Roncagliolo: “las telenovelas son uno de los documentos sociológicos más importantes para latinoamérica”


Óscar Colifatto es un pésimo guionista de telenovelas al que contratan por un bajo presupuesto. A su falta de talento se le añade otro inconveniente: en la mayor parte de las ocasiones se atasca, y solo el amor consigue que retome el hilo de sus historias y las pueda rematar. Claro que, aunque escribe sobre mujeres, no las conoce en absoluto, y siempre termina —o comienza— por ahuyentarlas. Es torpe, maniático y misántropo. Siente que enferma cuando un perro o un niño andan cerca de él, viste de negro riguroso —como si un luto se hubiera quedado enganchado a su sombra— y su falta de tacto resulta tan áspera como una barba bronca. La suya.
Así es el protagonista de la última novela de Santiago Roncagliolo (Lima, Perú, 1975), "Óscar y las mujeres" (Alfaguara), una desternillante historia de hipocondrías, cursilerías, fracasos, conquistas y guiones reescritos. Un mundo que el autor conoce a la perfección, ya que, en sus comienzos, escribió guiones para alguna que otra telenovela, un género que respeta mucho y que considera “el Shakespeare del siglo XX”. Para él, “las telenovelas son uno de los documentos sociológicos más importantes para Latinoamérica, ya que ha registrado los grandes cambios sociales, y, en concreto, la evolución de la mujer durante las últimas décadas”, según apunta.
Con la admiración que siente por el género, pudo con las exigencias narrativas, tal y como explica él mismo: “Era mucho más cómico que Óscar fuera un escritor horrible, malísimo. Hay grandes intelectuales —continúa Roncagliolo— que han hecho y que hacen telenovela, como por ejemplo, Fernando Gaitán, responsable de Yo soy Betty, la fea, pero quería hacer una novela divertida, de ahí los terribles guiones”.
Guiones en los que una de las protagonistas, a la que se suponía fallecida, reaparece, majestuosamente. Un clásico. “Es que nadie espera demasiado realismo de las telenovelas, por eso hay personajes que, bajo ciertas circunstancias, pueden rescatarse”, nos explica el autor.
Él mismo incurrió en uno de estos casi fantasmagóricos giros inesperados del guión. Asegura que “no es que esté muy orgulloso de ello, pero recuerdo una anécdota de cuando escribía telenovelas: íbamos por el capítulo 119 —explica—, teníamos que concluir la serie, así que decidí que el protagonista descubriese que su mujer fingía estar en silla de ruedas para ocultar su esterilidad, lo cual era motivo suficiente para abandonarla de una vez por todas e ir en busca del amor de su vida, que previamente había sido despedida de la casa”.
Sin embargo, según relata el autor, “todo era perfecto hasta que el productor me dijo que habían conseguido más financiación y teníamos que alargar la novela ¡otros veinte episodios! Ideé que el protagonista, cuando iba a encontrarse con su amada, tuviera un terrible accidente que le causara una amnesia. Eso me permitía rescatar a la mujer, la mala, la mentirosa, otra vez en silla de ruedas, porque él no se acuerda de nada, y volver a empezar…”.
El escritor toca un tema que fascina a todos, espectadores o no de las telenovelas: el personaje malvado, el que nos subyuga, el que nos hace sufrir, pero sin el que la acción no vibraría: “Nos gustan tanto los villanos porque encarnan aquello que todos tenemos en nuestro interior pero que no podemos poner en práctica. En el fondo, a cualquiera le gustaría, en un momento determinado, actuar como los malos, con esa impunidad, sin que importen los sentimientos ajenos”, afirma Roncagliolo, quien añade: “Son los malos los que mueven la acción. Si fuera por los buenos no ocurriría nada, solo besos”.
