El tiempo apremia para los migrantes en la frontera serbo-húngara

  • Un centenar de refugiados exhaustos echan a andar al anochecer con la esperanza de que el paso de Serbia a Hungría sea la última etapa de su peligroso viaje hacia la Unión Europea (UE).

El grupo probará suerte en plena construcción de la valla húngara "antiinmigrantes". Lo integran sobre todo sirios de todas las edades: padres con sus hijos a cuestas y madres caminando al lado de sus pequeños. Un hombre está herido en la cabeza como resultado, según él, de un encontronazo la víspera con "la mafia serbia".

"Caminamos juntos para protegernos", explica Mohamed, un joven médico originario de Homs. "El viaje es espantoso, sobre todo para las mujeres y los niños. Y viajamos de noche para evitar a la policía. Lo que queremos es llegar a Alemania o a Suecia", explica.

La frontera entre Serbia y Hungría, puerta de entrada a la Unión Europea y a la zona Schengen, se ha convertido en uno de los principales pasos para los numerosos inmigrantes que huyen de la guerra y buscan un nuevo futuro en Europa.

Hungría ha registrado la llegada de más de 100.000 solicitantes de asilo en lo que va de año, más del doble del total de 2014.

Casi todos pasan por Serbia. Para frenar la afluencia, el gobierno populista húngaro de Viktor Orban comenzó a mediados de julio la construcción de un muro de cuatro metros de alto a lo largo de los 175 km de la frontera, del que terminará un primer tramo el domingo.

Por el momento, las cámaras instaladas en los postes y los policías húngaros, además de los alemanes y austríacos enviados por la agencia europea Frontex, localizan a muchos de ellos, truncando su intento.

Esta noche el grupo al que acompaña la AFP toma un camino de tierra que bordea un río y se dispersa al ver el resplandor azul de las sirenas de un coche policial.

Mohamed se exaspera: "¡Por qué no nos dejan sencillamente pasar! De todos modos no queremos quedarnos en Hungría".

Los migrantes interceptados acaban en un puesto de la ciudad húngara aledaña de Szeged. Casi todos pedirán asilo. Luego serán trasladados a campamentos de refugiados repartidos por este país de Europa central.

En el lado serbio, en Kanjiza, muchos migrantes se reagrupan en la plaza principal antes de partir. "La gente no los ayuda mucho, yo hago lo que puedo, les llevo agua y les indico direcciones", cuenta Katalin Varga, una habitante.

La presencia de los migrantes suscita tensiones, sobre todo con los hosteleros, que se quejan de una bajada del número de turistas. Los habitantes de Kanjiza tampoco están conformes con el muro que Hungría prevé terminar en agosto.

Cae una tormenta acompañada de lluvias torrenciales. La policía obliga a un hotel a dar refugio a decenas de refugiados empapados, algunos de ellos niños.

A primeras horas de la mañana, el propietario les pide a gritos que se vayan.

"Tuvimos que pagar cinco euros por persona para quedarnos en el interior, sin cama, sin comida ni agua, ni siquiera para los niños", dice Salem, de 22 años, un estudiante de enfermería procedente de Alepo. "¿Dónde está el espíritu cristiano?", se pregunta con la ropa todavía húmeda y un documento en la mano que demuestra que tiene derecho a transitar temporalmente por Serbia.

La mayoría de los migrantes son musulmanes. En Budapest, Viktor Orban repite que Hungría no quiere otras culturas, que "Europa debe seguir siendo de los europeos".

En contraste con este discurso, en la estación de Szeged varios voluntarios reparten comida, agua y medicamentos a los migrantes antes de que se suban a los trenes rumbo a los campamentos de refugiados.

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