Los escritores de "La Orden de Finnegans" recuerdan su infancia en 8 relatos

  • Los caballeros de "La Orden Del Finnegans", grupo de escritores fundado en 2008 y entre los que están autores como Enrique Vila-Matas y Marcos Giralt Torrent, han reunido en su segundo libro conjunto ocho relatos sobre su infancia, "una muestra de tonos literarios diferentes" sobre un mismo tema.

Madrid, 13 jun.- Los caballeros de "La Orden Del Finnegans", grupo de escritores fundado en 2008 y entre los que están autores como Enrique Vila-Matas y Marcos Giralt Torrent, han reunido en su segundo libro conjunto ocho relatos sobre su infancia, "una muestra de tonos literarios diferentes" sobre un mismo tema.

"La Orden del Finnegans", fundada en el distrito de Dalkey, en Dublín, con el propósito de venerar la novela "Ulises" de James Joyce, está integrada por ocho caballeros que tienen la obligación de asistir cada 16 de junio a la capital irlandesa para la reunión anual de la hermandad durante los festejos del "Bloomsday", fecha en la que tiene lugar la acción de la obra "joyceana".

Bajo el título de "Lo desorden" (Alfaguara), los ocho escritores exploran en sus recuerdos más lejanos en una variedad de registros después de que, más o menos conformes e incluso a regañadientes, aceptaran el tema de la infancia como nexo para este libro.

Además de Vila-Matas y Giralt Torrente, son caballeros de la Orden José Antonio Garriga Vela, Malcolm Otero Barral, Eduardo Lago, Antonio Soler, Jordi Soler y Emiliano Monge, integrantes de un "club" por ahora cerrado a nuevas incorporaciones, según han indicado a Efe.

"Mi infancia olía a alcohol" es el título del relato de Otero Barral, escritor y editor, que recuerda una infancia en la que la figura de su abuelo, Carlos Barral, ocupó un lugar muy importante.

Escribir sobre esta época de su vida y, en concreto, sobre su familia le resultó difícil, según ha confesado en una entrevista con Efe, ya que era consciente de que "en algunos casos estaba tocando callos".

Malcolm Otero tenía una familia "peculiar" para esa época (eran los años 70) y en la que "los roles familiares estaban desdibujados" debido a que vivía en casa de sus abuelos, con tíos que tenían la edad de hermanos y con unos padres divorciados, cuando España "era otra" y las relaciones estaban mucho más encorsetadas.

Sus recuerdos más marcados son los de las ocasiones en las que hizo realmente el "ridículo", como ser el único niño que fue disfrazado al colegio en carnaval, o tener que jugar con zuecos un partido de fútbol, "calamidades que ves como un infierno pero luego recuerdas con cariño".

Por eso, y a pesar de que en la edad adulta se recuerda la primera etapa de la vida como una época sin preocupaciones, para Otero Barral "la infancia es un terreno de sufrimiento".

Un sufrimiento que, sin duda, vivió el escritor Antonio Soler, quien refleja en su relato "La mano del mundo" una infancia "tenebrosa y dura" por su actitud ante el mundo y su extrañeza por cómo era todo lo que le rodeaba.

Un miedo visceral hacia los árboles, el rechazo a la comida que le obligaban a ingerir o el maltrato de su profesora en un colegio "dickensiano", junto a una hermana que le hacía "la vida imposible" son algunos de los episodios que relata Soler y que le hacían sentir una "desubicación vital profunda" y considerarse "un marginado".

Antonio Soler realiza en su relato un análisis de sus miedos en una época de su vida en la que "sentía todo como un caos" y ante el que encontró en la lectura "un refugio".

"La lectura tenía unos códigos que entendía perfectamente y se convirtió en un camino para encontrarme con otra gente", indica Soler, que reconoce a la literatura "un valor terapéutico".

Tanto Soler como Otero Barral reconocen que su club tiene candidatos para entrar a formar parte de "La orden de Finnegans", propuestas que les llegan "con más o menos disimulo, sutileza o elegancia" y que por ahora rechazan.

"Lo que nos gusta es expulsar gente del grupo, no admitirlos", dice Otero Barral, que recuerda que todos sus integrantes eran amigos de antes y que se ha tratado "de ponerle nombre a una pandilla" en la que se hace "el gamberro".

Una pandilla unida por la vocación literaria que se prepara para su ya inminente viaje a Dublín. Y que, bromea Otero Barral, es un ejemplo de la frase de Groucho Marx: "Nunca pertenecería a un club que admitiera como socio a alguien como yo".

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