Apátridas, la maldición de los ilegales: 10 millones de personas viven sin Estado

    • Carecen de identidad legal al nacer, de acceso a la educación y a un trabajo, del derecho a abrir una cuenta bancaria o a casarse. 
    • Este término designa “a toda persona que no sea considerada como nacional suyo por ningún Estado conforme a su legislación”. 
Cada diez minutos nace un niño apátrida en el mundo
Cada diez minutos nace un niño apátrida en el mundo

Carecen de identidad legal al nacer, de acceso a la educación y a un trabajo, del derecho a abrir una cuenta bancaria o a casarse. En el contexto actual, en el que Europa vive su peor crisis de refugiados desde la Segunda Guerra Mundial, el planeta parece olvidarse de los apátridas, unos 10 millones de personas de todo el mundo que carecen de ciudadanía.

Auténticos 'fantasmas legales' que, aunque cueste creerlo, también viven en España. Los turcos mesketianos deportados de forma masiva por Stalin durante la Segunda Guerra Mundial. Los kurdos kaili despojados de su nacionalidad –la iraquí– durante el régimen de Saddam Husein. Los descendientes de personas importadas de la India en el siglo XIX para trabajar en plantaciones de café y té de Sri Lanka... Una maldición común pesa sobre todos ellos: son apátridas. No ser considerados como nacional por ningún Estado

El artículo 1 de la Convención sobre el Estatuto de los Apátridas de 1954 lo deja bastante claro: este término designa “a toda persona que no sea considerada como nacional suyo por ningún Estado conforme a su legislación”. Individuos sin vínculos jurídicos con ninguna ley, sin la protección de ningún Estado.

La Organización de las Naciones Unidas (ONU) carece de datos oficiales al respecto porque, en la mayoría de las ocasiones, estas personas no solamente están indocumentadas, sino que tampoco figuran en los censos de población nacionales. A efectos legales, simplemente no existen. Con todo, la Agencia de la ONU para los Refugiados (Acnur) está convencida de que la cifra supera los 10 millones de personas en todo el mundo. La misma población que la de un país como Portugal.¿Cómo vive un apátrida?

El estigma de la invisibilidad legal se encuentra en todas partes: en Asia, África, Oriente Medio, Europa y América. No respeta a nadie (un tercio de los apátridas de todo el mundo son niños), y tampoco entiende de ingenio: sin ir más lejos, el físico alemán Albert Einstein, el escritor austríaco Stefan Zweig, el compositor ruso Igor Stravinsky y la cineasta alemana Margarethe von Trotta fueron “fantasmas legales” en algún momento de sus vidas.

A menudo se les excluye “desde la cuna hasta la sepultura”. Lo apunta Acnur en su 'Informe Especial sobre la Apátrida': “Algunas familias sufren la apatridia durante generaciones. Se les niega la identidad legal cuando nacen, el acceso a la educación, a la atención médica, al matrimonio y a oportunidades laborales durante toda su vida. El estigma podría perseguirlos incluso después de su muerte, puesto que, en el caso de que tengan hijos, esta nueva generación será también apátrida”.

Invisibles a ojos de los gobiernos, no pueden asistir a la escuela ni a la universidad, acceder a vacunas vitales, obtener un empleo, disfrutar del derecho al voto, desempeñar un cargo público, viajar, casarse. Viven con miedo a ser detenidos y expulsados, puesto que carecen de identificación oficial.

Y, cuando envejezcan y mueran, lo más probable es que sean objeto de uno de los actos más indignos que puede sufrir una persona: recibir un entierro anónimo y no disponer siquiera de un certificado de defunción.¿Cómo llega una persona a ser apátrida?

En su informe, Acnur cita una batería de “desconcertantes procedimientos y procesos de vigilancia de índole política, jurídica, técnica o administrativa”. Como el cobro de tarifas excesivas para la inscripción de un individuo, la transferencia de un territorio o de la soberanía o el simple hecho de ser hijo de padres apátridas.

Para Acnur, el problema de la apatridia “puede resolverse por completo con la voluntad política adecuada”. Por eso, en 2014 esta agencia de la ONU lanzó una campaña para erradicar el problema. Elaboró un Plan de Acción Mundial y se marcó un ambicioso objetivo: el año 2024.¿Hay apátridas en España?

La respuesta a esta pregunta es afirmativa y, según la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR), se trata, en su mayoría, de personas de origen saharaui.

Desde el año 2001, los apátridas que viven en España cuentan con una normativa dirigida específicamente a ellos: el real decreto por el que se aprobaba el Reglamento de reconocimiento de su Estatuto. Gracias a él, quienes antes vivían en un limbo legal pasaron a tener derecho a residir en España, a desarrollar actividades laborales, profesionales y mercantiles, y a reagrupar a sus familiares en territorio español.

En los últimos años, el número de solicitantes del Estatuto de Apátrida ha aumentado considerablemente en España, pasando de los 92 del año 2011 a los 1.334 de 2014. Por provincias, Vizcaya fue la que registró el mayor número el año pasado, con 328. Le siguieron Sevilla (con 143) y Guipúzcoa (105).¿En qué se diferencia un apátrida de un refugiado?

En el contexto actual, ante la crisis de refugiados que vive Europa, conviene aclarar términos. La clave, según Paloma Favieres, de la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR), está en el reconocimiento oficial de pertenencia a un Estado:“Los refugiados son las personas perseguidas en su país de origen por cuestiones de raza, religión, opiniones políticas o pertenencia a un grupo social determinado, pero, a diferencia de los apátridas, por lo general tienen reconocida su nacionalidad”.

A veces, las fronteras se desdibujan, y un apátrida puede convertirse en refugiado si la persona es obligada a abandonar el país donde tiene su residencia habitual.

Para Fatma El-Galia Mohamed-Fadel, de la Asociación Profesional de Abogados Saharauis en España (Aprase), que conoce bien de cerca la realidad de estas personas, “la del apátrida es la peor situación que cualquier ser humano puede vivir”.

Están desamparadas, privadas de la protección de derechos tan elementales como el derecho a una vida digna, a la seguridad social, al trabajo, a la educación o, simplemente, a tener una nacionalidad que los identifique”, concluye esta experta.

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