CONVIRTAMOS A SANTIAGO EN UN ADULTO FUNCIONAL
Óscar, al igual que Santiago Roncagliolo, solo puede escribir bien cuando sabe de lo que está hablando. El autor explica que en una ocasión “me empeñé en escribir una novela sobre un pintor expresionista alemán, porque es un periodo histórico que me interesa mucho. Finalmente, tuve que darlo por perdido, nunca sería capaz de poner en pie a un alemán. No sabía qué pensaba, cómo actuaba…”.
Criatura y creador también comparten carácter maniático, salvo que Roncagliolo trata de serlo fuera de casa, “para que ni mi mujer ni mis hijos se preocupen”, aclara. Y cuenta: “Alquilé un apartamento en un quinto sin ascensor para evitar que nadie me moleste mientras trabajo; también para no distraerme. No tengo ventanas al exterior, televisión ni ordenador. Lo único que puedo hacer allí es trabajar. En ese minúsculo piso tengo todos mis juguetitos: muñecos de vudú con sus alfileres, máscaras mexicanas… ese tipo de cosas que le permitirían a uno divorciarse de su pareja”.
Una última cosa une a Óscar y a Santiago. Mejor dicho, unía: ambos se desenvuelven mejor en el mundo de la ficción. “Durante años he estado dedicado a vivir en un mundo que no existe —explica el autor—, a mis libros, no solo mientras los escribía, sino también mientras hacía promoción, hasta que me olvidé del cumpleaños de mis dos hijos y de mis padres, y me di cuenta de que me estaba perdiendo cosas importantes. Así que emprendí la iniciativa ‘convirtamos a Santi en un adulto funcional’, hice terapia y pude reconciliarme con el mundo que me importa, el mío, el real.”
TRAS EL CADÁVER DE LORCA
Roncagliolo está acostumbrado a no pasar inadvertido como escritor, especialmente cuando se trata de su trabajo “de sicario”, como él mismo denomina. Es decir, al escribir obras que no son ficción y que provienen de un encargo. La última, El amante uruguayo indaga en la figura de Amorín, un intelectual que amaba a Lorca y que tal vez rescató su cadáver de Granada y se lo llevó a Uruguay.
Después de todas las pesquisas que hizo Roncagliolo para dar con el montículo bajo el que podrían estar los restos del poeta, cuando tenía a tiro de piedra pasar a la posteridad, puso el punto y final al ensayo, y mantuvo el misterio.
Él mismo lo explica: “Recibí muchísimas amenazas. Además, durante la investigación, la familia de Amorín se molestó porque hice pública su homosexualidad; a la familia de Lorca tampoco le entusiasmó mi búsqueda y las autoridades de Salto declinaron asumir el posible conflicto político, diplomático, mediático que supondría encontrar los restos de Lorca. Y yo no podía ponerme a cavar sin más en una propiedad pública. Es delito. Y bastante problemas tuve”.
No hay diferencias de composición entre las obras por encargo y las que escribe de motu proprio. Bueno, sí: “El pago por adelantado”, matiza. Y en cuanto al género, no le hace ascos a ninguno, con una excepción: el histórico novelado. “No lo soporto. Las historias o son reales o no lo son, pero nunca a medias”.
Ha escrito artículos, cuentos para niños y para adultos, telenovelas, novelas de larga y corta duración, ha participado en obras colectivas, algo sembró en lo poético… Como él mismo apunta: “En la vida se trata de arriesgar. La gracia del guión de la vida es que siempre hagas algo nuevo, que te sorprendas, que cambies de estilo, de aspecto… Porque la vida es una película muy larga y es más divertida si la convertimos en una miniserie”, concluye.
No habla por hablar. Le reconoceríamos casi en cualquier parte, pero comprobamos que no en cualquier circunstancia. Para esta entrevista ha vestido con un traje impecable, gris, con corbata bermellón, a juego con los calcetines. Él solía gastar un estilo mucho más informal. Una profusa barba, una gafas de diseño y un corte de pelo desenfado permiten la charada, que uno pase varias veces delante de él sin advertirlo. Finalmente, él se hace notar. “¡Hola, soy Santiago camuflado en el nuevo Santiago!” Juguetón, el pibe…

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