Una mirada única sobre Praga desde sus desconocidos miradores

  • Letná, Sacré Coeur o Riegrovy Sady son algunos de los miradores de Praga que, por estar apartados de las principales rutas, pasan inadvertidos a los ojos del turista, pero que deleitan con visiones panorámicas únicas.

Gustavo Monge

Praga, 5 ene.- Letná, Sacré Coeur o Riegrovy Sady son algunos de los miradores de Praga que, por estar apartados de las principales rutas, pasan inadvertidos a los ojos del turista, pero que deleitan con visiones panorámicas únicas.

Basta un corto trayecto en metro desde el centro de la ciudad, con la Línea Verde (A) hasta la plaza de Namesti Jiriho z Podebradu, y desde ahí en un breve paseo al parque de Riegrovy Sady.

En esta antigua zona de campo y viñedos, un mecenas del Piamonte italiano, Josef Emanuel Malabaila di Canale, abrió en el siglo XVIII un jardín botánico que incluía una pequeña reserva de animales y un centro escolar para aprendices de fitología.

El compositor Wolfgang A. Mozart y el escritor neoyorquino Washington Irwing se cuentan entre quienes disfrutaron de sus vistas, plantas y animales exóticos, y de la hospitalidad de la familia di Canale.

A los pies de la colina, antiguamente fuera del perímetro amurallado de Praga, se levantó en 1871 la primera estación de ferrocarriles de la ciudad, bautizada con el nombre del emperador austríaco Franz Joseph I.

Cuando a finales del siglo XIX los ediles praguenses debatían sobre el emplazamiento para un gran mirador que captara la belleza de la ciudad, acabaron adaptando esta colina para ese propósito.

Por entonces, el lugar había cambiado de manos varias veces y dejó de servir al fin original querido por la familia di Canale.

De ahí surgió el parque actual, con un diseño libre, con valiosos árboles y plantas, adornado con elegantes edificios que siguen el patrón del funcionalismo.

Desde el péndulo del parque de Letná hay otra soberbia mirada a la ciudad vieja, con su barrio judío, pero sobre todo a los puentes que cruzan el Moldava.

Algunos de ellos, como los de Carlos o Cechuv, elevados en los siglos XIV y XIX, respectivamente, fueron concebidos para dar un toque monumental a Praga.

Casi todos esos puentes, que se reparten de forma armónica por el meandro del río, tuvieron que vencer los prejuicios contra el hormigón armado, que fueron una constante entre los arquitectos hasta entrado el siglo XX.

Hubo que pasar página y abandonar definitivamente el sistema de cadenas, utilizado en los puentes anteriores, ya que no resultaba seguro.

Los cuplés de la ciudad se hacían eco de la inseguridad de aquellas construcciones de metal, que vibraban al circular los trenes o al marchar los pelotones de soldados.

Antes del actual péndulo, en este mismo lugar se encontraba el mayor conjunto monumental en honor al líder soviético Iósif Stalin, construido cuando Checoslovaquia quedó bajo la influencia de Moscú al acabar la Segunda Guerra Mundial.

Los sillares de piedra arenisca del monumento fueron dinamitados en 1962, siete años después de la inauguración, ante la mirada risueña de los millares de jóvenes que frecuentaban las escuelas del otro lado del río.

El parque de Sacré Coeur ofrece otra interesante panorámica de Praga, sobre todo por la noche.

En medio de la oscuridad destacan algunos edificios representativos bien iluminados, como el Teatro Nacional, El Museo de Ciencias Naturales, y las Iglesias de San Venceslao y Emaús.

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