La ilusión del Ratón Pérez hecha museo

  • Por las noches el Ratón Pérez viaja a las casas de los niños para recoger los dientes de leche recién caídos, pero el resto del tiempo lo pasa en su diminuta vivienda de Madrid, una caja de galletas situada en un edificio próximo a la Puerta del Sol que alberga una de las casas museo más peculiares de la capital.

Sol Carreras

Madrid, 18 may.- Por las noches el Ratón Pérez viaja a las casas de los niños para recoger los dientes de leche recién caídos, pero el resto del tiempo lo pasa en su diminuta vivienda de Madrid, una caja de galletas situada en un edificio próximo a la Puerta del Sol que alberga una de las casas museo más peculiares de la capital.

En una región que ha transformado en lugares de exposición las casas de famosos ilustres como los escritores Lope de Vega y Miguel de Cervantes o el pintor Joaquín Sorolla, el Ratón Pérez no quiere quedarse atrás y reivindica su espacio en el Día Internacional de los Museos.

"Tenía que ser aquí porque es aquí donde vive", comenta a Efe el director de la Casa Museo del Ratón Pérez, Juan Antonio Rojo, desde el número 8 de la calle Arenal, donde se ha reproducido a escala humana algunas de las estancias de la vivienda del famoso roedor, como su despacho.

Para los que duden sobre la veracidad de la historia, una placa del Ayuntamiento de Madrid recuerda en la fachada del inmueble que ya en torno a 1894 en este lugar vivía el Ratón Pérez según el cuento que el Padre Coloma escribió para dar a conocer este personaje a Alfonso XIII por encargo de su madre, la Reina María Cristina.

Allí se encontraba la confitería Prast, que suministraba de dulces a la Casa Real y donde la narración cuenta que el Ratón Pérez residía junto con su mujer y sus tres hijos, concretamente en el sótano del local, dentro de una caja de galletas.

Al conocer esta historia, Rojo, que trabaja como productor y director de series de dibujos animados, decidió crear una ficción sobre la vida del roedor.

Después dio dar un paso más al poner en marcha la Casa Museo del Ratón Pérez, que desde hace cinco años muestra el modo de trabajo y los gustos de este personaje, un animal "muy discreto y que no tiene ninguna vocación de exhibicionismo" y que reposa dos plantas más abajo de las salas de exposición.

Por eso, los niños que acuden a este lugar no tienen porqué salir decepcionados si a lo largo del recorrido no logran ver a este pequeño roedor o, al menos, escuchar sus pasos, aunque los que lo logran lo cuentan entusiasmados.

"¡Lo hemos oído!", exclama uno de los niños del colegio Ciudad de Parla rodeado de sus compañeros de clase, de entre cinco y seis años de edad.

Otra pequeña, con enorme tristeza, reconoce que no es su caso.

"No lo he oído ni lo he visto, y eso que he estado mirando por la casa entera", apunta.

El objetivo de la Casa Museo del Ratón Pérez es "confundir la ficción con la realidad" por medio de relatos orales, tablones explicativos y exposiciones de objetos, todo ello ordenado de un modo "muy coordinado y coherente", según cuenta su director.

"Nadie que salga de aquí podría poner en duda que el Ratón Pérez existe", afirma, al tiempo que dice que los adultos que vienen acompañando a los niños se van igual o más sorprendidos que los menores.

En una de las paredes se muestra un mapa del mundo con los puntos que configuran la red de trabajo del roedor, además de los dibujos de algunos de los principales corresponsales que le ayudan en su tarea de recogida de dientes de leche y de los edificios sucursales con los que cuenta en distintas partes del globo, con forma de iglú o de choza, entre otros.

También se recuerda a otras versiones internacionales del Ratón Pérez, como Tooth Fairy en territorios anglosajones, Le Petite Souris en regiones francófonas y Ratai-Chi en países orientales.

Para los grupos de colegios hay una sala destinada a la proyección de vídeos y cuenta cuentos.

Además, los pequeños que lo deseen pueden dejar una carta al Ratón Pérez en un buzón que hay poco antes de llegar a la sala de recuerdos, en cuya base se puede apreciar una pequeña puerta que en ocasiones traspasa el roedor para recoger la correspondencia y contestar a algunas de las misivas, como constata el propio director del museo.

"La ilusión está flotando por aquí y esa no se vende", concluye.

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