en los años 90 no se rindió y siguió tocando. Pero ahora el Gobierno y los ciudadanos de la era post comunista están perdiendo el interés por la música clásica y la orquesta se mantiene a flote a duras penas.
Nicole Itano | GlobalPost

(Sarajevo, Bosnia-Herzegovina). Durante los peores días de la guerra, cuando la capital estaba sitiada, los integrantes de la Orquesta Filarmónica de Sarajevo esquivaban las balas para llegar a los ensayos y practicar con velas bajo el frío. Pero las cosas han cambiado. El pasado 19 de febrero la orquesta, con muchas caras nuevas, subía al escenario del Teatro Nacional de Bosnia para interpretar “Canciones de un compañero de viaje” de Mahler y la sinfonía “Pastoral” de Beethoven ante el elegante público de la capital bosnia.

Durante los casi cuatros años que la ciudad se mantuvo sitiada, entre 1992 y 1996, los proyectiles y francotiradores nunca dejaron de aterrorizar a la población. Pero la Filarmónica de Sarajevo siguió tocando y se convirtió con el tiempo en un símbolo de la determinación y valentía de la ciudad. En la actualidad, la orquesta afronta otro tipo de amenazas, más mundanas: cómo financiarse y cómo atraer a un nuevo público, sobre todo en un país con escaso apoyo a la música clásica.

El director estadounidense Charles Ansbacher trabaja esporádicamente con la Filarmónica de Sarajevo desde la época de la guerra y dirigió el reciente concierto. Durante los quince últimos años, Ansbacher ha colaborado con diversas orquestas que han vivido conflictos militares y que ahora se encuentran en transición hacia la normalidad. El maestro dice que la música es “un lenguaje universal de la emoción”, que se hace sentir de manera especial en tiempos difíciles.

En Bosnia, Ansbacher y su mujer ayudaron a conseguir instrumentos para la orquesta y organizaron una presentación en Austria. “Desde entonces y hasta ahora, obviamente la orquesta ha mejorado muchísimo”, explica Ansbacher, quien recuerda que en sus primeras visitas solía haber un cartel en la puerta que recordaba que no se permitían armas sobre el escenario. “Al principio, nos preguntábamos si era extraño traer violoncelos y violines a un lugar donde no había ni agua ni comida. Pero la idea era animar el espíritu”, reflexiona.

Los desafíos actuales de la Filarmónica de Sarajevo se asemejan más a los de otras instituciones de música clásica del resto del mundo. En Bosnia, al igual que en otros antiguos países comunistas, la enorme infraestructura estatal que una vez apoyó la música clásica ha disminuido drásticamente o ha desaparecido. En lugar de Mozart o Bach, las emisoras de radio y televisión locales prefieren el turbo-folk o la música pop de Estados Unidos.

“Creo que se han concentrado más en sobrevivir y no tanto en cómo llegar a esta nueva generación. Antes no hacía falta crear y atraer al público”, explica Ansbacher, fundador y director de la Orquesta Boston Landmarks. El músico viaja prácticamente cada año para dirigir en Sarajevo. Cada vez que regresa, ve pocos cambios. Este año, por primera vez desde la guerra, funcionan los ascensores del Teatro Nacional.

Muchos integrantes de la orquesta recuerdan los años de la guerra con cierta nostalgia. Fue una época difícil y peligrosa para los residentes de la ciudad, incluidos los músicos. Arijana Zupcevic, ahora segunda violinista, entró en la orquesta con 19 años, en pleno conflicto armado. Explica que caminaba más de 16 kilómetros a través de la ciudad sitiada para llegar a los ensayos y conciertos.

Siete integrantes de la Filarmónica murieron durante la guerra, uno de ellos fue asesinado a pocos pasos del Teatro Nacional. Otros doce resultaron heridos. Pero Dzevad Sabanagic, el concertino y el integrante más antiguo del grupo, dice que durante la guerra la gente escuchaba música y leía. Era una forma de consolarse y pasar el tiempo, ya que no tenían nada que hacer. “En una ciudad donde cayeron un millón de granadas durante el sitio, la gente anhelaba el arte”, explica. “Cuando la gente entraba en el edificio, venían con cara de miedo porque habían tenido que esquivar granadas y francotiradores para llegar. Pero la música les mantenía vivos, y a nosotros también”.

Sabanagic lamenta que Sarajevo vuelva ahora a concentrarse más en las cosas materiales que las espirituales. Las cafeterías y restaurantes de la ciudad están llenos de gente joven, que sigue la moda, y las calles repletas de tiendas de marcas de lujo. La situación política sigue siendo precaria, pero hace una década y media que no hay disparos ni guerra.

Sabanagic, a punto de jubilarse, está preocupado por el futuro de la música clásica en Bosnia y las divisiones entre la población. “Cuando era niño, la música clásica llegaba a todas las ciudades y aldeas del país. Hoy, la Filarmónica, que también toca en las representaciones de ópera y ballet de la ciudad, rara vez sale de Sarajevo. Somos la única orquesta profesional del país. En Bosnia, hay 30 escuelas de música, pero la mayoría de los alumnos acaban el conservatorio sin haber asistido nunca a un concierto de la Filarmónica”, lamenta.Sabanagic no es el único que teme que la música clásica en Bosnia –al igual que en otras naciones occidentales- se convierta en un pasatiempo para los ancianos y los ricos. Las entradas cuestan entre 5 y 15 euros; bastante baratas comparadas con otros países europeos, pero aún caras para un país donde muchos ganan sólo unos cientos de euros mensuales.

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