Gonzalo Calcedo nos adentra en la Avenida Lexington

  • 'El prisionero de la Avenida Lexington' acepta el riesgo de pisar un espacio reconocido por todos, pero sin vocación turística. No es un recuento de lugares comunes, una guía de viajes encubierta, sino la expresión de un sentimiento vinculado a toda una tradición literaria.
Gonzalo Calcedo Juanes nos adentra en la Avenida Lexington
Gonzalo Calcedo Juanes nos adentra en la Avenida Lexington
lainformacion.com
Ylenia Álvarez

Gonzalo Calcedo tiene 49 años y es natural de Palencia. Es uno de los escritores españoles actuales más respetados y leídos por los seguidores de la narrativa breve, a la que casi se ha dedicado en exclusiva, si se exceptúa su novela 'La pesca con mosc'a (2003). Poseedor de un estilo personal y reconocible, Calcedo ha publicado catorce libros de cuentos.

Sus relatos están poblados de personajes contemporáneos de vidas aparentemente sencillas que adquieren memorable relieve literario gracias a la maestría de este autor. Sus colecciones de cuentos han merecido algunos de los más prestigiosos premios del género en nuestro país: Premio NH, Alfonso Grosso, Tiflos, Caja España, Cortes de Cádiz, Manuel Llano, Ciudad de Coria...

Nos presenta 'El prisionero de la Avenida Lexington' (Menoscuarto Ediciones)

Sinopsis personal del libro:

Este libro, jugando con el tópico de las intimidades, me atañe más que otros. Por eso no he disfrazado el lugar en el que suceden las historias, una Nueva York soñada, vista y no vista entre aterrizajes y despegues. 'El prisionero de la Avenida Lexington' acepta el riesgo de pisar un espacio reconocido por todos, pero sin vocación turística. No es un recuento de lugares comunes, una guía de viajes encubierta, sino la expresión de un sentimiento vinculado a toda una tradición literaria.


Sus relatos fluctúan entre una rebelión de terciopelo y la aceptación de las bofetadas que nos reserva el tiempo. No deja de ser una parte más de ese acta que escribes libro tras libro, certificando las deficiencias del bienestar. Yo no he querido explicar Nueva York, sino contarme a mí mismo su misterio: un niño que viaja a la luna en un ascensor, dos adolescentes amigas que se reencuentran, un padre que venera un árbol, un caradura romántico, de otra época...


He querido describirlos a todos con naturalidad, sin grandes aspavientos literarios, pero manteniendo un aura etérea que es un homenaje a la ciudad. No deja de ser una reivindicación del derecho a la fantasía, un guiño a esos niños que miran los rascacielos preguntándose melancólicos qué hay en sus cimas.

Primer párrafo del libro:

El anodino rostro de la señora Lucas se agrió al descubrir la cola de adultos y niños. Incapacitada momentáneamente para la ternura, soltó la mano de su hija Sara, que pareció quedar a merced de la corriente. Qué contrariedad, peor que la puntera deshilachada de su media o el bombón Favorina engullido de madrugada. En flagrante desavenencia con sus deseos, el rey Wiko Boo III atendía a más vasallos de la cuenta en su corte de cartón piedra y poliestireno y ellas eran las últimas en llegar.

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