"¡Silencio!": toca en Madrid James Blake, el príncipe de la electrónica

  • Javier Herrero.

Javier Herrero.

Madrid, 29 may.- Al joven paladín de la electrónica James Blake le han oído esta noche en Madrid más de un millar de personas. Lo han oído, porque muchas de ellas han seguido el concierto con fervor reverencial y ojos cerrados, solo abiertos para chistar y llamar la atención a quien se atrevía a romper su conjuro.

Recién llegado del Primavera Sound de Barcelona y un día antes de embarcarse de nuevo en el mismo festival, esta vez en Oporto, Blake no ha querido cruzar la Península sin detenerse en esta ciudad que se ha hecho asidua de sus giras, tras los dos conciertos que ofreció aquí en 2012.

El aforo ha crecido respecto a entonces, lo que indica la línea ascendente seguida por este guapo y apocado londinense de 24 años, claro ejemplo de esa generación arropada por las nuevas tecnologías, que convirtieron el ordenador personal de su cuarto en un estudio de sonido y que conectaron su talento con el mundo.

Si con "James Blake" (2011), su debut, consiguió una nominación al galardón musical más prestigioso en Reino Unido -el Mercury Prize-, con "Overgrown" (2013) ha repetido alabanzas por parte de la crítica, sobre todo en su país, donde se ha situado entre los mejores discos publicados en lo que llevamos de año.

Con ese nuevo material, y también con el viejo, se ha presentado en la sala Kapital, un templo de la "marcha madrileña", convertido esta noche en un templo sin más, o en un salón del trono, para recibir y casi coronar a tenor de los aplausos a quien ha contribuido a colar en las discografías más sibaritas una música mucho tiempo denostada por su origen poligonero y suburbial.

Él lo ha hecho con suma elegancia, echando mano sobre todo de la espiritualidad del soul, al que baña en un complejo mar electrónico llamado "dubstep", el cual se basa a su vez, como las olas, en un colchón de cadencia engañosamente regular, que cambia su resbaladizo ritmo cuando menos se espera, pero sin perder contacto con tierra.

Como cuando conquistó el mundo con un PC, en sus directos no ha abandonado cierto carácter espartano, en los que se presenta sin apenas luces, no se levanta de su teclado y solo le acompañan dos músicos, incluido un batería agazapado.

Aún así, el público de Madrid se ha dejado llevar por la fuerza evocadora de sus creaciones durante hora y media aproximadamente, tiempo razonable para disfrutar de un artista cuya parsimonia puede resultar monótona más allá de ese lapso a quien no comulga con su orden.

Sus caballeros y damas, los que han acudido esta noche a su llamada, sí han disfrutado de una cita en la que su fusión de estilos invita a mecer suavemente el cuerpo y desplazar el centro de gravedad de la cabeza, al talón o la cadera.

Sin salirse del programa ofrecido en citas anteriores, el concierto ha dado comienzo con "Air & Lack Thereof", con "I never learnt to share" y con "To the last", convirtiendo en una constante de la noche la alternancia de temas de sus dos álbumes.

"Es genial estar aquí de nuevo", ha dicho con voz grave, que se vuelve delicada y espiritual cuando canta, quizás aún más por su contraposición con los fríos filtros electrónicos con los que la arropa, como hacían aquellos pintores que retrataban a sus musas ataviadas solo con un sombrero, para realzar su desnudez.

La intensidad del seminal "CMYK" ha despertado unos aplausos más entusiastas que el resto, aunque la canción de la noche ha vuelto a ser "Limit to your love", su gran éxito, sin perder de vista piezas nuevas que no le van a la zaga en capacidad evocadora y latigazo penitente, como "Retrograde".

Con "The Wilhelm Scream" y con una versión de "Case of you" de Joni Mitchel se ha despedido del público madrileño, que le ha gritado a viva voz: "¡Gracias, James!". Larga vida al príncipe, que en verano volverá a España para tocar en el Festival Sónar.

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